martes, 17 de marzo de 2009

"Gordo" Ivanov

“Gordo” Ivanov fue un héroe. Cuando Daniel Cohn-Bendit y los otros se disipaban entre la humeante polvareda del mayo del 68, Gordo permaneció fiel a sus principios. Nada ni nadie pudo doblegarle. Ni la decadencia hippie ni la nueva-vieja Europa.
Sergei Ivanov no era francés, sino ruso. Ni siquiera era corpulento. Sus amigos le llamaban Gordo por las tremendas revindicaciones que formulaba o apoyaba. No había injusticia que no quisiera desfacer, ni insignificancia que él no elevara a categoría de lucha de clases. Cuando los estudiantes de la Sorbona protestaron y huelgaron por las restricciones del sistema, Gordo Ivanov estaba a buen seguro respaldando o germinando las nuevas ideas.
Nadie sabe muy bien por qué empezó el Mayo Francés, como tampoco quedó muy claro por qué murió si la mayoría de las cosas no cambiaron un ápice. Los amigos de Gordo le dijeron que todo había acabado, que había que seguir adelante. Gordo Ivanov quedó allí, peleando por el acceso a los dormitorios universitarios femeninos, por las mejoras laborales o la derogación de la ley de vagos y maleantes francesa. Los suyos quedaron mudos, otros se fueron, perdieron la fuerza o el interés por cambiar el mundo.
Un buen día de la siguiente década, cuando más sólo se sentía Gordo Ivanov en su lucha armada y en su revolución social, se encontró con Marie LeBlanc, una antigua amiga y camarada de aquel mayo. Marie estaba estupenda. Era catedrática de Historia Contemporánea. Se había casado con un naviero marsellés y tenía un buen trabajo y cuatro hijos como soles de España. Le habló de todos los demás. Y todos estaban saludables, decidiendo qué era más importante en la vida, salud, dinero o amor porque no carecían de ninguno de los tres.
Aquella tarde en su buhardilla alquilada y compartida de barrio estudiantil Ivanov despertó al mundo. Durante quince años había personalizado el descontento intelectual y la necesidad de cambio. Cuando la revolución del 68 acabó todos volvieron a sus vidas, a sus estudios, a sus trabajos. Todos entendieron que hay un momento para cambiar el mundo y otro para cambiar tu vida. Cuando Ivanov se percató de que se había pasando tres lustros intentando dinamitar la sociedad francesa, entoncés vió con claridad meridiana que su existencia era la misma, que su futuro estaba podrido y que su presente era pasado. Aquel día Gordo Ivanov comprendió que los mayos del 68 sólo duran una primavera, y que el resto de las estaciones sólo llegan si uno se ha subido al tren.

6 comentarios:

  1. Qué chulo. Me ha gustado un montón. ¿Está basado en alguien que conoces?

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  2. yA LO DECIA MAFALDA... HAY QUE APRESURARSE A CAMBIAR EL MUNDO, O SERÁ EL MUNDO EL QUE NOS CAMBIE. EN QUE PUNTO NOS ENCONTRAMOS?. A GORDO IVANOV LO CAMBIO EL MUNDO... NO SE APRESURO LO SUFICIENTE.

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  3. La verdad es que es la inmersión histórica de un chico de 2009 en 1968 en clave fabulosa.
    Y qué gusto verte por aquí, Michie.

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  4. A veces no basta con ser idealista. También hay que saber cuando dejar de serlo.

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  5. Yo cada día soy menos idealista.

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  6. Javi dice:
    ¿Entonces este tío no existió de verdad? Yo pensaba que era un personaje histórico.

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