lunes, 10 de enero de 2011

Abyecto criminal

El señor acelerado dobló la esquina ahogado en jadeos entrecortados. Si no le cosían a balas, su propia respiración se deshilacharía en incontables flecos aeróbicos. Intentó ocultarse tras unos contenedores de basura, pero tomaba aire de modo escandaloso. Continuó corriendo por el inhóspito callejón hasta que decidió tomar la primera alcantarilla con suficiente diámetro para tragar su barriga trabajada a base de grasas polisaturadas y bollería industrial.
Los pasadizos no eran precisamente como los de las películas. No había luz, ni acera de dos metros, ni bóvedas de nueve metros de alto. Para caminar debía agacharse y el pequeño bordillo lateral desaparecía intermitentemente obligándole a mojarse el zapato con las más inmundas combinaciones residuales. Las ratas al menos salían corriendo al verle.
Llegó a una intersección donde se abría un espacio rectangular lleno de mantas, carros de supermercados y habitantes del subsuelo. El señor acelerado creyó que se trataba de indigentes, pero eran criminales y fugitivos como él. Decidió pasar la noche con ellos, y comenzaron a intimar.

–¿Y cuál es tu crimen? –le preguntó al barbudo.
–Asesiné a mi amante porque se acostaba con su marido –respondió el barbas.
–Pero si era su mujer.
–Es que soy muy celoso. A él lo rocié con gasolina y le prendí fuego. Estaba muy quemado.
–¿Cuál de los dos? –añadió el señor acelerado a modo de chiste. El señor barbudo no contestó. Se limitó a mirarle con cara de odio. El fugitivo decidió entablar una nueva conversación.
–¿Y tú que has hecho? –le inquirió al cicatrices.
–Soy violador profesional. He cometido tantos crímenes sexuales como cicatrices tengo en la cara. Así las cuento cuando no me acuerdo del número exacto.
El señor acelerado observó detenidamente los rasgos del cicatrices, pero cuando llevaba 27 marcas se perdió, y optó por continuar con el señor que no sabes si te mira a ti o al de al lado.
–¿Les mirabas mal? –señaló haciéndose el gracioso.
–Eres un hijodeputa. Te voy a matar –contestó el señor que no sabes si te mira a ti o al de al lado.
–¡Déjalo! –dijo el hombre de la herida en la frente–. Al bizco lo buscan por robar un furgón blindado y gastarse todas las perras en un mes.
–Joder, cómo lo haría –replicó el señor acelerado.
–Saqué a todas las ancianas de la residencia y me las llevé a Las Vegas.
–¿Y todo eso lo hiciste por caridad? –preguntó el acelerado.
–No. Fue a cambio de cohabitar con ellas.
–Adiós. ¿Y tú, herida en la frente? –prosiguió el señor acelerado–. ¿Has asesinado a algún presidente con un rifle telescópico?
–No. Vendía drogas a la puerta de un colegio. Un negocio fácil.
–Ya. Y los chicos te denunciaron, ¿no?
–No. Eran disminuidos psíquicos. No se enteraban. Me vendió mi suministrador cuando me negué a comprarle si subía el precio.
–Vale –dijo el acelerado–. ¿Y tú, trajeado?
–He vendido pisos que no eran míos. Cuarenta y cinco. Sé que parece un crimen horrible, pero lo de éste es peor. Tenía una empresa de jabón tóxico que vertía al Mediterráneo. Ahora está prohibida la pesca y el baño desde Ceuta hasta Cádiz.
–Joder. Y yo que pensaba que lo mío era fuerte.
–Aquí todos somos hermanos. No importa lo que hayas hecho. Te vamos a aceptar.
–Bueno –se relajó el señor acelerado–, soy fumador. Esta mañana me estaba fumando un Ducados a siete metros de la entrada de una escuela de adultos.

Los seis delincuentes se mostraron entonces profundamente afectados. Los que habían ofrecido una sonrisa amable la torcieron hasta formar muecas de desprecio. Las manos abiertas se tornaron puños apretados, y las miradas dulces parecían proyectar puñales hacia el señor acelerado.

–Tú, tú, horrible y despreciable fumador. ¡Oh, Dios, llévate de aquí a este demonio inmundo! Ninguno hemos cometido crímenes que merezcan tanto castigo. Tú. Podremos haber violado, asesinado, estafado, drogado o contaminado, pero nunca, repito, nunca hemos encendido un cigarrillo. Cogedle, cogedle.

El señor acelerado hizo honor a su nombre y salió por piernas. Uno de sus perseguidores se tropezó con la manta y se fue al suelo. Otro era muy lento y retrasaba a los otros. Sea como fuera el señor acelerado consiguió volver por el mismo camino y levantar la tapa de la alcantarilla. Cuando salió se encontró con la multitud que antes le acosara por las calles. Intentó escapar pero le cogieron entre nueve. Salieron los delincuentes y se sumaron al linchamiento. Tiraron una cuerda a la farola más cercana y colgaron al señor acelerado de la soga. Éste sufrió trece minutos de espasmos horrendos. Cuando parecía todo perdido lo bajaron. Vino el carnicero y le sacaron las tripas y los intestinos. Entonces le ataron de manos, pies y genitales y tiraron de las cinco cuerdas en grupos de doce. Las piernas fueron lo último en desprenderse del tronco. Antes de que pudiera acabar de desangrarse le pusieron la cabeza contra un bordillo y se la cercenaron. Después rociaron el tronco descabezado con gasolina y le prendieron fuego. Las otras seis partes fueron colgadas por sitios emblemáticos de la ciudad como escarmiento y aviso a futuros fumadores. Estaba más que justificado. Una cosa era delinquir y otra mucho más grave fumar en zona no autorizada.
Una semana más tarde, los Reyes de España y el Presidente del Gobierno tuvieron una recepción oficial con el señor barbudo, el señor cicatrices, el señor que no sabes si te mira a ti o al de al lado, el hombre de la herida en la frente, el señor trajeado y el empresario de jabón tóxico. Como reconocimiento a la inmensa labor social que habían realizado ayudando a capturar al malvado señor acelerado, y aplicando la nueva reglamentación del código penal, todos ellos recibieron la medalla al mérito ciudadano, 300 mil euros libres de impuestos, una nueva identidad y un inmueble a elegir de la red de embargos nacional. Además se les proporcionaría un trabajo en su localidad de residencia. Ciertamente eran medidas austeras, pero con la crisis prefirieron no recompensarles como merecían. Ellos, como buenos chicos que eran, no se quejaron apenas. El Gobierno subvencionó los gastos con los beneficios que dejaba la Tabacalera.

5 comentarios:

  1. Toda prohibición conlleva un beneficio económico para alguien.

    Muy buena historia Drywater!

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  2. yo era de los que tiraban de la cuerpa de los genitales... Malditos fumadores! (snif, que lástima)

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  3. A ver drywater si te van a meter un puro!

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  4. Bueno, bueno, que no será para tanto...
    Un saludo a todos mis ex (fumadores)

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  5. Cuánto odio hay en esta entrada xD

    Esperemos que no saquen más leyes absurdas, con tal de joder...

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