jueves, 17 de julio de 2014

Tengo que

Hay una frase que odio. La aborrezco tanto como vivo de ella. O ella de mí. Nuestra convivencia es tan malsana como irreductible. Tengo que es mi santo y seña, mi maldición y mi tumba.
Las infames películas de padre ocupadísimo y ausente se han cansado de mostrar al ejecutivo implacable, entregado a su trabajo en cuerpo y alma, que no tiene tiempo de convivir con su familia y que promete a su hijo que llegará puntual para ver el partido de béisbol y que siempre aparece tarde, aunque en el momento preciso de ver cómo al pequeño Timmy le tiran la pelota con efecto y el chaval naufraga con más deshonra que Brasil o España en el Mundial 2014. El mensaje con moralina barata es siempre el mismo: pasa tiempo con los seres queridos y olvida un poco el trabajo.
Precioso, sí, pero poco real. ¿Saben qué le pasó a Robin Williams en Hook al día siguiente de tirar el teléfono por la ventana? Que lo botaron y sin finiquito. Que eso de preocuparse de la familia está genial y alimenta el alma pero… ¿quién paga las facturas? ¿El amor?
Durante las últimas semanas el abominable Tengo que ha inundado mi vida. Todo eran obligaciones y responsabilidades. Nada que ustedes no conozcan. El pan nuestro de cada día o como alternativa, los lunes al sol. Decidan si prefieren tostarse la calva o seguir comiendo carne y pescado. El caso es que a veces uno siente que las obligaciones le pueden, y lo más parecido a la felicidad sería que un oportuno resbalón le hiciera romperse el fémur y condenarse a parar sí o sí. Y cuando uno desea que se averíe su máquina es que algo no rula, en el consciente, en el subconsciente o en el inconsciente, vaya usted a saber. Lo que importa es que deberíamos trabajar para vivir y no lo contrario, que es lo que llevamos haciendo en los últimos veinte siglos y ahora además poniendo cara de gilipollas agradecidos porque muchos otros ni siquiera pueden permitirse el estrés laboral –les falla lo segundo.
Tal vez la solución pase por no coger mil canicas con los dedos, por reducir el nivel de autoexigencia, por ser dichosos con lo que hay y no con lo que puede llegar a haber. El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra sillar del castillo en el aire, y cuando se cae la hostia es morrocotuda porque la fortaleza flotaba a distancia del suelo. No. Esto no puede ser así. La felicidad debe ser otra cosa. Tal vez coger el Tengo que y, en cuanto se pueda, tirarlo por el water. Sabemos que volverá, pero que nos deje un poquito en paz.

4 comentarios:

  1. Tanta obligación impuesta y tan poca felicidad...y lo díficil que es escapar de esa ruleta rusa que algún día terminará por matarnos.

    Abrazos.

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  2. Despues de los "tengo que" llegan los "voy a" pocas veces llegamos al "estoy ..."

    ... todo se andará.

    Saludos!

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  3. La felicidad siempre está después. Por el camino de lo que hay que hacer también habría que aprender a disfrutar, pero tal vez ya no sería una obligación y no serviría a esta malsana sociedad que busca el espejismo del bienestar inmolandose en pos de lo superfluo, del instante obsceno de gratificación material de todo lo que uno "necesita", olvidándose de la urgencia de prescindir necesariamente de eso para encontrarse con uno mismo, parase y preguntarse qué es lo que realmente quiere. Lo que quiere uno y no otro. Lo que necesita uno y no otro. Sólo así; encontrándonos a nosotros mismos, podemos hacer felices a los demás. Pero no lo haremos porque estamos presos de los convencionalismos que nos creemos a pies juntillas o hacemos como que nos los creemos para no ser bichos raros, nos dejamos secuestrar por las exigencias del otro que anda tan perdido y tarado como nosotros y tenemos miedo de que nuestra simple realidad y simplista necesidad produzca una debacle de alcance copernicano. Amigo, hace falta valor para pararse y descubrir qué es lo que uno necesita y quiere. Mientras, tal vez haya que volver a aprender a disfrutar del camino lleno de escollos y contradicciones, de amores secuestrados que secuestran, de obligaciones burocráticas diarias que restan tiempo al tiempo y no sirven para nada. Siempre he creído que el tiempo más ganado es el más perdido. Lástima que apenas me dé permiso para perderlo. Salu2.

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  4. Tengo que quitar esa frase de mi vocabulario.

    Un abrazo!

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