sábado, 5 de octubre de 2013

¿Para qué sirve estudiar?

¿Y la monarquía, los cuadros abstractos o los chicles de fresa, qué sentido tienen si no los entendemos, pierden el sabor a los pocos minutos o son objetos decorativos sin valor, y no necesariamente en ese orden?
A preguntas urgentes, respuestas a largo plazo. En un país con sobredosis de titulitis, un carnet de carretillero, un papel que autorice a manipular alimentos o un diploma que diga que has superado la ESO no son baladíes. Tampoco es que te vayan a arreglar la vida, pues lo que de verdad importa es que seas capaz de coger el toro (y no precisamente por los cuernos), que voltees la tortilla sin que se pegue y que asumas responsabilidades académicas con madurez y capacidad intelectual. Si ya acreditamos nuestra valía con una firma oficial pues miel sobre hojuelas, que no estamos para tirar nada.
Mucha gente peleada vitaliciamente con la cultura por obligación, enfrentada a la memorización por decreto y a la comprensión masiva de fundamentos y principios alejados del mundanal mundo, ése que nos hace cortes de manga y nos amamanta con leche agria cuando te le amorras a la teta, esa hastiada tropa no encontrará en el estudio más sustancia que en una sopa de piedras. Porque el aprendizaje a presión es como tomarse un merengue a la fuerza, como apurar un chupito que no te entra. Estudiar sólo sirve si uno quiere que le valga, para entrar en armonía con la naturaleza o para ver los edificios con códigos binarios tipo Matrix.
Ahora podemos empezar a hablar. Desechado el presentismo de los que quieren algo y lo quieren ya, la arquitectura intelectual es una obra a largo plazo. Rara vez da frutos instantáneos. Como contrapartida, tampoco son efímeros: un estudio bien alimentado periódicamente no se olvida nunca.
Los beneficios del aprendizaje son diversos y satisfacen varios ámbitos de actuación. A nivel laboral abren un puñado de puertas –tampoco tantas, para qué nos vamos a engañar–. En un plano académico, permite el acceso, cual muñecas rusas, a estudios más ambiciosos. Desde una perspectiva social, ser instruido aumenta la capacidad crítica, el pensamiento divergente y el rango de las interacciones con otros. En el aspecto personal, el estudio incrementa la capacidad intelectual y la memorística, ocupa la mente y nos hace sentir más plenos, porque entendemos mejor el universo y podemos relacionar con acierto las distintas esferas que rigen la existencia y que están profundamente interconectadas, mucho más de lo que estamos dispuestos a admitir.
Otra cosa es que el esfuerzo no valga la pena, porque sudar se suda pero bien, por muy metafóricamente que sea. Pero a veces compensa, cuando uno siente que ya no ve, oye ni habla, sino que mira, escucha y explica por el mismo precio; cuando valora que se ha comprado un telescopio gigante desde el cual se puede alejar y ver la vida en perspectiva, o tirar de zoom y meterse en cada pequeña ventana de la realidad mundana; y además, comprender lo que está ocurriendo dentro.

3 comentarios:

  1. Creo que la metáfora del telescopio es la que mejor resume para qué sirve estudiar, si se ve como una herramienta futura es cuando más se disfruta y aprovecha.

    Salud

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  2. Preciosa la parte del telescopio...
    Estudiar porque a uno le apetece es muy reconfortante y da sentido a tu vida diaria.

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  3. El estudio debe hacerse por gusto porque da sentido y a veces lo quita, es duro pero abre nuestras mentes y como bien dices nos hace críticos. Tu metáfora del telescopio es muy esclarecedora.

    Un abrazo

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