O condones con agujero, helados hirviendo o ruedas cuadradas para pendientes pronunciadas: la televenta es un timo, un coñazo y la peor profesión del mundo.
He perdido la cuenta de las veces que he recibido a vendedores de humo con las puertas abiertas: en menos ocasiones de las propicias y en muchas más de las necesarias. En ningún caso me han ofrecido algo que me pudiera interesar lo más mínimo.
Y eso que el nota de turno es cada vez más hábil. Te aborda seguro de sí mismo, despilfarrando solvencia, confianza, impecabilidad, soltura y tablas como si llevara toda una vida vendiendo las aspiradoras del título. Poco importa. Nunca voy a cambiarme de compañía eléctrica sólo porque un pavo trajeado afirme que estoy perdiendo dinero, y tampoco me haré socio de Caritas con una cuota mínima de seis euros anuales o seguidor advenedizo de la iglesia de San Agnóstico. Mis comodidades domésticas, criterios éticos o inclinaciones religiosas son demasiado ligeros o profundos –en cualquier caso, demasiado personales– para que el primer coleguita que tenga pico de oro me haga firmar en un papel y yo le compre la moto. Entre otras cosas, porque no me fío un pelo del sistema de venta, de la información masiva, verbal y sin contrastar, y especialmente de los duros a cuatro pesetas, más que nada porque hace tiempo que rula el euro.No sé si les pasa, pero los vendedores de lo que sea de puerta en puerta me transmiten una sombría desconfianza. Sé que me la quieren meter bien doblada, que tienen argumentos para convencerme de que mi verdadera madre es virgen, y que además no soy un prodigio de asertividad para decir no cuando te enfilan al sí con todas las armas de persuasión masiva que inventaron los filósofos griegos –véase lógica, oratoria y retórica–, pero pese a todo, o quizá por ello, me niego a ceder. Auque viniera una tía en pelotas regalando abrazos con final feliz y una tarjeta gratis del Corte Inglés por las molestias, no lo cogería (el abrazo; la tarjeta tampoco; del final feliz no contesto, según el día).
Por eso, porque todo cuesta algo y tener a un enrollao en tu puerta tampoco puede ser bueno, que me quieran llevar al lado oscuro de Vodafone, Iberdrola o Nescafé me resulta siempre un engaño. Sólo lamento no tener suficiente lucidez mental para desenmascarar la trampa a tiempo y pitera para cascárselo al pobre ambulante en la jeta. Que no, tío, que no me engañas, que no entiendo porqué, pero sospecho de tu Gioconda original pintada por Da Vinci a veinte euros en la puerta de mi hogar. Si al menos me la regalases al suscribirme al Círculo de Lectores…
No me gustaría nada ser un vendedor de los de ir puerta por puerta...un trabajo duro. Además me parece que con la crisis va a haber más, como si regresásemos a hace muuchos años.
ResponderEliminarPor cierto, Quino en Mafalda mete unas viñetas muy graciosas sobre este tema.
Como nunca adivinaremos si tenemos delante a un vendedor formal o a un timador, yo he optado por no abrir jamás la puerta de mi hogar. Bueno, sólo para salir de vez en cuando, pero no para recibir ventas a domicilio.
ResponderEliminarSaludos decadentes.
Una vez hice una entrevista de una "editorial" y era para timar a gente con enciclopedias horrendas. Lo malo es que no sé si la próxima vez lo podrá rechazar...son un coñazo, pero los comprendo...y los compadezco :( Puto mundo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy buenas, Dry. A mi personalmente hace tiempo que dejaron de venir los de Jehova, los de las telefónicas para cambiarlas o vendedores de lo que sea. Actualmente, por lo menos a mi, son vendedores que utilizan el teléfono los que tienen peligro, es terrible la cantidad de teleoperador@s que hay. Últimamente estoy recibiendo una media de tres o cuatro llamadas diarias. Me tienen hasta los mismísimos cojones, con perdón.
ResponderEliminarPD: Cada vez que entro aquí has cambiado el mobiliario, joder! estas que echas la casa por la ventana. Que poderío. :-)
Abrazos Dry! te sigo leyendo aunque en ocasiones no te escriba. Lo sabes!