viernes, 31 de mayo de 2013

Elegidos para la muerte

En periodos de crisis no hay trabajo más estable que cubrirse con una capucha negra, quedarse en los huesos y empuñar enérgico la guadaña. Porque al oscuro segador no le faltan clientes y su negocio es definitivo. Pese a los tiempos, se resiste a cambiar el apero por la segadora automática. Es que en esto es muy clásico. Además, no hay nada como lo artesano. Dónde va a parar. 
La muerte, personificada o no, sale muy barata hoy en día. No hay más que visionar las “maneras estúpidas de morir” para entender que hemos creado un mundo de riesgos inútiles, de dispositivos que matan con una leve desviación típica de sus usos originarios.
El artilugio globalizado más asesino es el coche. Un suave movimiento de muñeca convierte una trayectoria de descanso reparador a  otra de reposo eterno. Ni con ésas. Cada paréntesis vacacional nos aferramos al volante y jugamos cuantiosas participaciones de lotería letal. La mayoría regresan más morenos, descansados y felices. Otros deciden unilateralmente que no celebrarán más aniversarios. Al menos, por encima de su cadáver. Con el ingente número de inútiles que andan sueltos, ¿no sería mejor darles una ametralladora que un cuatro ruedas? Que con un mínimo de fortuna se quedarían sin munición antes de pillarle el tranquillo y afinar puntería. Además, la asociación americana del rifle se pondría muy ufana.
No contentos con diseñar vehículos que agarran 200 km/h y armas de gatillo fácil –que por cierto, yo sugiero cambiar las taquillas por armeros en los institutos americanos, ya puestos–, pues también hemos pergeñado cuchillos eternamente afilados, electrocuciones de alto voltaje, sofisticados venenos, pisos con altura suficiente para que te despeñes, cutters que los carga el diablo, enfermedades modernas, depresiones de diseño, bollería industrial, partidos de fútbol de alto riesgo, racismo multicolor, el Sálvame y el Gandía Shore, puñaladas de desamor, esquizofrenias, pobreza y desigualdad. Resulta una barbarie incomprensible, pero el hombre sigue siendo un lobo para el hombre. Hemos creado una sociedad perfecta para empujarnos al homicidio personal o al suicidio ajeno, y toda la sofisticación del nuevo milenio sólo sirve para que la esperanza sufra anorexia y la ilusión no quiera levantarse del sofá. La búsqueda de la felicidad sólo ha traído la perdición del extraño y la insatisfacción del yo. La escalera hacia el materialismo nos ha hecho seres vacíos, inconclusos, insaciables y permanentemente en conflicto espiritual. Miramos de reojo, envidiamos, pisamos, añoramos cosas para ser plenos que sólo conllevarán mayor vacuidad mientras estropeamos los sueños de los demás.
Volviendo a la vertiente prosaica del tema, la forma más accesible de arruinar una vida es la paternidad. No hay nada más perverso que concebir un niño para ir matándolo después poco a poco. No hacen falta alevosías y maltratos; basta con el asesinato pasivo, la omisión de socorro, la privación de educación, desarrollo y maduración del pequeño. Ser padre es muy jodido. Muchos lo son y demasiados no sirven. Conozco mujeres que darían la vida por ser madres y padres que matarían por no haber tenido vástagos. Somos esclavos en un mundo aparentemente libre y sin embargo nada nos impide procrear y joder, o joder y deteriorar lo procreado. Quizá la concepción debería estar legislada y restringida a seres capaces. Al fin y al cabo, chocarse con el depósito de látex debe ser menos doloroso que pasar hambre, frío, miedo, sufrimiento o indiferencia toda la eternidad. Porque siempre habrá vidas nacidas del coito equivocado.

2 comentarios:

  1. Buenísimo...Sublime...
    Me ha encantado.

    Un abrazo

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  2. Muchos tienen hijos como el que se compra una peonza. Y así nos va...

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