La organización de este espacio literario ha decidido, de manera unilateral y no consensuada, modificar el cromatismo lingüístico de la expresión “prensa rosa” hasta un mucho más apropiado “prensa marrón”, sin perjuicio de las acciones legales que ello pudiera acarrear. Los criterios de cambio de tan ilustre término obedecen a parámetros descriptivos: es una auténtica mierda.
La cantidad de horas televisivas y de parásitos que viven de dos toreros, tres cantantes y cuatro nobles es indecente. Las matemáticas se retuercen hasta obrar el milagro de convertir la escoria mediática en gruesos talonarios de abundantes euros. Resulta cuando menos escandalosamente pornográfico para el trabajador medio cotejar el valor pecuniario de sus esfuerzos respecto al caché de la ex del hermano del torero cuya mujer le escupió al vizconde ruso que tuvo un hijo secreto con la extra de una película española de serie B del año 70 sobre el franquismo.
La clasificación vampírica del corazón tiene varios chupabotes:
1- Famosos por sí mismos. En el peor de los casos, están ahí por deméritos propios. Normalmente aceptan el juego y maman de la burra como todos,
especialmente porque esta actividad les reporta muchos más dividendos que su ocupación habitual. La lista es interminable pero recoge registros muy variopintos: Presentadores, modelos, domadores, biólogas, madres coraje, actrices porno, condes, alcaldes, tonadilleras, masacratoros, princesas, futbolistas, periodistas deportivos, viudas de España, artistas, hechiceras, playboys, baronesas, cantantes, nietísimas, tenistas, peluqueras, etc.
2- Familiares directos de famoso. El número de ellos se multiplica exponencialmente.
Pueden llegar a contarse hasta quince sanguijuelas mediáticas vampirizando del tirón del personaje público (véase apartado 1). Algunos hacen sus pinitos con chorradas varias como regentar garitos, cruzar pasarelas con menos gracia que una avestruz con muletas, grabar discos infames que avergonzarían a la factoría OT (que ya es decir), salir en bolas en Interviú, “escribir” libros de automemez; pero básicamente hablan y hablan como si cada palabra pronunciada tintinease con el sonido del dólar cayendo en su zamarra de imitación.
3- Conocidos circunstanciales. No están ahí por designio natural. Ellos solos han decidido formar parte del circo tocándoles los huevos a los famosos, a menudo en sentido literal, para contagiarse del gen rosa y pregonar sus gracias después. El grado de lateralidad puede llegar hasta encumbrar al novio anónimo de la amiga del famoso que lo fue por casarse con fulanita de España y América. Otra vez, la cantidad de mamarrachos que pueblan esta sección da para muchos bidones de gasolina y una sola cerilla encendida a tiempo.
4- Frikis. El último grito en terror audiovisual. Estos no conocen la fama ni por nacimiento, parentesco ni relación sentimental. Sencillamente sacan impulsos tan denigrantes y avergonzantes que trascienden los límites del anonimato.
Bien podrían dividirse en dos tipos: Casposos y concursantes de “realities” (Operación Triunfo, Supervivientes, Hotel Glam –impagable-, Gran Hermano, La casa de tu vida o Mujeres y Hombres). Joder, lo que es capaz de hacer la gente por salir en el medio. Decidir cuál de las dos categorías merece mayor número de arcadas es probablemente una cuestión insondable. Está claro que los casposos dan mucha más grima, pero es que los otros están tragados de que son muy pero que muy estupendos, y que conocen la psicología humana, cantan como un puñado de ángeles capados (aunque no tengan sexo), hacen fuego con dos ramas de palmera y enamoran a todo bicho viviente con su abrumadora personalidad. Con todo, ¿cómo olvidarse de Yurenas, Rapeles, Pocholos, Yoyas, Danteses, Dinios, Efrenes, Malenas y Berrocales? Llevo años intentándolo sin suerte.
5- Periodistas carroñeros. Mis preferidos. Maman como los demás pero además se envuelven de un halo de dignidad y laboralidad.
No cabe duda de que están trabajando, pero eso no quita que su ocupación sea una puta mierda, carente de ética y muy poco enriquecedora, todavía más cuando se autoproclaman paradigmas de la verdad y la justicia y pelan al personal desde una manida superioridad moral. Cuando opinan parece que sientan cátedra. Sentencian, rumorean, atacan, describen, perdonan, cuestionan, juran, vomitan, patinan y dan patadas al diccionario con la misma facilidad que los famosos hacen montajes para llegar a fin de mes. Impagables. ¿Quién ha sido el imbécil que les ha dado la licenciatura en periodismo a esta panda de incultos prepotentes y perdonavidas?
Para finalizar, la gran culpable de todo esto: La audiencia. Sin ella el share se iría a tomar pol culo y la publicidad dejaría de subvencionar estas armas de destrucción masiva. ¿Quién cojones ve está noble selección de “televisión sociológica”, parafraseando a la meaduchas? Pues mucha gente. Mucha. Marujas, estresados, haraganes de sofá, abuelas de calceta, publicistas, adolescentes con problemas de autoestima, embarazadas con tiempo libre, masocas, hasta escritores de blog con esposas o madres enganchadas a dichas bazofias.
Ya se sabe que sarna con gusto no pica, pero esta parrilla televisiva es tan nociva y poco edificante que debiera ser prohibida de por vida como la pedofilia, el fraude fiscal o la cesión al portero. Sin debates ni posicionamientos. Borrada de un plumazo y sustituida por documentales de la 2 y reposiciones de Verano azul. Cualquier cosa menos eso.
Tal vez la telebasura cubra un vacío emocional, libere al espectador de sus problemas y concentre el odio interpersonal en personajes acreedores de dichos sentimientos, mitigando mediante el morbo que generan los impulsos negativos del oficinista cansado y de la maruja harta de frotar el kimono de la niña. Quizá necesitamos odiar a alguien y toda esta trouppe tiene todos los boletos, porque además se lucra con ello y en cantidades muy escandalosas. Quizá Dios los inventó como creó a las suegras, las manchas, los árbitros, las multas, los lunes o el polvo; simplemente porque todos necesitamos algo o alguien a quién aborrecer o criticar. Pero sobre el cotilleo hablaremos otro día.