Querido Carlos:
Hoy me he sentado en mi mecedora en el porche de casa. Los niños jugaban en la calle y el tráfico parecía especialmente feliz esta tarde de verano. Estoy contento de ser una persona. He abierto la nevera portátil y me he enfrentado a una difícil decisión: ¿Me tomo una cerveza o una Coca-Cola? Ya sabes que no soy un alcohólico y por ello me he decantado por el brebaje de la felicidad. Dios, qué buena me ha sabido. Cuando esas refrescantes burbujas cosquilleaban mi gaznate he sentido la película de mi vida pasar delante de mí. Entonces me he acordado de ti, de Iñaki, de José, de Javier, de Luis, Roberto, Alex y Ángel.
¡Qué tiempos aquellos! Éramos los reyes del mambo. Siempre vacilando a las chiquitas, con nuestra botella de Coca-Cola en la mano, con ese sonido inconfundible al despitar las latas como si fueran granadas de mano, con esa espuma marrón que vaticinaba nuevas aventuras y momentos de oro juntos, con esa amistad tan noble, tan ingenua, tan legal. En ese momento me he dado cuenta: Coca–Cola nos ha hecho felices, nos ha guardado en todos los malos momentos, nos ha dado algo para continuar unidos, y cuando las circunstancias nos han separado, sus anuncios han mantenido la llama viva por siempre en nuestros corazones. No me sorprende que Papá Noel cambiara su verde Amena por el rojo carbonatado. Ambos –la bebida y Santa Claus– representan la ilusión, la bondad y la felicidad sincera.
Sé que estás pasando por momentos difíciles. Por eso me he decidido a escribirte. Porque hemos descubierto millones de universos juntos, porque las cosas nunca hubieran sido igual sin nuestras tardes de eructos y nuestros cubatas de medianoche furtivos, porque nos une un sentimiento de bienestar cósmico para con todos los seres de este mundo y de otros. Porque me importas un montón, y porque, aunque los demás ya no estén aquí, cuando veo pasar el camión rojo de mi bebida favorita me acuerdo de ellos tanto como me acuerdo de ti.
Cuídate mucho. Ya nos veremos.
Alberto
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Estimado Alberto
Eres un hijodeputa de los que hacen patria. ¿Me escribes 27 años después de que me diagnostiquen una diabetes de caballo galopante para contarme tus soplagaiteces y me vienes con gilipolleces de amistad eterna y felicidad gracias a Coca-Cola? ¿Pero tú eres subnormal o es que tu sadismo no te deja dormir? ¿Pero es que no te has enterado que me cortaron las dos piernas por culpa de todo el azúcar que me estaba metiendo en cada “lata de felicidad”? Que sí, que Coca-Cola no tenía la culpa de que fuera diabético, pero si me hubiera dado a la heroína o a las pastillas aún tendría piernas de verdad y no prótesis de Robocop.
Yo también me acuerdo de esas tardes de botellines de cola en el parque, quedándonos con las chavalas y levantándoles la falda. Igual nos tomábamos un litro de Coca-Cola al día cada uno. Tú te fuiste a Seattle, por eso no estabas cuando a Luis le tuvieron que cambiar toda la boca por culpa de la caries. Si te acuerdas, Albertiko, Luis no probaba los dulces; fue tu bebida que está hecha para hacer sentir bien a la gente. Bien, sus padres se arruinaron en el dentista y cuando se descalcificaron los huesos por culpa del ácido fosfórico no pudieron hacer frente al tratamiento. Todo gracias al elixir de la lata roja. Murió hace ocho años de osteoporosis. Sus huesos no le soportaban.
Javier todavía vive. Está postrado en una cama. Pesa 223 kg. Dicen que tenía un problema de tiroides, pero que fuera adicto al azúcar de la Coca-Cola tuvo mucho que ver con su sobrepeso. Sigue bebiéndose la felicidad enlatada aunque no debería. ¡Qué coño le dices un tío que no tiene ganas de vivir ni recuperación alguna!
Iñaki murió en el 86 de cáncer de pulmón. No sé tú, pero los médicos apuntaron al metilimidazol proveniente del colorante marrón de tu refresco favorito como causa detonante.
José está bien, dentro de lo que cabe. Tiene insomnio crónico por culpa de la Coca-Cola y su cafeína. Por las noches no dormía y por las mañanas no rendía. Lo echaron del trabajo. De seis trabajos. Ha degenerado un montón y está a punto de ser desahuciado.
