Tengo una máxima en conversación:
habla siempre que vayas a decir algo interesante para los demás; y si les va a
importar un carajo, deja espacio acústico para que los oyentes también puedan
contar sus batallitas.
No siempre cumplo la norma, pero
al menos cuento historias breves, anécdotas rápidas y aventuras digeribles. La
tortura acaba pronto.
Otra cosa son los brasas. Lo
primero que los delata es su afán por monopolizar la tertulia hasta remozarla
en simple conferencia. Sin ruegos ni sugerencias. No hay silencios, no hay
preguntas. El pavo se encuentra en su salsa, se regala los oídos y se gusta
como si fuera el Barça ganando 6-0. El final de la charla sólo lo marca algún
motivo de fuerza mayor: suena el timbre, sacan el postre, empieza la peli, pasa
un taxi, se topa con otra víctima, da a luz su hija…
Aparte de la cantidad de abuso
verbal del brasas está la calidad del discurso. Generalmente lo que cuenta el
amigo no le interesa a nadie. Es un auténtico coñazo. La temática es variada:
yo, mi trabajo, yo, mis hijos, yo, mi ocio friki, yo, mis vacaciones nada
originales, yo, las heces de mis hijos, yo, la mili propia, yo, la carrera de
mis hijos, yo, mi carnet de conducir, yo, mi bajada de humos a la funcionaria,
segurata o pollera, yo, yo, yo… Sé que este párrafo es un tostón, pero
tratándose del manual de estilo del colega no había diversión posible.
El brasas es egocéntrico. Que te
escuchen es un ejercicio de generosidad. Rara vez concede ese honor a los
demás. Verbalmente hablando, convierte el oro en paja. No se da cuenta de que a
todos, en un contexto cálido, les apetece relatar sus propias guerras. La gente
que habla demasiado es sistemáticamente esquivada y temida. Su alocución aburre
y los oyentes desean que se acabe rápido la reunión. La maldita educación
protege a los tiranos del parlamento.
Las personas que escuchan y
conversan cuando se les pregunta, por el contrario, son valoradas y queridas. Su actitud es
apreciada considerablemente, y aunque tarden meses o años en ganarse la
admiración del respetable, su efecto es mucho más duradero. Todos queremos
amigos así, pero debe ser que escasean en este mundo de narcisismo
comunicativo.
Hay soluciones para no ser un
brasas de libro. Puedes escribir en un blog todas las gilipolleces que quieras
sin daño colateral. El que quiera leerte lo hará, y el que piense que hablar de
los pesados es un rollazo, pasará de largo. Y aquí paz y después gloria. Por
eso me gusta escribir. Porque se puede cascar y cascar y soltar miles de ideas,
pensamientos, sensaciones, curiosidades, reflexiones o sentimientos sin ahogar
a nadie en el tedio. Un escritor no se ofende. Un bloguero no se entera. Un
brasas no sabrá a veces ni dónde trabajas; y tú, si has desconectado, tampoco
sabrás las notas del colegio de sus hijos o el color de sus esputos.
Una buena táctica para afrontar
una jornada con pesados de éstos es agruparlos y… que nadie se asuste, no vamos
a meterlos en una zanja. Una solución efectiva es, decía, juntarlos por un rato.
No siempre funciona, pero muchas veces se contrarrestan a la perfección. Y los
otros descansan maravillados del milagro de la creación: ¿Cómo pudo Dios hacer
gente así y no repartirlos más entre las familias?
jajajajajajjaa, pues en mi familia está muy bien reaprtidos, uno en cada casa y en alguna incluso dos, la verdad es que todos podemos ser algo brasas en cualquier momento ;)
ResponderEliminarJa, ja, ja!!! En todas las familias hay un brasas!!!
ResponderEliminarMuy divertido y cierto...Siempre hay uno en todas las familias, y en la mía lo hay....
ResponderEliminarUn abrazo Drywater
Jajaja,,,tienes toda la razón Dry, pero te digo una cosa, para mi no existen diferencias. Ni blogs, ni libros, ni en carne y hueso. Lo mismo que puedo dejar de leer un libro o un blog, a un pelmazo se lo digo a la cara y le dejo con la palabra en la boca. En ese aspecto hay que ser sinceros, sino, te aguantas y aguantas el rollo y terminas con un ardor de estomago terrible. ¿No te ha ocurrido a ti nunca lo del ardor? Acojonante.
ResponderEliminar!!Abrazoss Dry!!!
Una lástima, sí, pero me identifico con el post, soy un brasas...
ResponderEliminarEn mi trabajo tengo que aguantar unos cuantos brasas de estos cada día...el problema es cuando se junta la característica "brasas" con la de "sabelotodo" dando lugar al temido brasasabelotodo, un cansino inaguantable que te dan ganas de taparle la boca con un calcetín sudado.
ResponderEliminarA veces creo que los brasas tienen una imaginación más grande que la Stephen King, no puedo crear que pasen tantas cosas interesantes en su vida como para contarlas durante horas.
¡Salud y ojalá no te cruces con un brasas hoy!