¿Nunca les ha pasado que veían
ahorcar a un inocente y la muchedumbre aplaudía? ¿Que los malos ganaban y la
gente creía que la justicia había triunfado? Esa amarga sensación me invade
ahora, cuando el conflicto educativo enfrenta a profesionales y amateurs, a
docentes y padres, a funcionarios y desempleados.
Y para hablar de algo tan grave, lo
único que sirve es desnudarse y ser aséptico, arrojar luz entre tanta penumbra
mediática, mostrar el cisma y contar la verdad. Pero no mi verdad, sino la
realidad más objetiva. Ésa en la que no caben envidiosos, simplistas,
demagogos, oportunistas, sensibleros o idealistas.
La educación pública está
sufriendo los embates recortadores con tanta violencia como muchos otros
estamentos; como la sanidad, el pensionismo, la dependencia, la obreridad, el trabajo
autónomo, el desempleo… en general, una tala de árboles comenzando por las
raíces y no por las ramas. Porque las reformas parecen desesperadamente
necesarias, sí, pero… ¿por qué empiezan por los más frágiles y no por los más
acaudalados? ¿Tal vez porque esos mismos ricos son los que se autogobiernan?
La nuestra es una batalla que
tenemos perdida. Hace ya muchos años que el “pasa más hambre que un maestro” se
sustituyó –un poco simplificadamente– por el “tiene más vacaciones que un
maestro”. Y si una profesión tan sagrada, tan estresante, tan preciosa como
está queda en un “tres meses de vacaciones”, pues ya empezamos mal. La sociedad
odia al docente, envidia sus condiciones laborales o considera que la
proporción esfuerzo-beneficio es muy ventajosa. Que un maestro defienda su
labor frente a jueces de la calle, otrora amigos, es lo más frecuente y baldío
del último decenio.
La primera etiqueta que se nos adjudica
es la de funcionario. Sólo con esto ya estamos muertos. Nadie nos va a querer
con tan flamante sambenito. Trabajar para la administración ya es sinónimo de
no hacer nada o de bienvivir tras una ventanilla. No sé si merece la pena
volver a tan manido discurso, pero trataré de simplificarlo: ¿Trabaja el presentador
de las noticias treinta minutos? ¿Y el del tiempo diez? ¿No puede ser que haya
mucho más detrás de lo que se ve, que además de 18 ó 20 horas lectivas hagamos
alguna cosita más, no sé, reuniones, tutorías, guardias, corrección de exámenes,
claustros, evaluaciones, informes, preparación de clases, elaboración de
materiales, entrevistas con padres, atención a editoriales, seguimiento de
programaciones, cursos de formación continua… Ya sé que no me entienden un
carajo. Para qué seguir por ahí.
¿Vivimos bien? Yo creo que no. Llegar
al estatus de funcionario de carrera es un paseo. Otra cosa es que el viajecito
dure entre siete y ∞ años. Si aprobáramos nada más llegar y trabajáramos a 20
minutos de casa, sí. Pero casi nunca es así. Hasta hace poco hacerse docente
era una inversión muy dura al principio pero que reportaba beneficios a la
larga: estabilidad laboral, trabajo vocacional, retribuciones aceptables y
vacaciones proporcionales a esos emolumentos –el resto de licenciados y
diplomados del estado cobran más porque tienen menos periodos vacacionales.
Entonces… ¿por qué esa inquina
social? ¿Qué hemos hecho mal? Supongo que los que han llegado, llegar, y los
que no, intentarlo. Y albergar –como muchos otros colectivos– sinvergüenzas sin
vocación que vieron un camino rápido a la vagancia y al dinero fácil –no mucho,
pero sí de buenos pagadores. En este sentido, yo creo en hacer limpia. Cada año
despacharía de tres y cinco compañeros que no valen o no quieren valer. Y aquí
no estamos para tontadas. Los menores son demasiado importantes para que cuatro
incompetentes o tres jetas les arruinen la vida a ellos y la reputación a
nosotros. Línchenles a ellos. Se lo merecen. Échenlos del cuerpo y ocuparemos
su sitio con vocación e ilusión, pero no nos deseen mal al resto.
Decía que iba a ser fiel a la
verdad y pienso cumplir. ¿La reforma educativa es tan mala? ¿De veras los
profesores se ponen en huelga en defensa de la educación? Pues sí y sí, pero
maticemos.
