sábado, 7 de noviembre de 2009

El extraño caso del ayuntamiento sin impuestos

Más largo que un día sin pan, agente de policía, ya no tenía al cansino Gorra Torcida de compañero de andanzas. Ahora era un motero de cuero con chapa y una rubia impresionante de compi. Los pantalones reglamentarios seguían siendo cortos para él pero las botazas de piel sintética tapaban y protegían sus otrora expuestos tobillos de hueso. Hasta quedaba bien. Al menos, eso es lo que pensaba el ratero medio al verlo.
La realidad, sin embargo, era bastante más amarga. Largo tenía un carácter amable y aventurero. Pero eso a veces no basta para garantizar una convivencia apacible: La rubia era un zorrón de no te menees, y más sota que los dieces de la baraja. Desgraciadamente para Día Sin Pan, reservaba sus excelencias amatorias para las “oportunidades laborales” y la mala virgen para el empanado de su compañero larguirucho. Por eso el mozo se cansó a los seis días de mirarle el culo mientras ella montaba el caballo de metal. Día Sin Pan era así: si una persona tenía el carácter estropeado a él dejaba de interesarle su físico, pues concebía a los seres humanos de manera global.
Una tarde de silencio y malas caras recibieron un aviso de un pueblo próximo a la capital llamado La Filintrosa. Al parecer un vecino se había herniado subiendo la cuesta del ayuntamiento en bicicleta. Sota de Espadas y Largo lo hallaron medio tirado en el carril bici cagándose en su máquina. Pronto se hizo un corrillo de airados filintrosanos esputando miles de quejas: lo poco engrasadas que estaban las bicicletas municipales, lo duras que iban, la falta de carriles bici en dirección al cementerio, la conversión de pueblo a barrio, los conciertos de fiestas, la iluminación de los callejones y el servicio de basuras. Sota lo resolvió todo con un golpe de melena y un grito seco heredado sospechosamente del nazismo más radical. Mentó a sus padres, abuelos y demás predecesores a la vez que les recordaba que no pagaban un duro en impuestos y que eran unos pijos de mierda porque su ayuntamiento no pasaba recibos desde hacía años. Todos callaron y, poco a poco, se fueron disgregando pensando sólo dos cosas: lo preto que tenía el sujetador la tipa y el pedazo de mala uva que se gastaba la muy zorry.
Largo no sabía que los filintros no pagaban cuotas municipales, y desde aquel día no pudo dejar de preguntarse por qué. Tan gordos eran los interrogantes acechando su cabeza que no le quedó otra que volver al archivo policial noche tras noche en plan Batman, trabajando a oscuras, a escondidas y sin ver un duro. Con frecuencia oía a Sota de Espadas haciendo “horas extras” con el inspector en el despacho. La verdad es que la pobre estaba muy jodida.
Día sin Pan no sacó muchas conclusiones de sus pesquisas. Los filintros o filintrosanos no pagaban impuestos ni pa’trás y disponían de prestaciones varias que ya quisiera La Moraleja: Polideportivo domótico, balneario público, auditorio solar, servicio gratuito de bicicletas, recogida a la carta de basura selectiva y un largo etcétera de comodidades para un pueblo sin subvenciones. Algo no casaba. A tenor de las denuncias y demandas, sólo dos asuntos preocupaban a los mimados filintros: la adhesión del pueblo a la capital como barrio y las putas bicicletas municipales, gratis, sí, pero más duras que una sesión de spinning para frikis hormonados. Largo se vistió de calle con sus vaqueros que llegaban al suelo y entrevistó a varios vecinos tratados en el hospital, con dolencias y calambres relacionados con el uso de las bicis de los huevos. Las sospechas del avezado agente se confirmaban: Los filintrosanos no usaban el coche. Se desplazaban a todas partes en sus bicis municipales, duras pero ventajosas.
Día sin Pan “cogió prestada” una de esas bicicletas y se la llevó a un mecánico amigo suyo. En el engranaje descubrieron una pequeña dinamo y una batería oculta en el tambor. Largo comprendió entonces el timo: los ciclistas pedaleaban para desplazarse y para cargar las baterías. El ayuntamiento vendía las pilas cargadas a una empresa china y sacaba un montón de pasta, todo en negro y de extranjis.
El inspector escuchó al poli alto por una vez y mandó a un par de detectives a empapelar a las autoridades de La Filintrosa, cuyos ingentes beneficios no sólo suplían impuestos, también engrosaban generosamente sus cuentas bancarias a golpe de pedalada. Las bicis con dinamo se bajaron dos dientes, lo suficiente para seguir viviendo sin cuotas, y se eligieron nuevos concejales y alcalde. También crearon un club de ciclismo amateur que les dio buenos resultados en competiciones nacionales.
A Día sin Pan el inspector le dio dos palmaditas en el hombro. A Sota de Espadas en el culete. La rubia trepa siguió chupándosela al superior hasta que la destinaron a oficinas y la ascendieron a sargento. Después continuó subiendo con tanta frecuencia como los penes de sus superiores, y desde luego con similar solvencia. Largo sintió más alivio que nostalgia, pero de nuevo estaba sin compañero.

4 comentarios:

  1. Ingeniosa , original y ecológica trama.
    Saludos.

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  2. Me ha encantado. De verdad que deberías probar a escribir en papel. Por cierto las imágenes de la historia me parecen muy graciosas. ¿Cómo puedes tener tanta imaginación?

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  3. Me está enganchando Día sin pan eh??... Tengo pendiente revolver "el cajón de los recuerdos" para buscar algo tuyo en papel...;P

    Un besote wapisimo y otro a tu esposa!!;P

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  4. Este Día sin pan es una máquina y menudos casos más originales qué resuelve¡¡¡¡ Si incluso es buena persona y no se fija sólo en el físico... A ver qué nuevo compañero que le toca... A mí sota de espadas me ha encantado, ha dejado el listón alto...

    dirty saludos¡¡¡

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