sábado, 20 de septiembre de 2014

Nunca metas un wookie en un motel de mala muerte

El arte no puede ser copiado; al menos gratis.

Patricio Márquez se levantó somnoliento una mañana más. La noche había sido muy, muy larga. Se había acostado con los comentarios del director, del productor y de la hermana del ingeniero de post-producción del documental “Linces ciegos y gatos de maullidos retráctiles”.  Para hacer más sangre, y queriendo aprovechar la coyuntura de que se hallaba en las afueras de Murter, una población de Croacia, había visualizado todos los extras en croata.
Entonces oyó un sonido muy característico. No. No podía ser. ¡Pero sí, era! Se levantó raudo de la cama, se tuneó en la ducha y se vistió de esmoquin impecable, el mismo que llevó a la tintorería hacía tres semanas, cuando llegó al Motel Oates dispuesto a abandonar su trabajo de agente de la $GA€ para siempre, con el único objetivo en mente de recuperar el ánimo y enfundarse un traje de explorador para perderse en la selva africana.
Pero ese aullido inhumano le reclamaba. Estaba a medio camino entre los lobos caperucitos y los burros de tres jinetes. El sonido era grave, sostenido, perteneciente sin duda a alguna suerte de oso europeo mutado por el impacto de Chernóbil o algo similar.
Salió por fin de su habitación. Era la número uno de un edificio rectangular, alargado, de una sola planta y doce puertas.
Acudió a la oficina, pegada pared con pared con su cuarto, y habló con la encargada, que disecaba un buitre atigrado.

            –¿Qué ha sido eso, señora Oates? –preguntó el inspector con un croata muy académico.
            –Buenos días por la mañana, señor Márquez. ¿A qué ruidos se refiere?
            –Ahá, la pillé. ¿Cómo sabía usted que me refería a un ruido?
            –¡Nnnaaaargh! –sonó un aullido en la distancia.
            –¡Eso, eso! –ratificó el agente de la $GA€.

Patricio salió como alma que lleva el diablo y oteó el horizonte. En la distancia se erigía una casa en la colina, y una inquietante escalinata de madera crujiente llevaba hasta su sombría silueta.

            –¡Nnnaaaargh!
–Viene de allí –concluyó Márquez.
            –No, no suba, no suba. ¡Esa es mi casa!

Pero el intrépido inspector de la propiedad intelectual hizo caso omiso. Ganó las escaleras de tres en tres y accedió a la lóbrega mansión mientras la señora Oates se perdía en la lejanía, recuperando el aliento apoyada en un bastón tras subir cuatro peldaños.
Patricio Márquez tuvo tiempo de registrar todas las dependencias y, guiado por nuevos aullidos perrunos, bajó las escaleras del sótano. Allí se encontró con un wookie peludo y gigantesco como si Pau Gasol se hubiera disfrazado de Teenwolf. El bicho estaba de espaldas pero volvió a gruñir.
El agente giró entonces la silla en la que reposaba y la mascota dejó ver su rostro de calavera disecada mientras un magnetofón de cuando reinó Carolo volvía a reproducir el aullido de un wookie.
Entonces apareció la señora Oates disfrazada con unas pieles de Chewbacca y agarró a Patricio con el brazo mientras intentaba clavarle el pico de un pelícano disecado en la yugular. Pero el agente volteó a su rival por encima de sus hombros y la señora aterrizó encima de la silla del cadáver taxidermizado.

            –¡Nnnaaaargh! –sonó de nuevo el cassette.
            –Queda usted sancionada administrativamente.
           –No puede, no puede. Usted no tiene autoridad para arrestarme. No puede probar nada. Ni siquiera sabe cómo envenené al wookie.
            –Señora Oates, ¿qué me está contando? La estoy multando por plagiar a Chewbacca de Star Wars. Su gruñido cobra derechos de autor y usted no los ha abonado. Y además, su nombre, la taxidermia, la reforma de su casa hasta parecerse a una mansión muy famosa de Hollywood, la manera en que ha intentado asesinarme… ¡Usted ha copiado Psicosis de Alfred Hitchcock!
            –¡Nnnaaaargh! –aulló la señora Oates.
            –Déjese ya de hacerse pasar por el wookie. Sé de sobras que es usted. No me engaña.
            –¡Nnnaaaargh!

Patricio dio el caso por perdido. La señora Oates estaba dominada por la parte de su mascota y no atendía a razones. Bajó las escaleras con la satisfacción del deber cumplido. Abrió la oficina y redactó una multa administrativa valorada en 789 euros por dos delitos de plagio. Luego echó el ojo al cuervo albino y a la grulla a una pata. Eran ejemplares disecados muy valiosos. Con ellos compensaba el montante económico. 
Mientras salía por la puerta observó a una rubia platino muy nerviosa llamando al timbre. Llevaba un fajo de euros en un periódico y miraba con recelo a todas partes, como si estuviera paranoica; como si la estuvieran siguiendo. Cuando la señora Oates bajó a recibirla, el agente ya se había largado con los bichos alados y una gran sonrisa en el alma. Esa noche celebraría su éxito visionando Mariquitas heterosexuales y Murciélagos tuertos.

4 comentarios:

  1. Jajajajajajaja....¡Vaya relato Drywater!...Tu ironía mezclada con la emoción y un pedazo de multa administrativa muy seria...Jajajajajajaja....Desde luego no escatimas en sentido del humor...Jajajajajaja...Creo que a mitad de semana volveré a leerla, tal vez el miércoles que ya la semana se va haciendo larga y así recuperaré el ánimo y con esas risas continuaré hasta el viernes con la rutina...
    Muy divertido!

    Abrazo!

    ResponderEliminar
  2. Ainsss...Me olvidé de algo, me gusta el nuevo look del blog...

    ResponderEliminar
  3. Jajajaja, me parto, cuatro tazas de surrealismo en vena. Algún día los agentes de la $GA€ querrán cobrar por los pedos cuyo sonido se parezca a una sinfonía. Se nos está yendo de las manos.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Qué historia mas surrealista...me encanta.

    ResponderEliminar