Roberto está enganchado a la cocaína. Nunca superó su adicción a la Coca-Cola y cuando intentó dejarla ya no podía vivir sin su ración diaria (es lo que tiene la hoja de coca). Al final cambió una mierda por otra. Más cara, por cierto.
Alex ha tenido serios problema de riñones, según los galenos por la “ingesta masiva de bebidas gasificadas”. Ahora come con una máquina y no pesará más de 48 kilos.
Ángel tuvo una taquicardia el año pasado. Quiero decir que tuvo otra taquicardia. No te preocupes que ya no tendrá más. Según su mujer fue la cafeína de la Coca-Cola la culpable, pero vete tú a saber.
Yo estoy bien, de puta madre. Vivo conectado a una máquina y tomo una comida de mierda. Cada dos o tres meses me cortan un trozo de extremidad. Ya me han amputado las piernas hasta arriba y el brazo izquierdo por encima del codo. Los médicos dicen que no viviré más de cuatro meses. Si no te vuelvo a escribir es que ya no tendré brazo derecho para hacerlo, que por cierto no veas lo que cuesta coger un boli con tres dedos, que es lo que me queda. Mi esposa no soportó las sucesivas amputaciones y me dejó hace un año. Tampoco la culpo. Mi carácter es insoportable. Menos mal que me quedan amigos como tú para recordarme que “Things go better with Coca-Cola”. Por cierto, cuando te fuiste a Seattle podías habernos dicho que la multinacional que te había contratado como Gerente de Planta era una empresa de bebidas refrescantes y felicidad embotellada.
Carlos
Hoy me he sentado en mi mecedora en el porche de casa. Los niños jugaban en la calle y el tráfico parecía especialmente feliz esta tarde de verano. Estoy contento de ser una persona. He abierto la nevera portátil y me he enfrentado a una difícil decisión: ¿Me tomo una cerveza o una Coca-Cola? Ya sabes que no soy un alcohólico y por ello me he decantado por el brebaje de la felicidad. Dios, qué buena me ha sabido. Cuando esas refrescantes burbujas cosquilleaban mi gaznate he sentido la película de mi vida pasar delante de mí. Entonces me he acordado de ti, de Iñaki, de José, de Javier, de Luis, Roberto, Alex y Ángel.
¡Qué tiempos aquellos! Éramos los reyes del mambo. Siempre vacilando a las chiquitas, con nuestra botella de Coca-Cola en la mano, con ese sonido inconfundible al despitar las latas como si fueran granadas de mano, con esa espuma marrón que vaticinaba nuevas aventuras y momentos de oro juntos, con esa amistad tan noble, tan ingenua, tan legal. En ese momento me he dado cuenta: Coca–Cola nos ha hecho felices, nos ha guardado en todos los malos momentos, nos ha dado algo para continuar unidos, y cuando las circunstancias nos han separado, sus anuncios han mantenido la llama viva por siempre en nuestros corazones. No me sorprende que Papá Noel cambiara su verde Amena por el rojo carbonatado. Ambos –la bebida y Santa Claus– representan la ilusión, la bondad y la felicidad sincera.
Sé que estás pasando por momentos difíciles. Por eso me he decidido a escribirte. Porque hemos descubierto millones de universos juntos, porque las cosas nunca hubieran sido igual sin nuestras tardes de eructos y nuestros cubatas de medianoche furtivos, porque nos une un sentimiento de bienestar cósmico para con todos los seres de este mundo y de otros. Porque me importas un montón, y porque, aunque los demás ya no estén aquí, cuando veo pasar el camión rojo de mi bebida favorita me acuerdo de ellos tanto como me acuerdo de ti.
Cuídate mucho. Ya nos veremos.
Alberto
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Estimado Alberto
Eres un hijodeputa de los que hacen patria. ¿Me escribes 27 años después de que me diagnostiquen una diabetes de caballo galopante para contarme tus soplagaiteces y me vienes con gilipolleces de amistad eterna y felicidad gracias a Coca-Cola? ¿Pero tú eres subnormal o es que tu sadismo no te deja dormir? ¿Pero es que no te has enterado que me cortaron las dos piernas por culpa de todo el azúcar que me estaba metiendo en cada “lata de felicidad”? Que sí, que Coca-Cola no tenía la culpa de que fuera diabético, pero si me hubiera dado a la heroína o a las pastillas aún tendría piernas de verdad y no prótesis de Robocop.
