sábado, 25 de junio de 2011

1004 (1/2)

–Hola, buenos días. ¿Hablo con el señor Marco Péres? ¿Es usted el titular de la línea 898 454 778? Mi nombre es Fernanda Valensuela. Le llamamos de MoviStar. ¿Usted ya tiene su línea contratada con nuestra compañía?
–Eh, no. Yo soy más de Orange.
–¿Y cómo se llama, señor Péres?
–Marcos, Marcos Pérez.
–¿Pues tal ves usted ya quiere que le refiramos las ventahas de asosiarse a nuestra promosión?
–La verdad es que no, pero graci…
–Pero usted ya déheme que yo le explique a usted las ventahas de nuestro producto. ¿Me escuchó, señor Péres?
Pérez, es…
–Ya de pronto ahora mismito yo le cuento las oportunidades que le ofresemos y usted se me va a quedar muy complasido.

Marcos Pérez se planteó por un momento si estaba hablando con una operadora venezolana o con una pendeja profesional de línea erótica. Hubiera querido resolver el asunto antes de generarse la duda, pero su agilidad verbal era cuatro o cinco veces más lenta que la de su interlocutora. Pensó en colgar, en cortar a la panchita con vehemencia, en dejar el teléfono hablando sobre la encimera y hacerse un sándwich, incluso se le ocurrió enfrentar el auricular a la tele y que doña Fernanda se entendiera con el Sálvame. Sin embargo, justificó su cobardía como educación y aguantó el chaparrón promocional con sucesivos “claro, sí, entiendo, vale, venga” y otras coletillas fáticas.

Treinta y siete minutos después, tras cinco intervalos en espera con música de Pet Shop Boys de fondo, Marcos Pérez se había quitado de encima a la ponypaya argumentando que se lo pensaría y jurando por dentro que no volvería a coger el teléfono.

Pasaron seis horas y volvió a retumbar el 1004 como un heraldo de muerte. Marcos maldijo la premura pues aún no había preparado su defensa. No descolgó. Llamaron a los quince minutos. Él repitió la omisión molesto. Esperaba una llamada mucho más atractiva de Carlos para ir a jugar a los bolos. Pero MoviStar siguió insistiendo con perseverancia hasta colapsar su número. Al final del día Marcos respondió al móvil hastiado y cansado de su monocorde sonar, y contestó rápido aunque cortésmente que no estaba interesado. Fernanda le pidió explicaciones y él le replicó que no tenía por qué darlas.

Al día siguiente el móvil vibró de nuevo a cuenta del 1004. Marcos Pérez estaba ya rayado perdido.
–¡Diga! –contestó el pobre hombre.
–¿Holaaaaa? ¿Hablo con Marco Péres? –inquirió Fernanda Valenzuela desde lo más sombrío de su centralita venezolana.
–¡Oiga, –dijo Marcos– que ya le he dicho que no me voy a hacer de Movistar.
–Pero señor Péres, ya de repente le explico las ventahas de acogerse a nuestro programa de puntos. ¿Qué tan ahorita lo conose?
–¡Sí lo conozco! –replicó el cliente accidental rojo de ira–. ¡Me lo ha contado ya tres veces! ¡Déjeme en paz! ¡No quiero saber nada de ustedes ni de Movistar!
–¿Disculpe, señor Péres? Ya estaba en la otra línea y no pude recoger toda la informasión. ¿Me desía que se va a acoher a la tarifa “Serdo” o a la “Buitre”?
–¡Nada, no le he dicho nada! ¡Déjeme en paz! ¡No existo!. ¡No insista más o tomaré acciones legales! ¡Olvídese de mí!
–Entonses –reinsistió la locutora–, ¿debe interpretar que no está interesado en nuestra promosión seis mil minutos por sincuenta euros?
–¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

A partir de aquella llamada el móvil sonó todos los días tres veces: a las 7:55, a las 15:38 y a las 22:34. Marcos estaba incandescente de rabia. El odioso teléfono de los huevos le despertaba por las mañanas antes de que sonara su propio despertador, le rompía la siesta del mediodía y le interrumpía sus cincuenta minutos sagrados de televisión nocturna. Podía apagar el móvil, pero le gustaba tenerlo encendido por si alguno de sus dos mil currículums en empresas servía para acceder a una mísera entrevista de trabajo. El paro era muy duro. Marcos lo probó todo: amenazó con denunciar a la telefonista, descolgaba y dejaba el móvil sobre la mesa, increpaba a la venezolana con palabros demasiado intensos para este relato, pidió por favor que le obviaran de mil maneras que incluían la sensiblería, la insinuación, la audacia y la tristeza más profunda. Pero Fernanda no cejaba. La única manera de deshacerse de ella parecía contratando la tarifa Guacamole, platique poco y pague el doble.

Treinta y siete días después, tras 635 intervalos en espera con música de Pet Shop Boys de fondo, Marcos Pérez se había dado de baja de Orange y de alta en MoviStar, conservando su número y perdiendo la cordura. Dejó de buscar trabajo y adoptó una extraña expresión de entumecimiento en su rostro. Durante ocho días se creyó derrotado por MoviStar y caminaba por el río ido, ausente, sin criterio y sin asertividad, como si fuera un zombie fumando porros de margarita. El noveno día las neuronas racionales se consumieron y las psicópatas afloraron con oscuras intenciones y una incontenible sed de venganza. Fernanda Valenzuela nunca olvidaría al cliente de la tarifa Guacamole.

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