¿Admiran a alguien? ¿Sienten
debilidad por algún personaje histórico como Alejandro Magno, Napoleón,
Franklin Delano Roosevelt, Julio César, Ghandi, Adolfo Suárez, Hitler o
Leónidas? ¿O por deportistas de élite tipo Karl Lewis, Valentino Rossi, Rafa
Nadal, Tiger Woods, Michael Schumacher, Cristiano Ronaldo, Pau Gasol, Michael
Phelps, Eddie Merckx o Iñaki Urdangarín1? Bien, no se preocupen. Nos
pasa a todos.
Decía una canción de J.J. I. de la Cueva2, ganadora
del festival de Benidorm en 1968, “Pocos amigos que son de verdad. Cuántos te
halagan si triunfando estás y si fracasas bien comprenderás: los buenos quedan;
los demás, se van.” Lo que para muchos es una traición interesada y
oportunista, para mí es únicamente un impulso natural del ser humano. Lo que
hace a las gentes volcarse con sus ídolos no es su hermosura, ni su carisma, ni
su personalidad, cosas que pesan, pero no deciden. Lo que atrae a las masas es
su capacidad para asociarse con la victoria, la sensación de que estamos
apoyando al que gana siempre. En el momento en que nuestro campeón deje de
vencer, perderemos –lógicamente– el interés en él.
¿Alguien se imagina a Leo Messi
siendo aclamado por la muchedumbre si no hiciera slaloms de dibujos animados, o
a Cristiano Ronaldo vitoreado hasta el hastío si dejara de meter cuarenta
pepinos por temporada? Necesitamos creer en algo, emborracharnos de épica y
reflejarnos en gente que de verdad es excepcional, bien conquistando
territorios agrestes o bien levantando horribles ensaladeras de metal.
Lo malo de esta erótica del
triunfo es que a veces está mal entendida, y se confunde frivolidad y éxito
superficial con valores de verdad. ¿Por qué la masa no aplaude y jalea a los
héroes auténticos? ¿Porque no salen en la tele, no ganan discos de platino, no
sueltan discursos con un oscar en la mano, no corren el circuito en 3:27:45 o
no le ponen pinchitos de merluza a Lebron James?
Esta epiquización de los valores
nos lleva a desechar todo lo que ya no funciona. Y eso es peligroso. Por eso
muchas estrellas del cuero o del celuloide no han soportado el ocaso de los
dioses. Y entonces aparecen las depresiones, las drogas, los excesos, las llamadas
de atención de unos medios que ya no te recuerdan porque ya no interesas a
nadie, el alzheimer popular y la gran debacle, truncada a veces por un suicidio
liberador. Por supuesto que te han olvidado; sólo el triunfo te hacía
encantador. Cuando eres tan mediocre como todos los demás, ya no importas un
carajo. Terrible, ¿verdad?
Tal vez la sociedad crea iconos
para consumir y tirar al poco, al más puro estilo Operación Triunfo, mientras los creadores de mitos se enriquecen en
la sombra a costa de un populacho débil y entregado a la manipulación y una
estrella rutilante, inmadura y mimada, que se embriaga de una atención que
nunca mereció, inflada por los poderosos invisibles, ésos que nunca salen en la
foto y no pasan de moda porque jamás estuvieron en el escaparate. La vida es muchas
cosas, pero no es fama. Resulta demasiado gaseosa, burbujeante, y sin chispa
cuando se le va el gas.
Por todo eso, si puedes, no seas
famoso. El olvido debe ser insoportable. Siempre puedes chocarte con el coche a
todo trapo, pasarte con la ingesta de pastillas, ensartarte un pitón de toro en
la femoral o practicar sexo sin protección, pero convertirte en mito te costará
la vida en el momento más álgido. Que se lo pregunten a Paul Walker, James
Dean, Marilyn, Kurt Cobain, Francisco Rivera Paquirri o Freddy Mercury. Pero de
la morbosa relación sadomasoquista entre vida efímera, muerte trágica y fama
inmortal hablaremos en otra ocasión. Como se atribuyó una vez el rebelde sin
causa3, “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”. Dos de
tres, porque su mortaja quedó hecha un asco. No se puede tener todo, James.
1 Entre los deportistas de élite anteriores hubo un
príncipe que me salió rana. Mil perdones.
2 El
cantante era Julio Iglesias y la canción, La vida sigue igual.
3
La frase se dijo en realidad en la película “Llamad a cualquier puerta” (Knock on any door) de
Nicholas Ray.
Bueno, aquí te ha faltado Nayim que encarna la idolatría más absoluta de todo el deporte mundial ;)
ResponderEliminarPor mi parte perdono la fama y, sobre todo, sus consecuiencias. Con mi vida anónima tango más que sufiente.
Creo que como bien dices es algo humano, inherente a la especie y además patético como nosotros....
ResponderEliminarComo de costumbre, estoy de acuerdo con tu exposición.
Un abrazo Drywater
Interesante reflexión Dry, creo que totalmente acertada. Tienes el don de hacer reír con ciertas realidades que en el fondo no son graciosas y que a la vez te llevan a ahondar en temas que ni se te pasaban por la cabeza.
ResponderEliminarMuy bueno sí señor.
Abrazos.