lunes, 16 de julio de 2012

Shane vs. Predicador

El jinete pálido era un western crepuscular basado en Raíces profundas, compartiendo con ella un sinfín de similitudes icónicas y un buen puñado de diferencias sustanciales. Determinar cuál es mejor no parece una decisión sencilla. Desenfundemos los argumentos y cosámoslos a balazos irrebatibles.
La trama de ambas películas versa sobre un cacique interesado en explotar las ricas tierras para beneficio propio y en estricto monopolio. Para ello no le importará arramplar con las ilusiones de un puñado de agricultores humildes y pisar sus derechos con su rebaño comepastos, o de explotar las virtudes naturales del terreno sacando del negocio a los esforzados mineros. En ambos casos el abusador se servirá de sus expeditivos métodos para disuadir a los colonos de seguir labrándose –o tamizando– un futuro mejor. Cuando peor se tornen las circunstancias, el horizonte escupirá un rayo de esperanza a caballo: de la lejanía surgirá un forastero misterioso, atípico, con la mirada perdida en el infinito y un oscuro pasado que le persigue allí donde quiera volver a empezar. La llegada de Shane o del predicador  inclinará la balanza sustancialmente, y será prescriptivo contratar a un sombrío matón, o grupo de asesinos, según el caso, para recuperar el terreno perdido y presentar batalla en el duelo final, una auténtica bacanal de tensión y tiros definitivos, de esos que nunca se pierden en la distancia ni mueren astillando madera. Convencidos los malos, el enigmático justiciero cogerá sus escasas pertenencias, las hará fardo y se llevará la  amistad de los padres, el corazón de las madres y la admiración de los hijos. Todo ello con un horizonte más o menos embelesador y la voz infantil gritando al viento su admiración sin condiciones glorificando la estampa. Escenas como éstas son las que consolidaron el género y lo mitificaron.  
El argumento de Raíces profundas es contemplativo, pausado, rico en vida familiar, en detalles, en momentos cotidianos. La violencia se hace esperar y nunca excede lo estrictamente necesario, a excepción hecha de Wilson. Todos los elementos llevan a un desenlace inevitable, por las malas, y a cierta derrota de las buenas maneras. La violencia de las pistolas es la que expulsa a Shane de su nueva vida honrada y pacífica. Abundan los planos pictóricos, el ambiente bucólico, los sentimientos positivos y la sombra amenazante de Rufus Ryker sobre la armonía que desprende la familia Starret. 
En El jinete pálido el sol tiene miedo de Clint Eastwood. La atmósfera es espectral, fantasmagórica, gris y brumosa. La belleza natural del lugar es mucho más agreste, inhóspita y salvaje. La cámara retrata un mundo desencantado, difícil, áspero, donde los personajes escarban hasta hallar algún sucedáneo de la felicidad. La trama es más realista, menos idílica, y refleja drásticamente la desmitificación del género, el despojo épico de los protagonistas convertidos  a estas alturas en auténticos antihéroes con un ligero regusto a justicia extrema. El jinete pálido es mucho más radical que Raíces profundas. 
Los roles principales, desempeñados por Alan Ladd y Clint Eastwood, consolidan los arquetipos de héroes americanos en tierra hostil. Son desconocidos en suelo extraño, seres de los que poder desconfiar. Ambos se ganan el respeto, la admiración y la confianza de sus vecinos, y aquí se acaban las coincidencias. Shane es prudente, sensato, huye de su pasado, es trabajador, encantador, sonriente, humilde y conciliador. Recurrirá a la violencia cuando la necesite, pero sólo como último recurso. El predicador no necesita ser simpático. Aparecerá frío, serio, amargo e impasible. Su comportamiento se aleja del modelo clásico de héroe americano. Sus formas, gestos y actitudes distarán mucho de las fijadas por James Stewart o John Wayne. Eastwood es un héroe difícil, áspero, incómodo. Ser el máximo exponente del spaghetti western es lo que tiene. Para añadir mayor carga lírica, se da a entender que el predicador viene del mismo infierno. A todos los demás argumentos de justicia social, ambición desmedida y colonización legítima, la cinta nos trae una historia de venganza espectral. El western se oscurece, se desencanta y nos escupe en la bota, todo antes de disparar a quemarropa sobre la valentía, la heroicidad, la ilusión y la justicia maniquea. 
En cuanto a los patriarcas, las distancias son evidentes. Joe Starret es varonil, forzudo, tiene agallas. En muchos momentos de la película ensombrece a Shane. Cuando éste debe reducirlo para evitar que lo maten, se ayudará de un revolverazo en la sien para zanjar la discusión. Joe sostiene el alma de los agricultores, los arenga y cohesiona. Cuando queman la casa de uno de ellos, Starret mantiene la llama de la esperanza sobre sus corazones. Considera a Shane un amigo al mismo nivel, algo impensable entre el predicador y Barret.  
“Hull Barret es un buen hombre”, dice el predicador. Que no sea el padre de la chica, sino un novio posterior de Sarah, abre un interesante abanico de posibilidades. El amor patriarcal se pone en duda. Además, adolece de muchas de las cualidades heroicas de Joe. Es obstinado y pertinaz, pero carece de poder real. Es razonablemente valiente, incluso osado, pero no es un héroe. Hull Barret es un candidato fácil al pijama de pino. Su determinación es su mejor arma, escaso revólver para enfrentarse a Coy Lahood. 
Marian Starret es un ama de casa clásica. Sabe conquistar con la tarta de manzana y los guisos de toda la vida. Se muestra manifiestamente enamorada de Shane, pero sabe cuál es su lugar en la historia. Su aventura sólo se postula, no llegando nunca a traspasar la frontera. 
Sarah Wheeler también se siente especialmente guapa con el predicador, y no ha cerrado su historia de amor con Barret. Por eso no es extraño que llegue a consumar con el orador. Sin embargo, cuando debe decidir entre Hull Barret y el predicador, acabará casándose con la realidad. Con todo, el homenaje previo que se pegan permite ampliar los parámetros de la decencia y el decoro del oeste clásico americano. 
Joey Starrett es ingenuo, infantil e inocente. Su relación con Shane ensalza las cualidades del héroe. Funciona como un heraldo, un juglar medieval que glorifica al pistolero más rápido del oeste.
Megan Wheeler es otra cosa. En plena adolescencia desbocada, intentará seducir al predicador. Entre ellos se establece una relación muy especial, pero ésta es una línea que Eastwood –el director y el personaje– no cruzará. El tópico de Lolita no llega a consumarse. Sería demasiado ruido para una sinfonía de balas silbantes con elementos sobrenaturales. La intención del largo no era escandalizar.
Los malos tienen una relevancia desigual. Rufus Ryker es aceptablemente coherente. Llega a admitir que hace mal, pero considera que tiene derecho. Coy Lahood ni se lo plantea. Su maldad es mucho más estructural, y eso le confiere mayor atractivo.
Jack Wilson, un magnífico Jack Palance, es el pistolero de doble revólver vestido de negro. Flaco, huesudo, taimado, su mirada inquietante y la media sonrisa le otorgan un aspecto de gran impacto visual. Stockburn y sus ayudantes, los malos de El jinete pálido, son tan espectrales como Eastwood, llevan guardapolvos y caminan con gran solemnidad, pero no tienen la presencia escénica de Wilson. Son más mayores, están muy gastados y son impasibles, mas no soportan la comparación.  
En conclusión, es difícil delimitar cuál de las dos es mejor película. Probablemente, hablamos de géneros completamente distintos. Es como cotejar una comedia con un film de cine negro. La evolución del western las hace completamente distintas. En cierto modo, Raíces profundas y El jinete pálido cabalgan desde el punto álgido de la épica americana hasta su decadencia más sombría. Pero Shane y el predicador nunca montarían juntos. De hecho, uno lo hace sobre algodonosas nubes en un celeste de postal y el otro patea dificultoso la nieve mientras la bruma parece importunar. 
 

