domingo, 29 de agosto de 2010

La equivocación (2/2)

- ¿Cómo?
- Una equivocación.
- ¿Qué tipo de equivocación?
- Tenía una cena con los compañeros de trabajo y me confundí de lugar.
- ¿Que te equivocaste de lugar?
- Así es. Era un viernes y los del turno de tarde en la fábrica quedamos a cenar. Nos citamos en el Santander de la calle Chiringos. Yo pensé que era el banco y esperé en la puerta. Pero ellos estaban en el bar Santander, doscientos metros más abajo. Al principio se me hizo extraño, pues eran muy puntuales. Pasó una hora y me sorprendió, pero seguí esperando.
- ¿Por qué no llamaste con el móvil?
- No había móviles hace trece años, Alejandro.
- ¿Y qué hiciste después?
- Pasé allí toda la noche esperando. Nadie vino. Me senté en el bordillo y debió vencerme el sueño. Cuando desperté era de día, estaba espatarrado en la acera y había tres monedas frente a mí: Me habían echado limosna.
- ¿Y qué hiciste entonces?
- Busqué un cartón, saqué el bolígrafo y escribí un mensaje: “Me han abandonado. Ayúdenme, por favor.” Aquel día saqué ochocientas pesetas.
- ¿Y luego?
- Luego mil doscientas, novecientas y pico, y luego vino la conversión a euros que me vino muy bien.
- No, no. Luego, ¿qué hiciste? ¿Por qué no volviste a casa con nosotros?
- Pues… no lo sé.
- ¿Cómo que no lo sabes?
- No podía moverme de ahí. Era una esquina muy buena.
- ¿Pero te estás oyendo?
- Llevo oyéndome 4578 días y nunca he podido volver.
- Pero, y beber, comer, ir al servicio… ¿cómo lo haces?
- Detrás de la fuente hay un baño público. Mi baño. La comida me la sacan del súper, pues no me está permitida la entrada. Le doy una nota a la cajera y ella me la lleva a la puerta con la cuenta. Les vienen muy bien las monedas. Otras veces ceno de restaurante. No sabes hijo la de manjares que tiran en los cubos de basura de hoteles, hamburgueserías y pizzerías.
- ¿Y ducharte, asearte?
- ¿Para qué, si no huelo mal?
- Joder, papá.

Alejandro Christopher no dijo nada en casa, ni a su madre ni al orondo de Flamingo, esa suerte de Claudio hamletiano que se había casado con su madre una vez desaparecido su padre. Durante dos semanas fue al Santander a recuperar los años perdidos con su progenitor. Le puso al corriente de todo. Le invitó a regresar a casa. Le describió a su añorada esposa. Incluso pergeñaron un plan para reconquistarla. El indigente prometió que se dejaría reeducar. Que se ducharía y que no volvería a rescatar langostas de los contenedores, aunque era un derroche y un desperdicio obsceno. Pero aún quedaba lo más importante: ¿Qué hacer con Flamingo? ¿Cómo convencerle de que esas tuberías tenían un nuevo fontanero? Alejandro Christopher dijo que se encargaría de ello. Su padre estaba preocupado. No quería que su prometedor hijo cometiera un padrastricidio. Le parecía excesivo. No compensaba. Pero el muchacho explicó que no iba a asesinar a Flamingo, que de hecho no iba a hacerle nada, pero que el usurpador se marcharía para siempre.
Aquella tarde fue a ver a Friskis. Era un informático cuadriculado y hacker aventajado. Sabía cómo mandar SMS desde un móvil a otro sin tenerlo físicamente. Alex Chris tan sólo mandó dos mensajes. El primero era para su madre desde el móvil de Flamingo:
“Te invito a cenar, cariño. Quedamos a las nueve en el BANCO ZARAGOZANO de la calle CHIRINGOS. Te quiero, churri.”
El segundo era desde el aparato de su madre para su padrastro y decía: “Oye, Flami, ¿te parece que hoy cenemos fuera? Te espero a las nueve en el BANCO CENTRAL de la calle LOS ALMENDROS.”

