![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj0HvmnHSqCE-6vj8Ktt8VruiF5N8EO2pWEWhqMbimhNztUV8XZrw00XvYoITbfBx7G5KcYdTPYtGgBQWTYx4de0waS8nAs8ou4PwMKCM7boWBh15jM-wIiMSuJsKPI7vozz5-wc5zs2To1/s1600/pp.jpg)
La temporada pasada me ofrecieron
un huerto de rosas preciosas, lustrosas y rojas, con un narciso en medio. Todas
florecieron espectaculares y formaron el más precioso jardín de la zona.
Este año mi destino fue bien
distinto, porque el azar y mis propias decisiones me llevaron a un patatal de
los gordos.
Los tubérculos que me asignaron
eran de variedades exóticas, sospechosas, inquietantes: matador, desiree, agrio, florice, almera, gorbea, carlita… un no
parar de siniestra excentricidad, tan variopinta que era difícil encontrarle un
aglutinante. Pero lo tenían: todos estaban aparentemente podridos.
La gente se asustaba al saber de
mi nuevo cultivo. “¿Dónde vas? ¿A qué te metes ahí? ¿Estás loco? ¿No había nada
peor?” Yo, sin embargo, recelaba de sus prejuicios, de sus miedos y de sus valoraciones.
El primer contacto fue
efectivamente impactante, pero apenas si duró diez minutos de confusión y
desconfianza mutua. Realmente había mucha materia en descomposición, sí, pero…
¿qué hacía con las patatas? ¿Las tiraba a la basura y a plantar boniatos? No.
Mucho mejor salvar aquello que había sano, que era mucho, y a trabajar con
ello.
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La estación ha llegado a su fin y
pronto dejaré mis tubérculos. No he conseguido eliminar, en algunos casos, la
parte putrefacta, pero no importa. Todos tenemos algo podrido. Lo principal es
mis patatas tienen trozos sanos, ricos, de esos que bien podrían acabar en una
sartén hirviente o en una orgía de huevo batido. Y aunque tengan algo
corrompido, algo de lo que nunca se librarán, saben que yo vi el lado bueno de
unos vegetales que otros arrojarían al cubo con gesto de extrema aprensión y
una discutible supremacía moral.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgltzIXnFLauZsFCF8GSXoDErjYAF20U8Bl9g-EccY-l9LDpLmU0LR9bXKHgbfmxAP_4JeQkarvz5UDGARS4TeMixgQrasC-rMOqRAkMIeB68C182HLmTB6kZbt7uU-jLLWzqovCF3scWFA/s1600/pp2.jpg)
Vaya lección de vida con el campesino...Tomaremos buena nota y no desistiremos pese a la cruda apariencia de las cosas.
ResponderEliminarUn abrazo Drywater!
Simplemente GENIAL. Me ha encantado. Hay algo más simple y sabroso que una patata?. Y si no quedan bien cocidas, siempre podemos freírlas, asarlas, quitarles la parte fea y hacerlas puré. De una u otra manera sirven y más aún cuando el tiempo aún no es capaz de hacer mella como para tirarlas.
ResponderEliminarMe encanta el homenaje que haces a ese tubérculo llamado patata. Ya era hora que alguien hablara de ella. Dices que te ofrecieron en otras ocasiones terrenos con flores ricas en colores. Que les den por el culo a las rosas y claveles, no hay mejor flor que la patata.
ResponderEliminarEsas patatas con sus hidratos de carbono complejos. Con sus vitaminas y minerales. Riquísima en vitamina C.
Esas patatas a la riojana. Patatas bravas. Patatas fritas haciéndole compañía a un huevazo frito. Eso es música celestial querido amigo Dry.
Yo que acostumbro a ir por Alava de vez en cuando, hablare con algún alcalde para que tu busto presida alguna de las muchas plazas que tiene, por ejemplo, Vitoria. Tendrás noticias mías. ;-)
Un abrazo querido Dry. Muy buen post.
Precioso.
ResponderEliminarVer más allá, siempre hay una parte buena aunque el resto se esté pudriendo :-)
ResponderEliminarGran lección.
Abrazos.