viernes, 5 de abril de 2013

Es una timada

Tengo un alumno de doce años al que le raciono las preguntas por sesión hasta un máximo de dos. De otro modo gastaría mis 50 minutos indocentes vomitando obviedades en lugar de someros brochazos de conocimiento. Mi estimado Jaime siempre protesta, escaso de convicción, con las mismas palabras del título.
Valga tan traído prolegómeno para denunciar un timo de los de verdad: pagas 13 euros, pierdes dos horas y te quedas con la sensación de ser gilipollas perdido. No, no me refiero a ver la última de Almodóvar con menú de palomitas. Que podría ser, pero para ello no hace falta irse al Guggenheim, que en definitiva es el crimen que nos ocupa hoy.
El concepto de estafa es variado y graduable. Si lo comparas con los 7 euros de subirse al puente colgante de Portugalete, o los 18 de La Sagrada Familia, acceder al museo es hasta barato. Si lo equiparas al museo británico –gratuito–, el Guggie es un auténtico robo. Perdónenme el apelativo cariñoso, pero después de engañarme así me he venido arriba con este picaruelo.
El edificio desde luego es muy cuco, original y futurista. Goloso por fuera y caprichoso por dentro. Perderse entre sus múltiples y espaciosas salas es un ejercicio de arquitectura hedonista. Quienquiera que diseñara el recinto –perdonen mi imperdonable incultura–, disfrutó del encargó y se ensañó con él. Los vanos, terrazas, pasillos, pasarelas y rampas harían las delicias de cualquier skater vicioso. Hasta aquí llega lo bueno.
Porque lo demás es furrufalla exquisita. Una manera torpe de convertir el Guggenheim en un orinal de oro: brillante en su continente; una auténtica mierda su contenido. Lo mismo hubiera preferido que me vendieran sólo el lugar, vacío, sobrio, sin que le quede a uno la sensación de que un niño de tres años ha pintarrajeado el estuco nuevo del salón. Bien, lo grave no son las rayas. Lo obsceno es que se empeñen en que son arte.
Yo debo ser un inútil integral, limitado, analfabeto, burdo e insensible. Puedo prometerles que miré todos y cada uno de aquellos cuadros, esculturas y bocetos. Hasta me sometí a la odiosa audioguía que sólo vale para justificar la entrada prohibitiva y la encendí media docena de veces, sólo para reafirmarme en mis vulgares impresiones sobre las obras incomprendidas. Los análisis audioguiados no podrían adornar más las piezas, pero no por eso tendrán más valor. Yo también soy capaz de clavar cuatro trazos desagradables y pretender que es una alegoría del sufrimiento humano. Desde luego que lo será para el que mire mi obra maestra. No me importa qué iluminados críticos de arte han dado el visto bueno a semejante colección de chapuzas ni cuánto deseaban tirarse a la hija del artista, les puedo asegurar que, para el hombre vulgar, tosco, provinciano y terrenal, aquello no respondía a ningún paradigma artístico. Ni los colores, ni la composición, la armonía, la proporción, la estética, la funcionalidad, las sensaciones, los detalles, la estructura, la evocación… nada en la gran mayoría de las obras discriminaba la genialidad de la bazofia. Sólo en ocasiones la mediocridad salvaba levemente el conjunto, y en mínimas excepciones la pieza transmitía algo, hacía pensar o simplemente gustaba. Ya sé que cualquier iniciado al arte leería estas líneas y me haría ahorcar, pero créanme, señores importantes, para hacer justicia les iba a faltar soga. En el momento que lo artístico se divorcia de la cultura pop ya no es nada, sólo genialidades de incomprendidos para incomprensibles como ustedes. Para los mundanos, pónganos arte de botellón y artistas de aplauso fácil. Dónde va a parar.

4 comentarios:

  1. No he estado nunca dentro, aunque por fuera lo he visto muchas veces. A mi me recuerda al pabellón puente, que es muy bonito en su visión exterior, pero que lo de dentro nadie sabe muy bien para qué sirve ya demás cuesta un huevo mantenerlo. Pero por lo menos, y al fin y al cabo, esto es un museo.

    ResponderEliminar
  2. Nunca fuí, pero me gustaría. Aunque sí creo que al arte debe ser comunicación, y si falla eso...poco hay.

    Pero como siempre, el discurso explicativo, el relato sustituyen lo relevante. Y ay del que diga que el emperador está desnudo...

    ResponderEliminar
  3. Me gusta mucho cómo está escrito este artículo y también el contenido, por supuesto. Estoy de acuerdo, a mi el Guggenheim me impresiono pero por la estafa que me pareció.... Me hace mucha gracia eso de racionalizar las preguntas de tu alumno...¿Pesadico o qué?

    ResponderEliminar
  4. La primera vez que fui al museo de la ciencia Príncipe Felipe de Valencia, que ya tiene huevos el nombre, me impresionó el continente, pero el contenido era una estafa. Años después volví y la cosa había cambiado, aunque aún puede mejorar mucho. Espero que a la próxima vez que vaya el contenido sea de verdad atractivo.

    ResponderEliminar