Cuatro años después Alejandro Christopher se licenció y celebraron una gran fiesta en casa. Recibió un portal de Belén de Playmóbil con Niño Jesús y todo. Sus padres estaban muy orgullosos de él. Habían retomado su relación tras un largo paréntesis de casi trece años y en esas circunstancias cada instante era como revivir los primeros años de urgencias, pasión e idolatría.
Antes de llegar a casa el graduado en Ciencias de la actividad física y del deporte había pasado por el Banco Central para sacar dinero. También había aprovechado para darle unas monedas al vagabundo orondo que moraba por ahí en los últimos años.

martes, 24 de agosto de 2010

La equivocación (1/2)

Alejandro Christopher era un joven despierto y avispado. Con cuatro años perdió al Niño Jesús de Playmóbil. Nunca se recuperó del trauma, por mucho que sus padres pusieran sobre la cuna una galleta dinosaurio con un parecido picassiano. A los siete años tuvo que encajar la desaparición repentina de su padre. Esto le dolió menos. Cuando Flamingo entró en su casa y en las piernas de su madre lo aceptó peor. Llegó incluso a solicitar al padrón municipal el cambio de nombre: decía que quería llamarse “Hamlet”. Lo mandaron a su casa sin permuta alguna. Lejos de arreglarse la situación, se casaron y su nuevo y flamante padrastro sustituyó el Belén de Playmóbil por el que regalaba el Marca con las figuritas vestidas de blanco merengón y fardando de escudo. Alejandro Christopher tuvo que madurar pronto después de aquello. Llegó la secundaria y la atravesó con más pena que gloria: treinta y siete cincos, un siete y dos treses, cincuenta y cuatro amonestaciones, seis amigos, dos novias, tres rollos, cuatro profesores fallecidos y un segundo puesto en el concurso de dibujo “Logo del barrio”.
Ahora se encontraba acabando su primer año de universidad, realizando un Grado en Ciencias de la actividad física y del deporte, y miles de dudas se agolpaban en el umbral de su consciencia. Muchas de sus inquietudes miraban al presente: asignaturas, exámenes, compañeros para el trabajo de Aeróbica… Otras incógnitas se referían al futuro: A qué dedicarse al acabar, pegarse o no un año sabático, hacer un curso de Erasmus, estudiar un Máster de especialización, trasladarse a Madrid… La cabeza del muchacho podría haberse colmado con tantas cuestiones, pero otro abanico de misterios pasados zumbaban por su cabeza: ¿Por qué se fue su padre? ¿Es verdad que conoció a otra? ¿No pudo ser raptado, asesinado y troceado para traficar con sus órganos? ¿Estaría quizá repartido a cachos por las entrañas de una veintena de individuos inmorales que pagaban un riñón por un riñón o un ojo de la cara por efectivamente uno de los de su padre? ¿Y si fue abducido, se hizo ermitaño o se evaporó por incomprensibles leyes de física cuántica? Alex Chris no lo sabía, pero aquella tormentosa tarde de agosto sus dilemas filiales iban a disolverse en la lluvia como si fueran azucarillos. Tenía que pagar la matrícula del segundo curso y se dirigió a una sucursal del Banco Santander en la que nunca había estado, pero que se hallaba muy próxima al campus.
Cuando estaba a punto de entrar tuvo que sortear a un vagabundo limosnero que ni siquiera se esforzaba en pedir. Estaba tirado en las baldosas de granito a escasos centímetros del cajero automático. Alejandro Christopher le miró con reprobación y el indigente le devolvió la mirada desafiante hasta que reconoció en aquellos ojos intransigentes de niño pijo la expresión inolvidable de curiosidad y ternura de su vástago perdido. El joven no comprendía de qué lo conocía el sin techo, hasta que escudriñó con las neuronas del pasado e identificó al desarraigado como su otrora padre desaparecido, el que se había marcado a Brasil con una chiquita criolla; el que unos mafiosos habían diseccionado para dar gusto a una panda de ricachos desalmados con necesidades orgánicas; aquel que los marcianos habían secuestrado para entender la absurdez humana y no lo habían devuelto porque aún no habían comprendido el misterio.

