sábado, 28 de mayo de 2011

¿Ingenuidad o ideales? (1/2)

Camino pausado por las graníticas baldosas plazapilarescas y desde hace unas semanas no sólo hay que esquivar administrativos que llegan tarde al ayuntamiento o furgonas de riego que llegan pronto a las sedientas macetas. Hasta hace poco las inmediaciones de la plaza tenían sus citas obligadas con belenes navideños, conciertos populares, certámenes joteros, festivales interculturales y pasos de Semana Santa. Ahora acampan en sus interminables espacios un centenar de tiendas de campaña como si la naturaleza hubiera levantado sus paredes de seda transpirable sobre los cimientos mismos del progreso humano.El espectáculo, más allá de suponer reclamo inusual de turistas accidentales o curiosos del rollo ajeno, ha movilizado a miles de personas –aquí y en todo el país– deseosos de apuntalar cualquier iniciativa hambrienta de justicia y coherencia social, esa que parece desaparecida hace años.Lo primero que uno piensa al perderse entre las nuevas calles nacidas de hileras humildes de vientos y avances multicolores, sujetos por pedruscos asentadores de hogares efímeros frente al derrumbe económico de las viviendas de verdad, es que ningún estamento político ha respaldado, financiado o sugerido esta propuesta. Ha sido Decathlon. Basta con contar el número infinito de Quechuas que se patrocinan en iglús, tiendas y pabellones.
Lo segundo que a uno se le pasa por la cabeza es claro y meridiano, aunque no tan fácil de resolver: ¿esto está bien o mal, es botellón o manifestación, responde a una juventud desencantada o a una chiquillería aventurera? Algunas dudas se disipan pronto. El decimoquinto cartel de “esto no es un botellón” me ayuda a vislumbrar la luz. Las iniciativas se suceden y muchas parecen interesantes, sostenibles o cargadas de buenas intenciones. Así me lo hacen ver los recipientes de basura orgánica, cartón y plástico; el servicio de guardería autogestionado; el taller de yoga matutino; la charla de un profesor universitario; los miles de manifiestos caseros colgados de tiendas, postes y farolas; la tienda solidaria y muchos otros motivos de esperanza.
Otras cuestiones, sin embargo, no ofrecen respuestas tan clarividentes. ¿Quién ha montado esto? ¿Qué se persigue? ¿Qué y quién hay detrás de este tinglado pseudohippie, agitador de conciencias y pacificador de posturas irreconciliables? Necesito más elementos de juicio. Acudo a los foros de Internet, auténtico reducto de sabiduría popular y atrevida ignorancia a partes iguales. Hay de todo: desde los que animan, secundan y vitorean a los ideólogos, acampados y simpatizantes de la propuesta, hasta los que crucifican, desmontan y maldicen la historia por su pasividad, vagancia y falta de realismo.

Vuelvo al lugar del crimen. No por vicio. Es cruce obligado de casi todos los destinos de mi vida, dícese ocio o labor. Paseo curioso por sus ideologías, ando entre sus esperanzas, recorro sus sueños como el que contempla un museo que le han dicho que está muy bien y no sabe si hacerse un juicio de valor propio o confiar en la crítica especializada. Tropiezo visualmente con lo que buscaba, con el único bocadillo que puede saciar mi hambruna de preguntas: un puñao de respuestas. Sobre una farola mamotreto de muchos miles de euros de coste en años de despilfarro y bonanza, me encuentro un manifiesto ideológico de muchos quilates, sincero, enrabietado, potente e ingenuo, que tal vez cobraría más fuerza sin esas faltas de ortografía garrafales –es lo que traen las nuevas generaciones, qué le vamos a hacer.
Las medidas, más allá de una reseña antinuclear, confluyen en fines sociales, reparto de la riqueza, trabajo para todos, mano dura contra el corrupto, pensiones dignas, elecciones justas, eliminación de privilegios de políticos y altos funcionarios, y recargo fiscal sobre los opulentos en vez de fundir a los míseros.
El sistema es una puta mierda. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres. En proporción a los que se rinden a la inanición de las tripas hinchadas y los estómagos vacíos, a los que su único fin en la vida es dar con sus huesos en los buches de un puñao de impacientes buitres, en relación a ellos los europeos somos sumamente afortunados. Pero si lo comparamos con esos cabrones que dirimen nuestros destinos, que cobran más de cinco mil euros mensuales, que están blindados en fueros medievales, en dietas millonarias y en gastos de representación de todo tipo, entonces nos están timando tanto como a los demás. La pasta no se destruye, sólo cambia de manos.