5 comentarios:

  1. Yo prefiero la del Jinete pálido. La otra apenas la recuerdo,hace demasiados años que la vi.

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  2. Creo que sí que hablas de géneros distintos. Tanto a Alan Ladd como a Clint Eastwood los admiré en su momento y disfruté con sus pelis de crío y más mayor viéndolas en TVE.

    Si tengo que elegir me quedo con las de Clint Eastwood. Sus ciclos en televisión nos pegaban el culo al sofá ;)

    ¡Un saludo!

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  3. Que recuerdos Dry, actualmente no veo ninguna vaquerada, solo de vez en cuando en la tele. A mi el Alan Ladd, siempre me pareció que tenia cara de pan o sea, que no tenia cara de duro como requiere esas pelis. Jack Palance tenia cara de animal, aunque no lo recuerdo mucho de vaquero. James Stewart y John Wayne siempre me gustaron mucho,..pero el que más Clint Eastwood, siempre me ha gustado. Pues nada Dry, me has hecho recordar viejos tiempos y buenos.

    Un abrazo y te invito a un whisky en el Salon!

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  4. Hay que admitir que Clint es el amo.

    Un saludo

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  5. Pues yo reconozco que no entiendo mucho de este tipo de películas, pero Shane me pareció un aburrimiento, igual no se valorarlas...

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