- ¡Alejandro Christopher! Hijo, ¿eres tú?
- ¡Papá! Per…pero ¿de dónde has salido? ¡Oh, Dios!
- Hijo, mi hijo, te creía perdido para siempre.
- Papá, no me abraces, espera – Alejandro Christopher no aguantaba el hedor costrino de su desaliñado progenitor.

La sorpresa les robó todavía quince minutos más de reacciones, emociones contenidas durante doce años, miradas incrédulas, lágrimas inoportunas y desconcierto. La asimilación le trajo al muchacho vergüenza ajena y sentimientos encontrados. Por fin pudieron sentarse en un banco del parque. El vagabundo se negaba a entrar a una cafetería. Tampoco el muchacho hubiera querido pisar un café con alguien que le producía repulsión, arcadas, pena incontenible y bochorno extremo. Sin embargo, quería hablar con él, encajar sus piezas y, tal vez, salvarle de aquella inmundicia.

- Pero, papá… ¿no te fuiste a Brasil con una moza y nos abandonaste?
- No hijo. Nunca he salido de esta ciudad.
- Pero, pero, ¿cómo has llegado a esto?
- Pues…por un error.

viernes, 20 de agosto de 2010

¿Por qué los tíos son (somos) tan guarros?

Aviso: Este artículo puede dañar la sensibilidad del espectador

Joder, es que no lo entiendo. Vale que pensemos que los ojos están tras los pezones, que llevemos barba de tres días o que el polvo de la ventana no se limpia hasta que se pueda escribir en él. Aceptar que las pelusas puedan campar a sus anchas por el suelo como si fuera el oeste hasta cinco días antes de ser escobadas es una cosa, pero lo de las tazas de wáter decoradas – espero que sólo las ajenas – clama al cielo.
Cuando voy a miccionar a unos servicios públicos del Consumefur o similares me debato entre la más complicada de la decisiones: Urinario de pie con pelos y señales de gotas amarillas o taza con sorpresa. Suelo decantarme por el wc con incógnita. Llámenme morboso. Yo prefiero pensar que meo más a gusto escondiendo mi expresión de alivio o asco entre cuatro paredes (lo de mirarnos unos a otros la cola ya les puedo decir a las señoritas que no ocurre). Pues llegas al cofre del tesoro. Si has madrugado seguramente estará limpio y reluciente como el de casa. La tapa cerrada, el borde seco, el suelo inmaculado. Pero como no seas el primero te puedes encontrar cualquier cosa: zurrute atascado, papel higiénico multicromático, marcas marrones, papel de alumino hecho bola, orines amarillentos. Todo esto en el interior. En la tapa siempre habrá gotas mingitorias y vello testicular esparcido con más arte que si fuera una tarta selva negra. Y luego la rematadera. Ya sé por qué los tíos meamos con las piernas abiertas. Es para no pisar el charco que ha dejado el anterior, el maki ese que siguen pensando que el pene le mide 42 cm en reposo y hace corto de distancia. ¿Pero es que tanto cuesta mear con la tapa levantada, y dentro, y tirar de la cadena después de pis o pas? Pero, ¿cómo puede haber gente tan cerda y además numerosa? ¿No podríamos restringir el uso de la palabra “guarros” a que nos privan las curvas femeninas y otras perversiones amatorias de dudoso gusto pero que luego se las lleva el agua de la ducha? No me creo que en casa a algunos no les enseñen para que vale la escobilla. Mientras tanto seguiremos cambiándole el agua al canario tirando de la cadena antes y después del acto y cagándonos –moralmente– en todo lo que se me(ne)a fuera de tiesto (o de taza). Vuelvo a pedir perdón por la temática. Si algunos apelasen al botón del agua aséptica más a menudo los demás podrían usar los servicios pensando que nadie más los ha pisado con intenciones residuales.