martes, 17 de mayo de 2011

La discriminación positiva

Hay rémoras sociales que a fuerza de pretender erradicarlas se ha blindado a sus víctimas muy por encima de lo comparativamente razonable. Y no estoy hablando de las oposiciones donde se reservan plazas para minusválidos, donde no tienen desventaja alguna y si unas ratios de fábula, ni de la violencia de género, terrible y execrable, pero no menos que la deportiva o los crímenes monetarios. Hoy hablo del racismo.
La discriminación a una etnia, raza o país es algo fascista, fanático e ignorante. No podemos olvidar que todos, en algún momento de la historia, fuimos migradores. Podremos revestirlo de colonización, cristianización, conquista o intervencionismo, pero todos hemos metido las narices en los mocos ajenos. Tampoco entiendo por qué a los extranjeros primermundistas se les llama turistas y a los del Tercer Mundo ilegales. Cuestión de dinero, supongo.
Lo que sí considero injusto, por muy políticamente incorrecto que sea mi razonamiento, es que se penalice ferozmente al que comete un acto de racismo frente al que lo hace con la misma mala baba, pero sin matiz étnico. No parece muy ecuánime que “negro”, “gitano” o “mono” sea peor que “hijoputa”, “cojitranco” o “calvo de mierda”. Más cuando tener una madre de profesión sus piernas abiertas, cojear un poco en algún aspecto o sufrir estrés alopécico parecen cosas mucho más graves que tener la piel marrón oscuro, casarse rompiendo un botijo o parecerse a un primate, al que por cierto todos nos parecemos. El racismo es malo y hay que combatirlo, pero no me parece bien que se le dé más importancia a eso que a otras barbaridades. Motes los ha habido siempre y nunca dejaremos de referirnos al semejante con calificativos tan despectivos como aparentes. Una cosa sí es segura: cuanto más acusado el rasgo, más propenso a ser moteizado. Si no de qué iba a haber gordos, marimachos, mancos, estreñidos, chuloputas, cuatrojos, recauchutadas y yonquis, entre otros ejemplares de la fauna mundial.

martes, 10 de mayo de 2011

Coca–Cola nos ha hecho felices

Querido Carlos:

Hoy me he sentado en mi mecedora en el porche de casa. Los niños jugaban en la calle y el tráfico parecía especialmente feliz esta tarde de verano. Estoy contento de ser una persona. He abierto la nevera portátil y me he enfrentado a una difícil decisión: ¿Me tomo una cerveza o una Coca-Cola? Ya sabes que no soy un alcohólico y por ello me he decantado por el brebaje de la felicidad. Dios, qué buena me ha sabido. Cuando esas refrescantes burbujas cosquilleaban mi gaznate he sentido la película de mi vida pasar delante de mí. Entonces me he acordado de ti, de Iñaki, de José, de Javier, de Luis, Roberto, Alex y Ángel.
¡Qué tiempos aquellos! Éramos los reyes del mambo. Siempre vacilando a las chiquitas, con nuestra botella de Coca-Cola en la mano, con ese sonido inconfundible al despitar las latas como si fueran granadas de mano, con esa espuma marrón que vaticinaba nuevas aventuras y momentos de oro juntos, con esa amistad tan noble, tan ingenua, tan legal. En ese momento me he dado cuenta: Coca–Cola nos ha hecho felices, nos ha guardado en todos los malos momentos, nos ha dado algo para continuar unidos, y cuando las circunstancias nos han separado, sus anuncios han mantenido la llama viva por siempre en nuestros corazones. No me sorprende que Papá Noel cambiara su verde Amena por el rojo carbonatado. Ambos –la bebida y Santa Claus– representan la ilusión, la bondad y la felicidad sincera.
Sé que estás pasando por momentos difíciles. Por eso me he decidido a escribirte. Porque hemos descubierto millones de universos juntos, porque las cosas nunca hubieran sido igual sin nuestras tardes de eructos y nuestros cubatas de medianoche furtivos, porque nos une un sentimiento de bienestar cósmico para con todos los seres de este mundo y de otros. Porque me importas un montón, y porque, aunque los demás ya no estén aquí, cuando veo pasar el camión rojo de mi bebida favorita me acuerdo de ellos tanto como me acuerdo de ti.
Cuídate mucho. Ya nos veremos.

