jueves, 1 de noviembre de 2012

Monopolio acústico


Una de las cosas que más cansan, además de las escaleras y las galletas integrales, es conversar unidireccionalmente. Porque hay gente que por egocentrismo, nervios o falta de empatía no sabe estar callada. O mejor, no sabe escuchar, probablemente el más acusado y expandido de los pecados por estas latitudes, si descontamos la envidia.
Una conversación se compone de un conjunto sumativo de intervenciones. Cuando la información sólo fluye en un sentido, cuando el interlocutor no habla y no puedes darle la réplica al silencio, entonces el diálogo ha acabado. No tiene sentido llenar de vaciedad el espacio acústico. Dos no hablan si uno no quiere.
Lo contrario es mucho peor. Cuando no te dejan hablar, desplazar la conversación a un terreno neutral, afín a tus intereses, a tu mundo, a tus vivencias. Las personas que no permiten al otro meter baza suelen ser tremendamente egocéntricas. No comprenden que el otro también quiera decir cosas. Cuando uno está en confianza puede sentirse a gusto y venirse arriba, gustarse y escucharse declamar a un tiempo. Da mucho placer, pero sólo a uno mismo. El otro, si no es el sujeto del párrafo anterior –el que no chista–, sin duda se va a cansar. De no poder intervenir, de no ser escuchado, de que la otra parte sólo se mire el ombligo y llene el aire de sus palabras sin que quepan en tan pequeña atmósfera las alocuciones del sujeto pasivo. En esta vida es importante ser dialogante, pero también ser dialogado. Está bien que uno hable más, que explique y el otro comprenda, que ilustre, enseñe, aconseje, amenace, relate, cotillee o critique, pero hay que dejar también al compañero opinar. Lo primero, tal vez tenga algo que decir más importante que lo tuyo, y lo segundo, aunque sus palabras no embellezcan la conversación también le gustará decirlas. El cuadro podrá ser feo, pero siempre le hará más ilusión que la obra maestra pintada al lado. Para eso lo ha hecho él.
Hay que mirar más por los demás. Tal vez tus anécdotas de mili, accidentes de trabajo o dolencias psicosomáticas no sean del interés general, por mucho que a ti te fascinen. Tal vez deberías empezar por preguntar al otro dónde hizo el servicio militar, cuándo perdió el trabajo o por qué le duelen las rodillas los días que juega el Bilbao. Aunque no te lo creas, escuchar también es reconfortante.

8 comentarios:

  1. Parece Drywater que alguien no te deja hablar mucho cuando os veis...¿no?

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  2. Decía Kapuscinski que a partir de la décima palabra, ya no escuchamos al que nos habla. Pues eso.

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  3. Una pena...Entrenarnos en la escucha puede ser una tarea muy interesante para mejorar la calidad de nuestros encuentros...
    Saludos Drywater

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  4. Hay gente que se enamora de su propia voz..y también a veces algunos no sabemos escuchar como debiéramos, y me incluyo.

    Un saludo :)

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  5. Yo siempre había sido de los que escuchan y apenas aportan, pero de un tiempo a esta parte me he visto más de una vez hablando yo solo en un grupo de gente. Parece que no consigo alcanzar el equilibrio...

    Un abrazo!

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  6. A mi antes me encantaba hablar. Sin embargo, últimamente, cada vez más, prefiero escuchar.

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  7. En mi caso suelo pecar por lo primero, no porque no esté escuchando si no porque no sé qué decir.

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  8. Menos hablar a la pared y más escuchar a la naturaleza. Saludos, jefe. Buena reflexión. Por cierto, ¿de qué se hablaba?

    Sergio P.

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