La negación de la patología suele
ser a menudo el primer indicio de sufrirla, por eso, ante la pregunta del
título cualquier cosa que digas podrá ser utilizada en tu contra. Cuanto más
jures que tu nivel de obsesión por algo es meramente razonable, más estarás
admitiendo tu soterrado frikismo. Poco importa que solo determinadas aficiones
sean susceptibles de tipificarse como frikis, porque en el fondo, todos tenemos
un punto excesivo con una cosa o con otra. Negarlo es como jurar no haber visto
el video de Laura Pausini o el mordisco de Luis Suárez.
Pero... ¿qué es el frikismo?
Aparentemente es mostrar un excesivo interés o devoción por una práctica o
afición minoritaria, algo casi enfermizo que desafía lo prudente y que nos
coloca en el dudoso podio de los fanáticos. Lo verdaderamente injusto es que la
tipificación la cataloga el vulgo, de manera que si vas con la camiseta de
Ferrari eres un aficionado pero si llevas una de Linterna Verde te tildan de
friki.
En todo caso, no es el gusto por
lo exótico lo punible; lo que se tiende a satirizar es el abuso ridículo del celo
por algo, como salir a la calle con los puños del increíble Hulk o escuchar
misa en la iglesia maradoniana. Como le dije una vez a una chica emo, cansada de que le mirasen y
juzgasen, “si no quieres llamar la atención por la calle, no vayas disfrazada
de gato”. Lo que no podemos pretender es salirnos de la norma y obligar a los
demás a entenderlo. Si paseo desnudo por el centro es evidente que me van a
mirar mucho más que si llevo una camiseta de apoyo a los suicidios por
inhalación de monóxido de carbono.
Sin embargo, no sé quién ha
determinado lo que es razonable y lo que no, y por qué no podemos salirnos del
tiesto cuantas veces queramos. Estamos constreñidos por la norma social y su
presión es fuerte, muy fuerte. De ahí que intoxicarse con alcohol esté bien, se
aplauda y celebre, pero coleccionar comics de superhéroes conlleve la
frikización de la víctima. Idolatrar a un pateabalones poniéndose su camiseta y
pagando dos mil euros para ver un partido suyo es un absurdo absolutamente
aceptado, pero si peregrinas a Tarragona a ver la estatua de Mazinger, aunque
te vaya de paso, te conviertes en un fanático infantiloide e inmaduro. No me
jodas.
Supongo que los festivales existen
para poder desinhibirse alegremente. Para vestirse de guerrero medieval en Los
amantes de Teruel, de Darth Vader en la convención de Star Wars, de vampiresa en Halloween,
de locaza en el Orgullo Gay, de Spock en Star Trek, de rey negro zumbón en Reyes, de drag queen reinona en Carnavales, de Ku Klux Klan en Semana Santa, de abuelo gordo cocacolero
consumista en Navidad, de cowboy en
el rodeo, de futbolista en un partido, de superhéroe con los calzoncillos por
fuera en la premiere de una peli de DC...
Tal vez sería más fácil aceptar
la diferencia, el exceso y la ridiculez ajena con la misma indulgencia que
perdonamos nuestra propia defenestración. ¿Acaso no es cómico ver gordos en
bicicleta con el maillot por encima de la tripa, o calvos que se dejan largos
los pelos del lateral para peinárselos sobre la capota, o chanclas con
calcetines negros, o ninis que hacen el caballito con la moto mamaos perdidos,
o amigos que no se hablan porque whatsappean compulsivamente?
Todos somos frikis, solo que a
algunos la sociedad no nos lo ha dicho todavía. El resto, seguiremos
escondiendo nuestra identidad secreta bajo un disfraz de normalidad, ese que
nos vendisteis nada más abandonar la bisoñez.
Yo no soy friki, aunque tengo muuuchas camisetas de todo tipo y me encantaría ir a la urbanización esa de Tarragona a ver a Mazinger. No entiendo esa manía de clasificar e identificarse con algo, aunque sea con ser algo tan insustancial como ser un friki. ¿Si me gusta el Real Zaragoza pero me da pampurrias La Guerra de las Galaxias soy un friki, un futbolero, un poco gilipollas o es algo normal?
ResponderEliminarTodo el mundo es friki en algo, el problema es que es muy fácil ver la paja en el ojo ajeno. Tal vez llamar frikis a los demás sirva para ocultar nuestros propios frikismos...
ResponderEliminarNo sé por qué nos avergüenza que los demás sepan que nos gusta tal o cual cosa minoritaria, es como si hubiera que llevar siempre la procesión por dentro o considerámos un estigma la etiqueta de "rarito".
Abrazos.