El arte no puede ser copiado; al menos gratis.
Ana Mosquejón volvía a los acogedores pliegues de sus satinadas sábanas tras una larga noche de Black jack y póker descubierto. La noche no había ido nada mal: 45 € y el teléfono de un ricacho. Ana no podía quejarse. Era de los pocos que iban todas las noches al casino y volvía con más dinero gracias a las generosas propinas de los efímeros ganadores. Es lo que tiene ser crupier.
El callejón de la traición era sinuoso e invitaba a las emboscadas, pero dar un rodeo implicaba once minutos de retraso. Al fin y al cabo, en siete años nunca le había pasado nada en ese tentador templo del atraco a mano armada. Ese día, por desgracia, la estadística se iba a estropear.

- ¡Manos arriba! No grite.
- Ay, Dios. Un atraco, ¿verdad?
- Si obedece no le pasará nada.
- ¿Va a violarme contra mi voluntad?
- Eh, no. ¡Levante las manos! Sólo quiero la pasta.
- Vaya. Por lo menos me va a registrar, ¿no?
- Bueno, si es necesario…
En ese momento una silueta inconfundible se recortó contra la luz de la farola al principio del callejón. Llevaba maletín y bastón, y un ligero giro de cuello perfiló unas gruesas gafas rematando su nariz afilada.

- Se ha equivocado de víctima, de callejón y de atraco.
- Vaya, ¿me va a detener el señor trajeado?
- Multar. Con eso bastará.
- ¿Cómo dice?
- Usted ha vulnerado los derechos de autor de José Antonio de la Loma y Aléx de la Iglesia. No se puede atracar así. Ese giro de muñeca tan amenazador con la navaja empuñada es original de “Navajeros”.
- Pero, ¿qué mejstás contando, tío?
- Esa expresión está sacada de “Perros callejeros”. Está usted delinquiendo al estilo del cine quinqui, y eso está penado por la ley de la propiedad intelectual. Su sorpresa de “La estanquera de Vallecas” sumará nuevas multas, y esa expresión chulesca de “Los últimos golpes del torete” también.

El chorizo incrédulo se abalanzó, acero en mano, sobre las generosas tripas de Patricio Márquez pero éste, utilizando un clásico recorte de gacela contra león africano sorteó el fatídico pincho, agarró al frustrado atracador por la cabeza y la empotró contra el cruel ladrillo de la pared como si fuera un mono intentando romper un coco contra un árbol. Acompañó toda la maniobra de un sonido gutural típico de los primates y una extraña danza animal. Los DVDs de National Geographic eran realmente la biblia de la defensa personal. Tras la exhibición Patricio se golpeó el pecho con ambos puños y lanzó al cielo de la noche un grito tarzanesco. Ana estaba alucinada y el ladrón no sabía si estaba soñando o era una broma del chichón de su dolorida cabeza.
- Quinientos veinticinco si paga al contado.

- Aquí tiene, pero no me chille más.
- ¡Eh, que ese es mi bolso!
- Señorita, yo no soy policía. No he venido a verificar si el bolso es suyo o del infractor. Yo sólo quiero que se haga justicia con la propiedad intelectual.
- Hay que joderse con los de la $GA€. ¿Va a dejar que me atraque este desecho?
El silencio del señor Márquez rellenó la pregunta retórica de obviedad. El caco sacó 600 euros del monedero y se reservó 75. Luego marchó a la carrera, aunque intentando no correr como en “Volando voy”, lo cual le confirió un aspecto muy estúpido. Con todo, escapó feliz de no ser arrestado. Patricio se dirigió a la víctima con ojos recaudatorios.

- Ahora usted. No se puede gritar así. Ya salía en "King Kong".
- Vaya por Dios. ¿Y cuánto más me va a salir la broma?
- 50 euros.
- O sea, deja que me atraquen, evita que se aprovechen de mí, y encima me multa por gritar como Marilyn Monroe.
- Fay Wray, si no le importa. Y faltan cinco euros.
- Pues es que no tengo más. Esto era la propina de la jornada.
- Está bien. Volveré mañana. Pero tal vez tarde un poco más en intervenir.

Ese chorizo era un filón. Era clavado al Manzano de “El Pico”.
Ana Mosquejón decidió que llamaría al ricacho. Tal vez podría recuperar el dinero perdido y de paso que abusasen un poco de ella. Era muy duro ser pobre pero honrada.
Patricio Márquez repasó aquella noche el documental de “Gacelas por piernas” y la miniserie “Los titis le dan al coco”. Era evidente que podía perfeccionar la técnica de disuasión e inmovilización de infractores.