miércoles, 22 de mayo de 2013

Morir poco a poco

¿Nunca les ha pasado que veían ahorcar a un inocente y la muchedumbre aplaudía? ¿Que los malos ganaban y la gente creía que la justicia había triunfado? Esa amarga sensación me invade ahora, cuando el conflicto educativo enfrenta a profesionales y amateurs, a docentes y padres, a funcionarios y desempleados.
Y para hablar de algo tan grave, lo único que sirve es desnudarse y ser aséptico, arrojar luz entre tanta penumbra mediática, mostrar el cisma y contar la verdad. Pero no mi verdad, sino la realidad más objetiva. Ésa en la que no caben envidiosos, simplistas, demagogos, oportunistas, sensibleros o idealistas.
La educación pública está sufriendo los embates recortadores con tanta violencia como muchos otros estamentos; como la sanidad, el pensionismo, la dependencia, la obreridad, el trabajo autónomo, el desempleo… en general, una tala de árboles comenzando por las raíces y no por las ramas. Porque las reformas parecen desesperadamente necesarias, sí, pero… ¿por qué empiezan por los más frágiles y no por los más acaudalados? ¿Tal vez porque esos mismos ricos son los que se autogobiernan?
La nuestra es una batalla que tenemos perdida. Hace ya muchos años que el “pasa más hambre que un maestro” se sustituyó –un poco simplificadamente– por el “tiene más vacaciones que un maestro”. Y si una profesión tan sagrada, tan estresante, tan preciosa como está queda en un “tres meses de vacaciones”, pues ya empezamos mal. La sociedad odia al docente, envidia sus condiciones laborales o considera que la proporción esfuerzo-beneficio es muy ventajosa. Que un maestro defienda su labor frente a jueces de la calle, otrora amigos, es lo más frecuente y baldío del último decenio.
La primera etiqueta que se nos adjudica es la de funcionario. Sólo con esto ya estamos muertos. Nadie nos va a querer con tan flamante sambenito. Trabajar para la administración ya es sinónimo de no hacer nada o de bienvivir tras una ventanilla. No sé si merece la pena volver a tan manido discurso, pero trataré de simplificarlo: ¿Trabaja el presentador de las noticias treinta minutos? ¿Y el del tiempo diez? ¿No puede ser que haya mucho más detrás de lo que se ve, que además de 18 ó 20 horas lectivas hagamos alguna cosita más, no sé, reuniones, tutorías, guardias, corrección de exámenes, claustros, evaluaciones, informes, preparación de clases, elaboración de materiales, entrevistas con padres, atención a editoriales, seguimiento de programaciones, cursos de formación continua… Ya sé que no me entienden un carajo. Para qué seguir por ahí.
¿Vivimos bien? Yo creo que no. Llegar al estatus de funcionario de carrera es un paseo. Otra cosa es que el viajecito dure entre siete y ∞ años. Si aprobáramos nada más llegar y trabajáramos a 20 minutos de casa, sí. Pero casi nunca es así. Hasta hace poco hacerse docente era una inversión muy dura al principio pero que reportaba beneficios a la larga: estabilidad laboral, trabajo vocacional, retribuciones aceptables y vacaciones proporcionales a esos emolumentos –el resto de licenciados y diplomados del estado cobran más porque tienen menos periodos vacacionales.
Entonces… ¿por qué esa inquina social? ¿Qué hemos hecho mal? Supongo que los que han llegado, llegar, y los que no, intentarlo. Y albergar –como muchos otros colectivos– sinvergüenzas sin vocación que vieron un camino rápido a la vagancia y al dinero fácil –no mucho, pero sí de buenos pagadores. En este sentido, yo creo en hacer limpia. Cada año despacharía de tres y cinco compañeros que no valen o no quieren valer. Y aquí no estamos para tontadas. Los menores son demasiado importantes para que cuatro incompetentes o tres jetas les arruinen la vida a ellos y la reputación a nosotros. Línchenles a ellos. Se lo merecen. Échenlos del cuerpo y ocuparemos su sitio con vocación e ilusión, pero no nos deseen mal al resto.
Decía que iba a ser fiel a la verdad y pienso cumplir. ¿La reforma educativa es tan mala? ¿De veras los profesores se ponen en huelga en defensa de la educación? Pues sí y sí, pero maticemos.
