![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-cwOga5HhyBgvUy_sGqVutYYQNhGEXz8Rh1xLI_JHzK-gBIZPmLhHgjtfmkBmcOB6ABbgVxtz98UyJ_znVnf4fkOFxJ7YKV4yjkm2q6FeBQljwWEB98IyeOcaTOPA0tdIcDAt0k9awqOR/s1600/ss.jpg)
Semejante despliegue de esfuerzos
no deja de resultar curioso, paradójico, hasta absurdo. