lunes, 9 de diciembre de 2013

Perdona, ¿te llamabas…?

La comunicación humana está trufada de cortocircuitos. A menudo uno llama instintivamente a un teléfono mientras tiene otro en mente, o encuentra una cara conocida en la lejanía y se debate entre la inseguridad de ser correspondido en el saludo o en la omisión del mismo, generalmente para hacer exactamente lo contrario que la otra parte, y derivando sólo en culpabilidad o sentimiento de estupidez.
De todos esos tropiezos, hay uno que se repite hasta el vicio una y otra vez sin que el ser humano haya conseguido ponerle remedio. El lapsus es inocuo e inocente, pero arrastra a menudo secuelas milenarias. Hablamos de presentarse a alguien. Algo tan simple y común nunca sale bien. Cuando nos dicen el nombre de una persona a la que debemos saludar en el acto, rara vez nos quedamos con su apelativo. Nos limitamos a desenfundar la mano como si fuera un duelo y dedicar la mejor de nuestras cordialidades a la otra parte. Siempre oímos el nombre, pero jamás lo escuchamos, envueltos como estamos en nuestro proceso de convención social primigenia.
Cuando pasa un segundo y ya se ha empezado a destripar el sexo de las nubes o el color de los ángeles –aunque todos sabemos que las primeras son asexuadas y los segundos incoloros–, y aunque la conversación sobre el tiempo, el paro, la política o La Roja llenen el tedio y rebasen la incomodidad del recién llegado, en el resquicio más social y políticamente correcto de la mente queda una duda insondable: “¿Cómo se llamaba este gachupino que me acaban de presentar?”
A partir de aquí, y aunque de seguro al otro le pasa lo mismo, todo son estrategias de comunicación sin vocativo, esperando que el dichoso nombre salga por generación espontánea, o que aparezca un bocadillo misterioso flotando sobre su cabeza que nos desvele el pseudónimo. En el mejor de los casos, un tercer hombre vendrá y dirá el apelativo de fulano, y nosotros estaremos prestos a grabarlo a fuego en la fragua de nuestra materia gris.
Otra opción es preguntarle al que nos lo presentó, siempre y cuando tengamos oportunidad, y le demos a la otra parte opción de hacer lo propio. También podemos contar una anécdota de nosotros mismos e incluir deliberadamente nuestro nombre en ella, y esperar que nuestro némesis haga lo propio; o jugárnosla. En este último caso, llamas a fulano como crees recordar que era. Generalmente te colarás, y muchas veces el otro no te sacará de tu terrible error, y gastarás meses de tu vida llamando Enrique a Guillermo, o peor, Diana a Camila. Un nombre olvidado no es grave, pero nos cuesta tanto recular que viviremos en la ignorancia o la confusión hasta que algún alma caritativa nos libere de ella.
Estar al otro lado tampoco es plato de gusto. Conociste a un pavo en una fiesta y hace semanas que te dice Montesco y tú eres Capuleto. En lugar de corregirlo, esperas a que el fallo se perpetúe por los siglos de los siglos. Lo dice uno que estuvo a punto de mandar una invitación de boda a un tal Enrique y en realidad se llamaba Víctor.
Tal vez la situación sea demasiado boba para dedicarle un ensayo, pero por extrañas razones de índole social nos resulta difícil –a veces imposible– admitir un error, reconocer que no sabemos algo o confesar que no somos multitarea, y que no podemos saludar y recordar a quién lo estamos haciendo a un tiempo; tal vez en la nueva versión de Windows del ser humano, aunque de seguro no será compatible con nuestro sistema operativo actual. Al final, todo es cuestión de drivers neuronales y plugins convencionales.

6 comentarios:

  1. Bueno, tampoco se nos puede exigir tanto, y aunque dicen que el nombre tiene su importancia, a fin de cuentas si tenemos la precaución de poner delante el "perdona", tal y como tu pones en el título, pues se nos puede perdonar el olvido ¿no?.
    Un abrazo

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  2. Lo peor de todo es cuando un tipo que se llama Jorge tiene cara de Pablo, o una tipa que se llama Marta tiene cara de María... Y por más que te lo digan, nunca aciertas. En el mejor de los casos, te quedas dudando media hora, para al final decantarte por la opción incorrecta dejando al otro en la más profunda de las desesperaciones.

    Algo que digo por experiencia, tanto por haberlo hecho como por habérmelo hecho la gente.

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  3. Extraño ritual el de las presentaciones, casi violento en ocasiones. A mí más de una vez me han estado llamando meses por un nombre que no era el mío, pero me divertia, casi estuve por ponérmelo jajaja.

    Como siempre un buen análisis satírico de lo cotidiano.

    ¡¡¡Abrazos!!!

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  4. Jajajajaja! Con cada entrada te superas! Regreso después de un retiro aquí...y el porqué se vuelve evidente...siempre me arrancas la mejor de las sonrisas (y la más sonora de las risas :)
    Yo hasta hace poco le llamaba Borja a Álex y Pere a David...años hace que los conocía, pero claro, como me contestaban y eso pues al final me hice amiga de sus alter ego (o lo que es peor: yo creé sus alter ego XD!).
    Grandiosa entrada, que contenta estoy de volver!!!
    Tengo que ponerme al día :)
    Un abrazo enorme guapo!!!

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  5. La comunicación en general es bastante complicada, pero el hecho de comenzar a presentarse está claro que marca y a menudo es imposible...Un saludo.

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  6. Mi querido Fernando,...!perdón!.. quiero decir Dry!...ya ves como ando también yo con eso de los nombres, que me organizo un lío, uff! vamos! y no te digo ya con eso de las redes sociales que cada uno tiene su nick, al final ya no sé si les llamo por su nombre o su apodo cibernético. Fíjate que en ocasiones les llamo por su IP. Algo terrible. Di que en realidad que es el nombre!, ¿un chorro de agua fría que un cura nos echó por la cabeza? pues no, hoy en día vas tu y les llamas...Oye!! tú! si, es a ti coño, a quien va ser!!...y termina mirando, no falla.

    Bueno mi querido Antonio, ..y dale, sorry, querido Dry, como siempre un estupendo post como nos tienes acostumbrados!

    Un abrazo

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