Lo primero que yo defiendo es mi
trabajo. Mi puesto y mis condiciones laborales. Sé que lo hago bien y aunque
ustedes crean que estoy muy bien remunerado no es verdad. Llevar una clase con
veinte adolescentes, motivarles, controlarles, soportarles y enseñarles una
materia a la vez es tan difícil que la mayoría no sabe o no puede hacerlo. Y la
mitad de las veces, si no más, genera estrés. Mucho, poco, suficiente. Lo
bastante para llevarse el recuerdo a casa, para que amargue uno su tarde, para
que sueñe con el alumnado. No. No es fácil ser docente. Es un trabajo muy
intenso. Nada que ver con poner tornillos en una puerta o vender lechugas.
Tampoco es comprar acciones en Wall Street, afortunadamente. Y tampoco se cobra
igual que en unos o en otro.
Decía pues que la mayoría estamos
en contra de los recortes en educación, primeramente, porque nos afectan
laboralmente: pérdida de nómina, aumento de horas lectivas, contratos
desprorrogados ex lege, y algunos a la puta calle. Como muchos otros, sí. Nadie
lo duda. Pero más allá de nosotros, que
en el fondo importamos un carajo, están sus queridos nenes. El proceso
educativo pierde calidad. No es lo mismo atender a 4 que a 5 periodos docentes.
El cansancio, la preparación de clases, la afonía… todo se resiente o acentúa.
Intentamos que no se note, pero eso supone más trabajo para casa mientras
ustedes se alegran de nuestra desgracia porque hace tiempo les pareció que
vivíamos muy bien. Nunca he vivido bien aquí dentro. He sido más feliz que
ahora en un instituto, pero no he podido llevar una existencia despreocupada.
Por lo demás, la educación nos
preocupa, y mucho. Hacemos las cosas lo mejor posible, pero mientras los padres
y la sociedad sigan viéndonos como mercenarios educativos, como únicos
responsables de la formación integral y académica de sus vástagos, sin ceder un
solo minuto de su ocupadísimo tiempo para educar a sus propios hijos; mientras,
reitero, será imposible revertir el fracaso escolar, porque tiene mucho más que
ver con lo que pasa fuera del aula que con lo que pasa dentro.
También podríamos gastar muchas
líneas en cómo mejorar esos 50 minutos que dura cada “round”, sacando a los
alumnos de la clase, aprendiendo en la vida y no en el aula, usando lo
aprendido en contexto, creando literatura, manejando números en la realidad, comunicándonos
en otras lenguas, tocando piedras, observando ranas, visitando países y
pateando museos. Todo eso mejoraría mucho lo presente, pero es una guerra en la
que no nos meteremos hoy.
Los recortes no son sólo hacia
nosotros. Lo son para todos: clases con más alumnos, menos profesorado, menos
becas, programas para los necesitados que desaparecen, enseñanza no obligatoria
de pago, “optimización de recursos” que equivale a perjuicio para el alumnado.
También luchamos por eso, no sólo por nuestro dinero.
Pero estamos agonizando. No
creéis en esto. Sólo pensáis que somos unos jetas y que no queremos sino
boicotear a la sociedad hasta recuperar un estatus de máximo privilegio. ¿No habéis
pensado que el enemigo puede ser el Estado?
Si rechazamos lo que viene es
porque es injusto y porque perjudica a todos. A nuestro trabajo, por supuesto,
pero a la larga a vuestro futuro, al de vuestros hijos, al del país. Pero tal
vez tengáis razón y somos unos sinvergüenzas. Tal vez lo único que se le puede
pedir hoy en día a la enseñanza pública es que cada palo aguante 40 velas a
razón de seis horas diarias. Para qué más. Pero no esperen milagros. Para eso,
ya está la educación privada, donde muchos son creyentes y otros lo aparentan.
Desde luego que el enemigo es el Estado y los Estados no tienen derechos, los derechos son de los ciudadanos...Es muy triste lo que está ocurriendo con la Educación Pública y tal vez lo peor es que no recuperaremos lo que perdamos...Es muy triste también la mala imagen que se llevan los profesores por prejuicios y falsedades, con lo importante que es el trabajo de los docentes en un país y en la preparación de sus ciudadanos...
ResponderEliminarEs todo muy triste y patético y en ocasiones como tú bien dices los conflictos que se ocasionan entre los segmentos que deben estar unidos en esta lucha y contra ellos, van a resultar ser contraproducentes para la educación y la formación de demasiadas generaciones.
Un abrazo Drywater y ¡adelante con la lucha, aunque a veces la idea de que ya es tarde oscurezca el objetivo!
¿Milagros de la escuela privada? Nada más lejos de la realidad. Una gran mentira.
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