Yo también me acuerdo de esas tardes de botellines de cola en el parque, quedándonos con las chavalas y levantándoles la falda. Igual nos tomábamos un litro de Coca-Cola al día cada uno. Tú te fuiste a Seattle, por eso no estabas cuando a Luis le tuvieron que cambiar toda la boca por culpa de la caries. Si te acuerdas, Albertiko, Luis no probaba los dulces; fue tu bebida que está hecha para hacer sentir bien a la gente. Bien, sus padres se arruinaron en el dentista y cuando se descalcificaron los huesos por culpa del ácido fosfórico no pudieron hacer frente al tratamiento. Todo gracias al elixir de la lata roja. Murió hace ocho años de osteoporosis. Sus huesos no le soportaban.
Javier todavía vive. Está postrado en una cama. Pesa 223 kg. Dicen que tenía un problema de tiroides, pero que fuera adicto al azúcar de la Coca-Cola tuvo mucho que ver con su sobrepeso. Sigue bebiéndose la felicidad enlatada aunque no debería. ¡Qué coño le dices un tío que no tiene ganas de vivir ni recuperación alguna!
Iñaki murió en el 86 de cáncer de pulmón. No sé tú, pero los médicos apuntaron al metilimidazol proveniente del colorante marrón de tu refresco favorito como causa detonante.
José está bien, dentro de lo que cabe. Tiene insomnio crónico por culpa de la Coca-Cola y su cafeína. Por las noches no dormía y por las mañanas no rendía. Lo echaron del trabajo. De seis trabajos. Ha degenerado un montón y está a punto de ser desahuciado.
Roberto está enganchado a la cocaína. Nunca superó su adicción a la Coca-Cola y cuando intentó dejarla ya no podía vivir sin su ración diaria (es lo que tiene la hoja de coca). Al final cambió una mierda por otra. Más cara, por cierto.
Alex ha tenido serios problema de riñones, según los galenos por la “ingesta masiva de bebidas gasificadas”. Ahora come con una máquina y no pesará más de 48 kilos.
Ángel tuvo una taquicardia el año pasado. Quiero decir que tuvo otra taquicardia. No te preocupes que ya no tendrá más. Según su mujer fue la cafeína de la Coca-Cola la culpable, pero vete tú a saber.
Yo estoy bien, de puta madre. Vivo conectado a una máquina y tomo una comida de mierda. Cada dos o tres meses me cortan un trozo de extremidad. Ya me han amputado las piernas hasta arriba y el brazo izquierdo por encima del codo. Los médicos dicen que no viviré más de cuatro meses. Si no te vuelvo a escribir es que ya no tendré brazo derecho para hacerlo, que por cierto no veas lo que cuesta coger un boli con tres dedos, que es lo que me queda. Mi esposa no soportó las sucesivas amputaciones y me dejó hace un año. Tampoco la culpo. Mi carácter es insoportable. Menos mal que me quedan amigos como tú para recordarme que “Things go better with Coca-Cola”. Por cierto, cuando te fuiste a Seattle podías habernos dicho que la multinacional que te había contratado como Gerente de Planta era una empresa de bebidas refrescantes y felicidad embotellada.
Carlos
me quede sin palabras, me encantó !! y como pesa saber q tienes razón, bueno q Carlos tiene razón cuando pensamos como Alberto ... y q trabajo mas nos costará dejarla, pero es algo q se tiene q hacer cuando amas la vida.
ResponderEliminarQué bueno!
ResponderEliminarLas Cocacolas las carga el diablo, por eso es mejor tomarse una Ambar ;D
jajaja,..pobre Carlos y que cacho maricón esta hecho el Alberto, estoy seguro que sabia lo que le ocurría a su antiguo amigo, pero la cosa era joderle!
ResponderEliminarOye Dry!..a mi gusta un montón la Coca esa, pero con medio litro de vino dentro, eh!..jajaja.. !!al rico kalimotxo!!
Muy bueno, lo que has escrito es una realidad como un piano.
Abrazos
Después de la primera carta te iba a comentar que si te habían pagado la publicidad, después de leer la segunda omito el comentario...
ResponderEliminarMe tengo que poner al día con cuadrícula de excell, en cuanto saque un hueco...
dirty saludos¡¡¡¡¡
Cocacola, liquido por excelencia, que tendra, quizas más ilusión que otra cosa. Siempre quieres más.
ResponderEliminarAfortunadamente, eso sólo pasa en América... En España, tenemos al PP, que es azul como los pitufos y no está en versión light porque somos mu machos.
ResponderEliminarCierto es que hay cosas que matan de poco a poco.