sábado, 12 de octubre de 2013

No puede ser

Y además es sumamente imposible. Y cuando la lógica y la física lo repiten una y otra vez, la retórica no podrá cambiar eso por mucha química que haya.
La historia –reciente, pues antes no había automóviles– nos ha enseñado que las bicicletas, además de ser para el verano, no pueden convivir con los coches. Su coexistencia podrá ser justa, legal, impuesta, estar regulada y amparada por una docena de decretos, pero no puede ser. Es como evitar que a Samuel Eto’o se le increpe llamándole mono o haciendo ruidos guturales. No lo vas a evitar. Tampoco he entendido por qué a uno se le puede gritar hijoputa y a otro no se le puede chillar simio, pero los vericuetos de discriminación positiva del racismo son demasiado intrincados para inmiscuirse en ellos en este liviano ensayo sobre ruedas.
Volvamos a los desplazamientos. Las personas caminan a 2, 3 ó 5 km por hora. Una colisión con una bici no será mortal en la mayoría de los casos. En cambio, un choque entre el ciclotrasto y el coche de turno es billete seguro al hospital o a la morgue.
Yo comprendo que el ciclista quiere millas de carril específico, que probablemente se lo merece y que seguramente es más económico y medioambiental que el asfalto para dar carretera y manta a los motorizados. De eso no me cabe ninguna duda. Pero a veces no puede ser, del mismo modo que la lotería no les toca a todos (¿dónde estaría la coña si no?). En esos casos de convivencia forzosa, toca compartir, ser generoso en nuestras pretensiones velocímetras y respetar. Supuestamente. Porque no puedes sacrificar el tráfico de vehículos a 50 ó 100 km/h por las pedaladas saludables. Que ya sé que tienen derecho, pero que el problema no es de leyes, es de probabilidad y sentido común. Una bici ralentiza hasta el infinito el fluir de coches, no puede compartir su espacio. Es absurdo otorgarles categoría de vehículo pesado. No se puede arriesgar sus vidas de una manera tan alevosa. Nunca correrán como las motos, que se las traen también y se las comen todas, pero, como dije antes, eso es harina literaria de otro costal ensayístico.
Agotado pues el carril bici y descartado el de alquitrán, sólo nos queda la acera. Para mí, el hábitat más lógico y seguro para unos y otros. Y aquí la convivencia entre peatones y pedaleantes también es muy mejorable. Tal vez si no intentáramos joder siempre a los primeros pasando a dos centímetros de sus codos, o incordiar a los segundos taponando los espacios para que tengan que echar pie a tierra, si no fuéramos tan simpáticos de fastidiar al otro estamento esgrimiendo la legitimidad porculera o la preferencia a mala idea, pues tal vez unos correrían menos y otros se apartarían más. Y es que como peatón/ciclista nada me enerva más que ver a los viandantes intentar que no les adelanten las bicis, o que los ciclistas tan pronto se suban a la acera como se salten semáforos en rojo, rotando según sus conveniencias logísticas del piso a la calzada. Esos energúmenos son un peligro para todos.
Concluyo así este impopular escrito sobre la coyuntura ciclista, matizando que yo seguiré jurando en dos mil idiomas cuando una bici me obligue a pisar al freno, porque la solución no está, ni estará nunca, a metro y medio. Mucho menos la encontrarás en el arcén. Como mucho, aparecerá en la cuneta, desangrándose con razón.

1 comentario:

  1. La convivencia bicis-coches es complicada en las grandes ciudades, sobre todo porque nunca se pensó en ellas en el diseño de la ciudad, hacer carriles bici cogidos por los pelos no deja de ser una tirita al problema.

    Igual habría que consultar con países dónde las bicis son un medio de transporte real, creo que nos llevan años de ventaja en ese aspecto.

    ¡Salud!

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