En el resto del mundo, cuando
alguien mete la pata, con o sin intención, cuando es deshonesto, fracasa,
patina, resbala o defrauda, dimite. Pero aquí no. Aquí nos agarramos al sillón
como si levantarse de él fuera precipitarse al vacío.
Esta introducción tan genérica
podría servir para pelotazos político-inmobiliarios, para ex–infantas que no
saben de dónde brota el árbol del dinero, para aeropuertos en mitad de la nada,
para trenes de peregrinos que descarrilan al final del camino, para diputadas
de verbo estúpido y para maestros del mamoneo vario. Pero no. Estoy hablando de
fútbol. Bueno, si se puede llamar así a la actuación de la Roja en suelo carioca.
Hemos hecho la puta risa. Y la
culpa la tiene el Marqués. No se puede caer en semejante ridículo y no asumir
la responsabilidad. Con lo que ha pasado, lo único coherente era dimitir. Antes
o después de Australia, pero dejar el cargo.
Patinazos ha habido unos cuantos.
Lo primero, con la dichosa convocatoria. El Santo se había quedado sin parroquia,
y solo oficiaba en días alternos. A qué fin semejante fijación con este hombre.
Sí, lo ha sido todo, pero su nivel actual era lamentable. Así nos va,
funcionando por amiguismos.
La defensa ha sido un puto
cachondeo. Piqué ha funcionado con una regularidad asombrosa: todo el año mal.
Jordi Alba ha estado horrible: ampollado, fuera de forma, sin confianza y
mentalmente superado. Lo del arrebato choni es ya lo último. Este chico
necesita madurar terriblemente. En cuanto a Ramos, menuda decepción. Se pega un
fin de temporada espectacular con los blancos y lo arruina todo con la
selección. Ya podías haber metido uno de esos cabezazos contra Chile, majete, y
no jodiendo a los del Atleti. El mejor central del mundo ha sido el mejor
chollo del Mundial. Azpilicueta ha sido el menos desentonado, pero eso tampoco
asegura mucho. No le ha salido nada.
El centrocampo de España ha sido
de chiste. Xavi está mayor, es la verdad. Busi no se ha encontrado a sí mismo
en toda la fase y Xabi Alonso ha llegado cansado y deslomado. Respecto a Silva,
le ha faltado acierto y ha pagado muy caro el fallo del segundo gol ante
Holanda, como si fuera el villano de la historia. Solo Iniesta ha mantenido el
tipo con cierta dignidad, aunque lejos de alardes épicos.
Arriba, Diego Costa se ha hundido
en la superficialidad. No es el gran culpable de la situación, pero es verdad
que desde que llegaron los partidos importantes, de rojo o de rojiblanco, no ha
enganchado ni una. Demasiadas lesiones, falto de ritmo y escaso de fortuna. No
ha sido el nueve auténtico que buscaba el seleccionador. Igual daba. Torres y
Villa hubieran pasado con amargura por los mismos enrevesados caminos huérfanos
de ocasiones gracias a un sistema de juego obsoleto, trillado, sin variantes,
sin intensidad y sin chispa.
Lo más curioso de todo esto es
que nadie asume responsabilidades. No han salido las cosas y poco más. Y para
uno honesto, crítico, íntegro –Alonso– que reconoce que no han estado bien, que
les ha faltado hambre, que no estaban mentalmente preparados para competir, se
le echan todos encima. Hace falta ser egocéntrico, inmaduro y narcisista para
intentar tapar la mierda y perfumarla de mala suerte.
España ha estado negligente. No
ha sabido competir. Porque se puede perder contra Holanda, contra Chile, hasta
con los australianos. Eso no se discute. Lo que no se puede hacer es asentarse
en la autocomplaciencia, repetirse mil veces que somos los campeones del mundo
y esperar que la estrella meta los goles por la escuadra. La Roja no ha estado a la altura
en nada, pero especialmente en actitud. Cuando vienes de ganarlo todo es
difícil mantener la intensidad; cuando te sabes superior, es complicado
demostrarlo con esfuerzo. Es como si uno quisiera que el miedo escénico del
rival ya te diera un par de golitos de ventaja.
En Liga de Campeones del año
pasado, el Bayern de Munich de Heynckes se enfrentó al Barcelona de Roura con
muchísimas ganas y sobredosis de humildad, por eso barrieron a los blaugranas.
Y esa misma medicina sufrieron los alemanes del Real Madrid de Ancelotti este
año. La única manera de vencer a un rival superior es apretar los dientes y
correr, esforzarse al máximo y creer en el milagro. Y así lo hicieron los
tulipanes y la roja chilena, la verdadera, creyeron humildemente en dejarse los
cuernos contra la todopoderosa España y obraron lo que parecía imposible.
No deja de ser significativo que nuestra
selección se caracterizara por ser imposible de batir, que nadie le hacía un
tanto. Cuando uno perdía el balón, seis se echaban encima del poseedor con la
voracidad de un lobo, costumbre heredada del mejor Barcelona de Guardiola. En
este Brasil ’14 hemos visto el equipo roto, con defensas driblados con suma facilidad
y centrocampistas que no ayudaban. Un bloque descosido por el centro. La estrella
no sabe defender, amigos. Eso era la falta de hambre y de tensión de la que
hablaba Xabi, cenutrios.
Os han endiosado demasiado. Ahora
sois incapaces de admitir una crítica. Os tenían que haber dado muchos más
palos. Y si ha habido comentarios injustos, os los coméis, porque habéis
conseguido ser lo más odioso que se puede ser en deporte: tener los mejores
rotuladores y hacer el peor dibujo. El ridículo, vamos. No habéis perdido de
penalty injusto en el minuto 95. Os han pasado por encima con un rodillo
pequeño, pero que parecía gigantesco.
Pero no pasa nada. Sois
españoles. No asumimos los errores. No aceptamos las verdades. Solo pedimos
perdón con la boca pequeña y a seguir cobrando. Así nos va.