Alberto

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Estimado Alberto

Eres un hijodeputa de los que hacen patria. ¿Me escribes 27 años después de que me diagnostiquen una diabetes de caballo galopante para contarme tus soplagaiteces y me vienes con gilipolleces de amistad eterna y felicidad gracias a Coca-Cola? ¿Pero tú eres subnormal o es que tu sadismo no te deja dormir? ¿Pero es que no te has enterado que me cortaron las dos piernas por culpa de todo el azúcar que me estaba metiendo en cada “lata de felicidad”? Que sí, que Coca-Cola no tenía la culpa de que fuera diabético, pero si me hubiera dado a la heroína o a las pastillas aún tendría piernas de verdad y no prótesis de Robocop.
Yo también me acuerdo de esas tardes de botellines de cola en el parque, quedándonos con las chavalas y levantándoles la falda. Igual nos tomábamos un litro de Coca-Cola al día cada uno. Tú te fuiste a Seattle, por eso no estabas cuando a Luis le tuvieron que cambiar toda la boca por culpa de la caries. Si te acuerdas, Albertiko, Luis no probaba los dulces; fue tu bebida que está hecha para hacer sentir bien a la gente. Bien, sus padres se arruinaron en el dentista y cuando se descalcificaron los huesos por culpa del ácido fosfórico no pudieron hacer frente al tratamiento. Todo gracias al elixir de la lata roja. Murió hace ocho años de osteoporosis. Sus huesos no le soportaban.
Javier todavía vive. Está postrado en una cama. Pesa 223 kg. Dicen que tenía un problema de tiroides, pero que fuera adicto al azúcar de la Coca-Cola tuvo mucho que ver con su sobrepeso. Sigue bebiéndose la felicidad enlatada aunque no debería. ¡Qué coño le dices un tío que no tiene ganas de vivir ni recuperación alguna!
Iñaki murió en el 86 de cáncer de pulmón. No sé tú, pero los médicos apuntaron al metilimidazol proveniente del colorante marrón de tu refresco favorito como causa detonante.
José está bien, dentro de lo que cabe. Tiene insomnio crónico por culpa de la Coca-Cola y su cafeína. Por las noches no dormía y por las mañanas no rendía. Lo echaron del trabajo. De seis trabajos. Ha degenerado un montón y está a punto de ser desahuciado.
Roberto está enganchado a la cocaína. Nunca superó su adicción a la Coca-Cola y cuando intentó dejarla ya no podía vivir sin su ración diaria (es lo que tiene la hoja de coca). Al final cambió una mierda por otra. Más cara, por cierto.
Alex ha tenido serios problema de riñones, según los galenos por la “ingesta masiva de bebidas gasificadas”. Ahora come con una máquina y no pesará más de 48 kilos.
Ángel tuvo una taquicardia el año pasado. Quiero decir que tuvo otra taquicardia. No te preocupes que ya no tendrá más. Según su mujer fue la cafeína de la Coca-Cola la culpable, pero vete tú a saber.
Yo estoy bien, de puta madre. Vivo conectado a una máquina y tomo una comida de mierda. Cada dos o tres meses me cortan un trozo de extremidad. Ya me han amputado las piernas hasta arriba y el brazo izquierdo por encima del codo. Los médicos dicen que no viviré más de cuatro meses. Si no te vuelvo a escribir es que ya no tendré brazo derecho para hacerlo, que por cierto no veas lo que cuesta coger un boli con tres dedos, que es lo que me queda. Mi esposa no soportó las sucesivas amputaciones y me dejó hace un año. Tampoco la culpo. Mi carácter es insoportable. Menos mal que me quedan amigos como tú para recordarme que “Things go better with Coca-Cola”. Por cierto, cuando te fuiste a Seattle podías habernos dicho que la multinacional que te había contratado como Gerente de Planta era una empresa de bebidas refrescantes y felicidad embotellada.

Carlos

miércoles, 4 de mayo de 2011

El retorno de Cuadrícula de Excel

A veces ganan los buenos.

Luis Mateo Sanjuanes –Cuadrícula de Excel– era el mejor agente de campo. Se conocía el código penal de memoria, la constitución en seis lenguas cooficiales y el reglamento de régimen interno con sus excepciones y variantes. Era el más rápido rellenando formularios y denuncias, el más avezado a la hora de vislumbrar soluciones legales y el más imaginativo para resolver casos presuntamente imposibles. No era extraño que Cuadrícula de Excel despertara en Más Largo que un Día sin Pan una contradictoria mezcla de admiración soberana y envidia latente. Descubrir que Cuadrícula de Excel se había dejado seducir por el lado oscuro suponía un mazazo anímico tremendo para el estirado. Largo sentía que su fe en la justicia y la verdad se tambaleaba; que su adoración y fervor por el policía legalista crecía y se corrompía a un tiempo; y que sus más profundos sentimientos hacia la policía más tierna, hermosa y bondadosa de Proteger y Servir afloraban presos de oscuros presagios y aterradores indicios tanáticos.