domingo, 15 de agosto de 2010

Origen, de Christopher Nolan

Robusta, compleja, multipoliédrica y simbólica, Inception –traducida como Origen- nos habla del sempiterno dilema de jugar a ser Dios, no en un sentido biológico como hacía Victor Frankenstein, sino en un plano onírico de laberínticos entramados y conexiones que volverían loco al mismísimo Eduardo Punset.
El filme aborda la posibilidad de manipular los sueños, de inducirlos y de husmear en ellos cual hacker del subconsciente. Y es en ello, en la caótica amalgama de recuerdos, anhelos, miedos e imaginación desbordada que los profesionales del sueño pretenden zancochar primero y lucrarse después a costa de las pesadillas ajenas. DiCaprio es Cobb, un psico-chorizo que induce a sus víctimas a sueños manipulados. Mientras el soñador crea y proyecta a su libre albedrío, la arquitectura viene impuesta de serie por el ladrón, que participa de la experiencia onírica. Así incide en el sueño, interactuando con el sujeto que piensa que está viviendo lo que sucede y no soñándolo. Cuando despierta y comprende que todo eran caprichos de la mente y de Leonardo DiCaprio, es posible que sus más ocultos deseos, sus ideas más prohibidas o la combinación de la caja fuerte estén ya en la libreta de su invitado forzoso.
El equipo de Cobb consta de experimentados científicos, pero a su vez incluye proyecciones involuntarias de su propio subconsciente, que campan a sus anchas por los sueños ajenos haciendo y deshaciendo a su antojo, que lo mismo juguetean por los pasillos que cosen a balazos a la víctima.
Christopher Nolan crea una serie de convenciones que deben tenerse presente para comprender el largo. Para despertar de un sueño se necesita un buen pellizco, una bofetada, una caída libre en condiciones o directamente morir en dicho sueño. Una peonza girando significa que lo que ocurre no es real, que es producto de la mente mientras dormimos. Y el tiempo en los sueños dura treinta veces más, con lo que una noche inspirada podemos soñar que permanecemos diez días en un lugar imaginario. Los golpes duelen, los besos saben bien y el agua moja, o al menos eso nos dice la mente. Cuando despertemos será el momento de constatar que todo era un engaño de la psique.
Para acabar de complicar la trama, Nolan reproduce la shakespeariana “obra dentro de la obra”. Así, los protagonistas se ven inmersos en varios niveles de sueños como si fueran cajas chinas. Duermen en la realidad y sueñan con algo que toman como real. Dentro de ese nivel vuelven a dormitar e imaginar un nuevo escenario en el que suceden nuevas acciones, incluyendo volver a soñar con sucesivos estadios. La idea, aunque compleja, se resuelve de manera clara en la cinta. Otra cosa es que el director juegue con lo real y lo ficticio como si fuera un trilero, escondiendo lo veraz y lo mentido con los dedos de un prestidigitador celuloidal. En este sentido recuerda mucho a Abre los ojos y El arte de morir, donde, a diferencia de Matrix, el espectador no sabe que es realidad y que es sueño o recuerdo.
Respecto a los actores, se agradece reconocerlos al servicio de la película y no al revés, cosa muy frecuente en Hollywood. DiCaprio ha mejorado como los buenos vinos, y si en algún momento mereció las más voraces críticas por Titanic, hace ya tiempo que escoge sus papeles con inteligencia. Sus interpretaciones ganan con los años y cada vez resulta más creíble en su versión dramática. Joseph Gordon-Levitt, Ellen Page y Tom Hardy surgen con fuerza y prometen copar la pantalla los próximos dos lustros. El eterno samurai Ken Watanabe realiza un estupendo rol secundario. Los veteranos Tom Berenger y Michael Caine redondean el reparto con acierto.
En resumen, Origen es un proyecto muy interesante, lleno de matices y detalles inapreciables en un primer visionado, pero la intención de Nolan queda explícita desde las primeras zetas acompañando al serrucho y al tronco. Eso sí, si lo que pretenden es ir al cine para no pensar, mejor busquen cualquier otra sala que en esta época abundan los productos sin exigencias cognitivas.

