Los liberados sindicales son,
posiblemente, los grandes desconocidos de la función docente. Yo no tengo muy
claro qué hacen. Dan cursos inútiles –pero homologados– que les reportan
cuantiosos ingresos, asesoran a docentes en apuros, muchas veces sin requerir
afiliación, dan cobertura jurídica, informan en época de oposiciones… y poco
más. Creo que nos defienden ante el poder, pero nunca me ha parecido que su
pataleta revierta en nosotros. Todo queda en un enfado simbólico y otra vuelta
de tuerca para los que estamos a pie de tiza.
En cualquier caso, son la prueba
palpable de cómo funciona la educación: asesores, liberados, ministros,
legisladores, inspectores…. ¿y los maestros? ¿No debería haber muchos más
soldados que generales, más hormigas que reinas, más obreros y menos
ingenieros? La burocracia nos ha tiranizado. No me sorprendería que los propios
sindicatos sean esclavos de la misma y burda gestión (des)organizativa, que
tengan muchas más responsabilidades de las que se ven, que desconozcamos su
trabajo lo suficiente para no criticar y opinar con la gratuidad que yo lo
estoy haciendo. Pero una cosa sí tengo claro: el que trabaja en un sindicato de
educación es que no tenía vocación real por las aulas. Para eso hay que ser muy
profesor.
Desde luego que sí Drywater, la vocación es primordial en la educación, como en tantas otras profesiones, lo que yo no sé es si trabajar en sindicatos es también vocacional...¡Porqué no!, supongo que hay vocaciones y vocaciones...Jajajaja....
ResponderEliminarUn abrazo!