Lo primero que yo defiendo es mi trabajo. Mi puesto y mis condiciones laborales. Sé que lo hago bien y aunque ustedes crean que estoy muy bien remunerado no es verdad. Llevar una clase con veinte adolescentes, motivarles, controlarles, soportarles y enseñarles una materia a la vez es tan difícil que la mayoría no sabe o no puede hacerlo. Y la mitad de las veces, si no más, genera estrés. Mucho, poco, suficiente. Lo bastante para llevarse el recuerdo a casa, para que amargue uno su tarde, para que sueñe con el alumnado. No. No es fácil ser docente. Es un trabajo muy intenso. Nada que ver con poner tornillos en una puerta o vender lechugas. Tampoco es comprar acciones en Wall Street, afortunadamente. Y tampoco se cobra igual que en unos o en otro.
Decía pues que la mayoría estamos en contra de los recortes en educación, primeramente, porque nos afectan laboralmente: pérdida de nómina, aumento de horas lectivas, contratos desprorrogados ex lege, y algunos a la puta calle. Como muchos otros, sí. Nadie lo duda.  Pero más allá de nosotros, que en el fondo importamos un carajo, están sus queridos nenes. El proceso educativo pierde calidad. No es lo mismo atender a 4 que a 5 periodos docentes. El cansancio, la preparación de clases, la afonía… todo se resiente o acentúa. Intentamos que no se note, pero eso supone más trabajo para casa mientras ustedes se alegran de nuestra desgracia porque hace tiempo les pareció que vivíamos muy bien. Nunca he vivido bien aquí dentro. He sido más feliz que ahora en un instituto, pero no he podido llevar una existencia despreocupada.
Por lo demás, la educación nos preocupa, y mucho. Hacemos las cosas lo mejor posible, pero mientras los padres y la sociedad sigan viéndonos como mercenarios educativos, como únicos responsables de la formación integral y académica de sus vástagos, sin ceder un solo minuto de su ocupadísimo tiempo para educar a sus propios hijos; mientras, reitero, será imposible revertir el fracaso escolar, porque tiene mucho más que ver con lo que pasa fuera del aula que con lo que pasa dentro.
También podríamos gastar muchas líneas en cómo mejorar esos 50 minutos que dura cada “round”, sacando a los alumnos de la clase, aprendiendo en la vida y no en el aula, usando lo aprendido en contexto, creando literatura, manejando números en la realidad, comunicándonos en otras lenguas, tocando piedras, observando ranas, visitando países y pateando museos. Todo eso mejoraría mucho lo presente, pero es una guerra en la que no nos meteremos hoy.
Los recortes no son sólo hacia nosotros. Lo son para todos: clases con más alumnos, menos profesorado, menos becas, programas para los necesitados que desaparecen, enseñanza no obligatoria de pago, “optimización de recursos” que equivale a perjuicio para el alumnado. También luchamos por eso, no sólo por nuestro dinero.
Pero estamos agonizando. No creéis en esto. Sólo pensáis que somos unos jetas y que no queremos sino boicotear a la sociedad hasta recuperar un estatus de máximo privilegio. ¿No habéis pensado que el enemigo puede ser el Estado?
Si rechazamos lo que viene es porque es injusto y porque perjudica a todos. A nuestro trabajo, por supuesto, pero a la larga a vuestro futuro, al de vuestros hijos, al del país. Pero tal vez tengáis razón y somos unos sinvergüenzas. Tal vez lo único que se le puede pedir hoy en día a la enseñanza pública es que cada palo aguante 40 velas a razón de seis horas diarias. Para qué más. Pero no esperen milagros. Para eso, ya está la educación privada, donde muchos son creyentes y otros lo aparentan.

2 comentarios:

  1. Desde luego que el enemigo es el Estado y los Estados no tienen derechos, los derechos son de los ciudadanos...Es muy triste lo que está ocurriendo con la Educación Pública y tal vez lo peor es que no recuperaremos lo que perdamos...Es muy triste también la mala imagen que se llevan los profesores por prejuicios y falsedades, con lo importante que es el trabajo de los docentes en un país y en la preparación de sus ciudadanos...
    Es todo muy triste y patético y en ocasiones como tú bien dices los conflictos que se ocasionan entre los segmentos que deben estar unidos en esta lucha y contra ellos, van a resultar ser contraproducentes para la educación y la formación de demasiadas generaciones.

    Un abrazo Drywater y ¡adelante con la lucha, aunque a veces la idea de que ya es tarde oscurezca el objetivo!

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  2. ¿Milagros de la escuela privada? Nada más lejos de la realidad. Una gran mentira.

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