sábado, 7 de marzo de 2015

El hombre que meaba colonia (2/2)

Guillermo se sinceró entonces. Desde la pubertad le pasaba algo extraño. Su sudoración era misteriosamente agradable, como si de los poros emanara perfume caro. Su aliento también resultaba enormemente agradable, así como cualquier secreción o excedente de su cuerpo.
Sandra continuó la relación con el hombre que meaba colonia. Se abrazó a él mil veces; marchaban juntos a hacer deporte, tras lo cual hacían el amor sin que ella le dejase ducharse. Pronto sacaron una línea de perfumes exclusivos con todo lo que aquel Adonis celestial producía, y se hicieron inmensamente ricos y alevosamente populares. Todo eran días de vino y rosas. Hasta aquel día.
Guillermo no recordó exactamente como ocurrió. Simplemente le esposaron, le encarcelaron y hubo un juicio sin historia. Le metieron quince años y una indemnización que nunca pudo pagar.
En la prisión de Daroca cuchicheaban con morbo que entre ellos estaba el hombre que meaba colonia, enamorado de una mujer diez, hasta que se le fue la pinza y mató a todo el bloque vertiendo un potente gas tóxico en los conductos de aire acondicionado, en los pasillos y portales. Los internos con frecuencia se abrazaban a él para agarrar un poco de su impagable sudor. Bueno, alguno que otro se abrazó demasiado, pero nada que no ocurra en otros sitios.
Por las noches frías de Daroca una fragancia sublime alegraba los semblantes de presos y funcionarios. Solo Guillermo permanecía despierto y preocupado, recordando cómo Sandra se aproximó a él con un frasco de desodorante de Mercadona y, por simple y morbosa curiosidad, pulverizó sobre el torso sudado de su hombre. Lo demás, jamás consiguió recordarlo.

2 comentarios:

  1. Vaya historia Drywater y eso que desde el principio tuvo tan fácil alcanzar el éxito...

    Abrazo!

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  2. Que gusto, entre en esa historia y se ven las dos partes de la ley de la espuma, cuando esta baja todo es diferente. El Guillermo, no es normal. Saludos

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