lunes, 13 de octubre de 2014

Mucho es demasiado (1/3)

Las bisagras chillaron histéricas. Michel pensó que era su alma pidiendo socorro. Pero prefirió no detenerse en el redoble final de platillo y cerradura que finalizaba su concierto con la libertad. Ahora solo quedaba un enrejado eterno y absurdo, no tanto por el fin último de las cárceles como por su propia circunstancia accidental.
Miró al frente y visualizó su agreste realidad, cuya imperturbable decadencia hacía incontables minutos que le estaba ya escudriñando. Ante él se erigían ejemplares dispares de fracaso, taladrados por la cocaína, hinchados por los esteroides, presionados por los permisos, acuciados por el mono, musculados por el gimnasio, sosegados por la metadona, amenazados por los punzones fantasma, juzgados por una justicia que trabajaba en la ONCE.
Un preso orondo, pelado y tranquilo se acercó hasta él.

–¿Tú eres el pederasta, verdad?
–No soy pederasta, joder. Es un error.
–Todos somos errores aquí, tolai. Espabila y cuídate el orto. A nadie le gustan los degenerados.
–Que yo no…
–Sí, sí, ya sé cómo me dices. Soy Huáscar.
 –Michel.

La tarde de patio pasó larga, muy larga, esquivando miradas y fingiendo no oír comentarios amenazantes, la mayoría relacionados con las duchas y las mutilaciones de índole reconductora. La cena le trajo mayor concentración de exabruptos y maldiciones, pero los funcionarios se aseguraron de que los pinchos no bebieran sangre esa romántica velada.
La noche fue eterna, húmeda y fría, lóbrega como el porvenir del nuevo inquilino de la Cárcel Suprema de Los Monegros. Michel consiguió dormirse pocas veces, solo para morir en sueños apesadumbrados. A veces eran las voces de los chabolos contiguos las que se empapaban en su psique y enmarranaban su semiconsciencia hasta convertir en funesto aquello que prometía ser más amable. Fuera por su propia culpa o por los elementos intrusivos del ambiente, aquella larga madrugada le hicieron tantas declaraciones de desamor sexual que por momentos pensó que de verdad había cohabitado con una menor y le castigaban por ello.
Juliana. ¿Cómo habían llegado a eso? ¿Cómo probar que la niña tenía 33 años y no 14? ¿Por qué ya le habían dejado seis abogados? ¿Tan culpable era?
La mañana siguiente fue esperanzadora. Huáscar asentó sus enormes posaderas junto a su banco. El preso estaba muy contento. Le habían concedido el permiso añorado. Seis días magníficos para ver mundo, toda vez que su Colombia natal quedaba lejos y no le permitían abandonar la península.

–¿Por qué no pides que te trasladen a Medellín? –le inquirió Michel.
–¿Estás loco, huevón? Las cárceles en Colombia no son como aquí.
–¿Qué quieres decir?
–Allí las cosas no son tan amables. Te puedes desangrar en el comedor sin que nadie mueva un músculo. Y a los vis a vis se va con radio, porque se realizan en una sala comunal, sin más intimidad que una sábana colgada que separa los revolcones propios de los ajenos.
 –¿Y la radio?
–Para no oír los jadeos de los demás. Menudo pardillo estás hecho. ¿Sabes lo que creo? Que no lo hiciste.

Michel no contestó, pero aseveró con una resignación reveladora.

2 comentarios:

  1. ...jajajaja.....eso de la radio en los vis a vis me ha descojonado. Esos trullos tienen más peligro que un cangrejo en los huevos...jajajaja. Oye, me ha gustado mucho. Tu narrativa me encanta, es muy buena y el tema también. Ay! esa Colombia, por dios, que peligro tienes allí si caes entre rejas.
    Pobre hombre....cuando decía,... pero que tenia 33 y no 14??...eso tiene que ser desalentador y mas si fue de mutuo acuerdo, que no lo se...

    Un abrazo Dry,....se indulgente con tu alumno Arkaitz si te casa malas notas...jajaja

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  2. Divertido relato para tratarse de una realidad tan difícil y cruda...Tú siempre me haces sonreir con tus ironías...

    Un abrazo Drywater!

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