Patricio Márquez llevaba meses
escondido en un cuchitril sin ventanas, tumbado en el sofá y sobreviviendo a
base de jumpers y chetos sabor kétchup mientras alimentaba sus sueños con
documentales de “Jirafas Enanas”, “Ballenas hidrófobas” y Rinocerontes
Unicorniales”. Había perdido la forma hasta el punto de que su otrora
reluciente barriga se perdía en un mar de grasa circunferencial y asimétrica.
La barba de seis días escondía tanta desgana como abandono, y el pelo grasiento
y desaliñado denunciaba huelga de ducha desde hacía incontables semanas.
Dejarse llevar siempre era una ruta sin retorno hacia la destrucción corporal y
espiritual.
De repente La 2 le obsequió con
un fabuloso reportaje sobre “Funerales de las sardinas” y al intrépido agente
de la $GA€ se le encendió la bombilla de 90 vatios. ¿Y si volvía a la carga de
incógnito? Pronto llegarían los carnavales y podría recaudar disfrazado de otra
persona.
Patricio cogió el coche y se
dirigió a la cuna de todos los carnavales europeos: Venecia. Se puso su traje
de noble veneciano con una fabulosa máscara narigona, pagó una cuantiosa multa
a sí mismo por la infracción y se lanzó a la caza de infractores.
Los dos primeros días fueron muy
fructíferos. Patricio penalizó a 89 personas, nobles y turistas, en los
derredores de San Marcos. Poco imaginaba que su mundo se iba a resquebrajar al
tercer amanecer. Aquella fatídica jornada
llegó a puerto un trasatlántico de Fanta lleno de ninis y chonis. Las máscaran
venecianas se diluyeron en un mar de vulgares, toscos y barateros disfraces de
saldo: el Capitán América, el tesorero Bárcenas, Bob Esponja, Shakira y Piqué,
Mazinger Z, Melendi, Amador Mohedano, Chicote, Berlusconi, Mickey Mouse…
absolutamente vomitivo.
–Neil Tennant y Chris Lowe? –inquirió
Patricio Márquez a un par de locazas con monos rojos y cucuruchos puntiagudos.
–No –dijeron ellos
extrañados–. Somos Rocco Ambrosini y Nicoletto Farini, sicilianos.
–Bien,
Ambrosio Roca y Vaporetto Panini, acaban de cometer un delito contra la
propiedad intelectual. Han plagiado a los Pet Shop Boys, los reyes del gay pop.
Deberán pagar una multa que la $GA€ transferirá posteriormente a la agencia
tributaria italiana.
Pero mientras redactaba la multa
vio aparecer a un gordo imitando a Rajoy, once pavos vestidos como si fueran el
Real Madrid, uno de Jorge Javier Vázquez…
El incorruptible agente empezó a parar a todo quisque, pero no daba
abasto. Vino otro vestido de Sheldon Cooper, de Naranjito, hasta del mismísimo
Patricio Márquez –que, por cierto, fue detenido inmediatamente por los
carabinieri–, e incluso de la familia Flores.
Un zumbido terrible se apoderó de
la cabeza del agente de la $GA€. Mirase donde mirase, sólo veía plagios y más
plagios. Se quitó la máscara para poder respirar, jadeando pesadamente mientras
su estómago se hinchaba y deshinchaba hasta extremos incompatibles con las
leyes físicas. Se arrancó la seda veneciana chillando enloquecido, y salió
corriendo sin rumbo intentando escapar de tanta locura copyrightística. La
momia y Spiderman lo miraron extrañados. Cobi y Curro dejaron de brindar y se
fijaron en el loco.
Patricio Márquez ganó una góndola
a motor y salió zumbando de la magia veneciana. Tal vez tuviera un encanto
especial, pero aquel día era todo de cartón-piedra. Unos miles de nudos más
allá las voces y las pesadillas se hicieron más y más sordas. Enfrentarse a la
corrupción desatada del mundo puede ser enloquecedor para alguien tan purista.
Llegó a Croacia y se encerró en un motel de mala muerte donde intentó curarse
las heridas a base de “Cigarras trabajadoras” y “Osos alopécicos”. Menos mal
que se había traído el DVD portátil.