martes, 3 de agosto de 2010

El Gran Rey de Reyes, de Eusebio Pellicena

Acompañar a Kyro en su Bildungsroman en busca del Gran Rey de Reyes supone bucear en las cenagosas profundidades del alma humana y hartarse de nadar en ellas hasta que su fangoso fondo nos ahogue o las marismas se tornen cristalinas y transparentes, según la dirección tomada. La obra de Eusebio Pellicena es un viaje no tanto físico sino existencial, donde lugares, personajes y acciones se alegorizan para plasmar el drama humano e invitar al lector a darle la vuelta a la tortilla vital con un par de huevos bien batidos.
El Gran Rey de Reyes es elegido cada diez mil años y semejante fallo puede condenar o salvar a la raza humana según su reino de procedencia, siendo Alegría, Rabia, Tristeza, Miedo, Amor y Resentimiento los más poderosos. Todos los demás, incluido el de Kyro, el Reino de la Sensibilidad con su sabia reina Delicadeza, simpatizan con los anteriores y les ceden su voto para hacerlo útil y decantar el futuro de los hombres hacia las lóbregas simas de la oscuridad o las esperanzadoras laderas de la bondad. Pero llegar a la Gruta de la Espiritualidad –el congreso de turno- no será tarea fácil para los sensibles, especialmente para su ingenuo embajador, Kyro, escogido por los valientes designios de Delicadeza, una suerte de hada, soberana dulce y madre freudiana con arrestos de maestra de la vida para el despertar madurativo de un individuo esencialmente bueno, pero sin desgaste experiencial. El viaje de Kyro y su comisión hasta el hogar del Gran Rey es tan sólo un aprendizaje que Delicadeza regala al más puro de sus súbditos para enriquecer su espíritu y volcarle toda su más escondida sabiduría. Por el camino sortearán valles de falsas esperanzas, pozos de tentaciones, montes de libertad, aburridas llanuras, oasis de felicidad, desiertos de soledad y mares de dudas hasta llegar a la Isla de la Luz con su Bosque de las Mentiras y su Colina de la Verdad, reducto ésta última de la Gruta de la Espiritualidad, hogar del gran monarca.
La transición a la madurez de Kyro comienza con la abrupta partida de su reino, y acaba con la decisión del Consejo sobre el nuevo Rey de Reyes. Durante el trayecto el embajador de Sensibilidad y el lector receptivo aprenderán a valorar las cosas, los momentos, las decisiones y las dificultades como parte de una profesión que todos deberíamos compartir con el campesino de los Montes de la Libertad: Vivir.

“Ahora sí entendía las palabras del hombre. Hay gente que vive sin vivir. Atados a sus obligaciones y deberes, en vez de a su voluntad, para no disfrutar de sus vidas. Ser libre es practicar esto último. Se puede gozar la vida trabajando, jugando, comiendo, paseando. Sólo hay que hacer una cosa: VIVIR.
Y vivir intensamente todo. Lo bueno y lo malo. Eso es la Vida.” (pág. 18)


Técnicamente, el fondo pesa sobre la forma. La expresión es nítida y sencilla y el autor carga todos su recursos estilísticos sobre el profundo simbolismo de los parajes y los hechos que en ellos acontecen, reflexionando sobre el trasfondo de la existencia humana con tanta curiosidad que a veces parece que El Principito se oculta en su juventud bajo los tiernos sentimientos de Kyro de Sensibilidad. Tal vez Eusebio Pellicena haga envejecer a ambos personajes en un futuro literario tan bello y metafórico como el que han dibujado Antoine de Saint-Exupéry y Alejandro Navarro Serrano, ilustrador a medida de El Gran Rey de Reyes.

PELLICENA, Eusebio. El Gran Rey de Reyes. Zaragoza: Ed. La Fragua del Trovador, 2010. www.lafraguadeltrovador.com