martes, 13 de mayo de 2014

Canción de Yordanka o el Cojín de Lactancia (3/3)

Cuando la teta se cerraba, y parecía que todo volvería a su cauce, las cosas se ponían aún más desfavorables. La mamá reciente aprovechaba para echar una cabezadita sin cojín, lo cual no era una buena noticia, porque el usurpador estaba cumpliendo, retorcidamente, su función de hamaca para el bebé. Y el jodío dormía tan bien.
El desgraciado de Alin echaba en falta a su familia. El almohadón de la muerte estaba en todas, y él en ninguna. Y no sólo en cuestiones afectuosas, porque el mecánico ya no recordaba la última vez que había cohabitado con su querida Yordanka.
Un aciago día se fue la luz en el polígono. La avería iba para largo, con lo que el jefe los largó a todos a media tarde. “Bien”, pensó Alin, “tal vez hoy podamos consumar.” Y con esa intención marchó a casa ilusionado y medio empitonado.
Cuando entró le pareció oír ruidos extraños, lamentos, dolor. Pasó con cierto miedo hasta la habitación de Marius. El chiquito descansaba a pierna suelta en su cuna, en un mar de peluches y texturas. Lo curioso es que la culebra metomentodo no estaba allí.
Los gemidos no paraban. Eran, ya sin ninguna duda, obra de Yordanka, y una nube de pesar inundó su mente. ¿Estaba su amada poniéndole los cuernos con el vecino? Accedió, por fin, a sus aposentos, y se le cayó el alma a los pies. La esposa estaba, sin pudor ni vergüenza, a cuatro patas, con una cara de placer nunca antes dibujada en su rostro. En su retaguardia, en postura viril, un tanto machistorra, el cojín de lactancia le estaba echando un pinchito de los buenos.
Ocho meses más tarde, Alin seguía trabajando en su taller después de las nueve de la noche. Antes, rara vez se quedaba más allá de las seis. Ahora siempre hacía entre tres y cuatro horas extras al día. Necesitaba el dinero. Además, le gustaba arreglar coches. Era una manera de mantener la mente ocupada. Así no pensaba en los cuatrocientos euros mensuales que le tenía que pasar a Yordanka y al puto cojín de lactancia para que criasen a su hijo. Entre eso y los setecientos de hipoteca, apenas le quedaba para su piso de alquiler.

2 comentarios:

  1. Drywater! Cada vez desvarías más...ja, ja, ja!!

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  2. Jajajajajajajaja, tenía que haberle prendido fuego cuando tuvo oportunidad. Al final se la jugaron.

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