Aquella mañana los pantalones reglamentarios parecían más cortos que nunca. ¿Qué coño miras? y Bollitos Martínez le observaban desde su banco con una mezcla de fingida educación y risa contenida. Era difícil ver a ¿Qué Coño Miras? riéndose, por eso Más Largo que un Día sin Pan no se tomó a mal la burla a su uniforme descuajeringado. Decidió encasquetarse el cinturón por debajo del ombligo y tapar así seis centímetros más de tobillo. Largo descubrió que era mucho más cómodo llevar así los pantalones, por mucha hucha que su chaqueta al límite enseñara. Cuando salió del vestuario los dos agentes contemplaron el corte naciente de sus nalgas asomantes y estallaron de espontánea felicidad. Largo se volvió desafiante y Bollitos se asustó, pero ¿Qué Coño Miras? cambió la hilaridad por una expresión torva y desafiante mucho más acorde con su pseudónimo. No era frecuente ver a Largo tan agresivo y poco amistoso, pero el pulso se mantuvo durante incontables segundos. En poco tiempo se hizo un corrillo de policías hambrientos de barro: Vaya Marrón, Geriatriz, Gorra Torcida, Carapan con Sésamo, Pies Mogolluna, Merengona, Espeso pero Revenido y Tendencias.
La cosa no pasó a mayores. Sota de Espadas y Gordo pero que Manda Más que el Rey cortaron la esperada trifulca con el briefing de las 8. Los jefes sólo hablaron de casos habituales de botelloneros de once años los martes por la tarde y sustracciones de malvadas marujas en los chinos, pero remataron la mañana con una primicia tan inesperada como indigesta: Cuadrícula de Excel volvía a Proteger y Servir desde la Central. Los compañeros se levantaron a su paso y aplaudieron al funcionario a su paso. No es que les cayera especialmente bien un tipo meticuloso y legalista como Excel, pero gustaban de celebrar cualquier gilipollez y revestirla de acontecimiento histórico. Cuadrícula saludó someramente, dijo seis palabras estudiadas y vacías y se sentó en primera fila a escuchar el resto del discurso de Gordo. Día sin Pan tenía la mirada perdida en la nuca de Cuadrícula de Excel. No podía ver su cara, pero sentía que se reía malvadamente.
Cuando Largo se ajustaba la porra y las esposas en el cinturón como último escalón del ritual pre-ronda, atisbó en el escritorio de Excel una foto en blanco y negro de Guapo con Ganas. Se paró frente al perfeccionista agente de oficina y cruzaron fuerzas en un diálogo intenso.

No te saldrás con la tuya –dijo el alto.
–No sé de qué me hablas –respondió el cuadriculado.
–Lo sabes muy bien. –Largo contempló la expresión coqueta de Guapo con Ganas, el agente presumido apuñalado por error en el cine Marlon. No sabía si su muerte había sido orquestada por Excel o simplemente aprovechaba la coyuntura para desconcertarle todavía más. –Sé que eres tú el oscuro malechor en la sombra.
–“El oscuro malechor en la sombra” –se burló Luis Mateo Sanjuanes–. Deberías oírte, Largo, te estás cursilizando desde que te asignaron a Elfo.

Día se abalanzó sobre Excel y lo agarró vehementemente de la camisa con tanta fuerza que la chapa policial se le clavó en los dedos hasta chupar sangre. La mirada la tenía perdida en desesperación y miedo a perder su ángel, y todo ello su enemigo lo sabía. Largo comenzó su amenaza pero nunca pudo terminarla.

–Como le pase algo a Ojos Almendr…
–Largo, largo de aquí –gritó Sota de Espadas–. Le recuerdo a usted que Excel es su superior. Se le abrirá expediente por esto. A ver si se echan un polvo de una vez la pava y usted, lo necesitan.

Día sin Pan tragó humillación, odio y rabia hasta ahogarse tres veces. Su rostro se encarnó hasta asfixiarse en frustración mientras varias locuras luchaban por captar el control de sus movimientos. Deseaba sacar la porra y metérsela en la boca a Sota de Espadas, lo cual suponía arresto de seis a doce meses y expulsión del cuerpo de por vida; también quería desenfundar el 38 y vaciar el cargador en las gafas de pasta de Cuadrícula, lo que implicaba de doce a veinticinco años de prisión; por último, se le ocurrió también coger a Sota, ¿Qué Coño miras? y Excel y enviarlos a las selvas de Colombia con el uniforme de las FARC para que Machote hiciera el trabajo y disfrutara con ello; para esto último no había nada legislado, pero era harto inviable.

Ojos Almendrados de Elfo solucionó la incógnita agarrando a Largo por el brazo, con tierna firmeza, y secuestrándolo de su propia enajenación mental transitoria. Cuatro manzanas más abajo su fiel compañero se lo agradecería, pero de momento la impotencia se llevaba todos sus impulsos. Antes de irse pudo ver el brillo en los ojos de Excel. Sin decir nada, estaba confesando que él era el malo y que le llevaba dos o tres pasos de ventaja.