Jack todavía visualizaba los
tristes acontecimientos del ebrobús mientras en su cabeza se agolpaban los
interrogantes. ¿Por qué no había esqueletos de los siluros en el lecho? ¿Qué
había atacado al drone de reconocimiento?
Oyó un zumbido a su espalda. Una
voz robótica acompañó un escaneo automático.
–Técnico de mantenimiento 49:
Jack Harper –dijo el drone.
–Oye, 466, ¿detectas alguna forma
de vida? –inquirió Harper.
–Registrada una forma de vida en
las coordenadas 345-298.
–Eso es el charco. Quédate aquí,
466. Voy a echar un vistazo y no quiero volver a repararte.
Jack Harper giró la cincha de su
pecho hasta que el fusil electrónico de asalto vino a sus manos. Una vez armado
y preparado, se acercó hasta la poza de agua. Cuando estaba a metro y medio, un
pez gigantesco saltó de su interior y se llevó medio fusil de un bocado. El
drone 466 vino zumbando y disparando lásers a diestro y siniestro, pero el
bicho saltaba y saltaba sobre la arena hasta que la imprudencia del robot le
convirtió en presa fácil del siluro. Éste mordió las ametralladoras y las
arrancó de cuajo. Se sumergió en el charco y luego volvió hacia Harper. La
carne era mucho mejor que el metal. Dónde va a parar. El mecánico estaba en
jaque. Sujetaba al tremendo pez con sus manos evitando así la terrible mordida.
Entonces tuvo una idea:
–Sima marina excavada en el lecho
del río. Tiene 20 metros
de profundidad. Está llena de monedas de 2 céntimos, huesos de humanos y raspas
de peces, además de una pierna ortopédica, seis móviles, una Virgen del Pilar
de 150 kg,
un vaso de la Expo
2008, un león de bronce, una lancha de bomberos, dos bizis Zaragoza, una
hormigonera, tres sofás y otros objetos no identificables. Conocida como Pozo
de San Lázaro. Decían las leyendas que llegaba hasta el centro de la Tierra, o que era una
puerta al infierno, que comunicaba con el Mediterráneo por Tortosa, y que todo
lo que se tragaba no lo devolvía. En 1971 se tragó un autobús y…
–¡Cállate, cables! –dijo Harper
un tanto apurado–. ¿Puedes succionar toda el agua?
–¡Qué dices, Harper! ¿Te has
pensado que soy una fregona o qué? Harían falta seis centinelas para semejante
capacidad.
–Iniciando ajuste del termostato
–indicó 466.
–¡Pero ya, coño, que se me va a
comer el tiburón!
–Qué puntillosito eres, técnico
49.
El drone tardo 35 segundos en
congelar la superficie del pozo. El siluro gigante, necesitado de agua,
abandonó momentáneamente su presa y se tiró al charco, sólo para resbalar por
su helada placa. Dio seis brincos sin suerte y empezó a asfixiarse. Jack se
levantó aliviado y se sacudió la arena del traje. Mientras el pez agonizaba,
encendió su radio.
–Aquí el ingeniero de
mantenimiento Jack Harper. ¿Me recibes, Vica? Necesito repuestos de
ametralladora láser para el drone 466.
–¿Qué ha pasado, Jack? –inquirió
Victoria.
–Los siluros se comieron a las
demás especies, pero con la gran sequía se refugiaron en un pozo subterráneo en
el río. Al final se zamparon unos a otros y…
–No me cuentes tu vida, Jack.
¿Somos un equipo eficiente?
–Sí –respondió Jack–, somos un
equipo eficiente.
–Claro, Vica. Seremos muy
eficientes. Por cierto, ¿sabes cocinar lubina al horno?
Vica cortó sin contestar. No le
gustaba nada que Harper trajera pingos radioactivos de la Tierra. Era un puto moñas.
Mientras Jack recogía su material, el drone 466 abrió el micro una vez más.
–Drone 466 operativo al 67 %.
Esperando repuestos de ataque. Los siluros no son tiburones.
–Vete a la puta mierda, 466.
Ja, ja, ja!! Pero que ida de tarro, no?? LAs tres partes muy originales.
ResponderEliminarIda de tarro o no, desde luego supera en originalidad a la original. Además de lograr sacarme varias carcajadas.
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