Proliferan en los últimos ocasos
de la cotidianeidad hispana las parejas interraciales compuestas de papito
español y mamacita criolla. El señor ya no entra en la cuarentena, a veces ni
en la cincuentena. La mulata oscila entre los veintitantos y el medio siglo,
aunque en general, siempre destaca por ser más joven y exuberante que su macho
gallego.
Hasta aquí, todos contentos. Él
se gasta una autocomplacencia del quince y ella un confort existencial XXL. No
hay cisma ni conflicto, pero la incontestable realidad del negocio es que no se
quieren.
A saber, el yayo está hueco como
un pavo, orgulloso de que los demás lo vean pasearse asido de tamaña hembra,
que lo envidien o hasta se lo imaginen montando a la morena con mayor o menor
fogosidad y sobredosis de viagra. Lo mismo da que papuchi le dé lo suyo a no a
la chola, que duré seis minutos o cuarenta y cinco orgasmos. Lo único
importante es que el vecino sepa que se la tira o tiene autoridad conyugal para
hacerlo, funcione la herramienta o no. La envidia da más gusto que el disfrute
en sí. Amor, amor… pues poco. Tal vez compañía, magreos y amistad a partes
desiguales, y nada más.
La chamaquita se aferra cariñosa
al brazo del licenciado. Ella no acostumbra a fijarse si los demás los miran o
no. En caso de que lo hagan, ya sabe lo que piensan y no le importa demasiado.
Con suerte, no tendrá que comerle la panocha al verderón, pero si hay que
agacharse, no hay problema. Mejor a uno que a ciento. Eso sí, más vale que
papuchi tenga la cartera repleta. Tal vez no hasta coleccionar deportivos, pero
sí lo mínimo para vivir honradamente sin trabajar y pudiendo mandarle plata a
Luisa Fernanda y Wilson Alfredo. La gordibuena siente un afecto inteligente
hacia su papito, pues no recién sabe que de estos besos, aquello pesos. Cuando
la vida te nace pobre, hay que arrimarse a los gallegos talluditos y sacar
adelante a la familia.
La exótica latina tiene claro, a
mi inopinado entender, que su macho no la quiere, que es tan solo un florero
con o sin derecho de pernada. Lo que no admite duda es que ella no siente mucho
enamoramiento por el abuelo. Ni cuando lo conoció ni cuando esté agonizando.
Que le dé pena, nadie lo cuestiona; que las hijas estén que trinen porque la
panchita se lleva la herencia, tampoco; que don Viagra se va a dar unos
homenajes de muerte, tampoco se discute.
Aquí el único que puede
autoengañarse, o no, según su autoconcepto, es papito. Si piensas que tu verbo
fácil y tus historias de abuelo cebolleta atan a la cholita a tu corazón, pues
estupendo. Nadie te sacará de la ilusión. A qué fin. Pero no se lo cree nadie,
y si tuvieras un poco de mollera, tú tampoco. Como dijo Johnny Guitar,
“Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años. Dímelo.”
¡Buenísimo Drywater!...Allá cada uno con sus criterios, su sentido común y sobre todo sus CARENCIAS, allá cada uno...
ResponderEliminarLa entrada es genial!
Abrazos!
Algunos habrá que se quieran. ¡Digo yo!
ResponderEliminarUn abrazo
¿Quién sabe? El amor (dicen) es ciego. Pero mi experiencia está en la línea de lo que cuentas (muy bien, por cierto), incluso más allá. La mamasita se quedó embarazada (tres casos documentados en mi entorno relativamente cercano) y desapareció, dejando los "frutos del amor" al cargo del papito ...
ResponderEliminarSaludos!
Como siempre genial Dry. Disculpa por la rapidez, es que ando cogido de tiempo. Pero que esto no me impida el saludarte. Un abrazo Dry, eres una máquina.
ResponderEliminarUn abrazo Dry!!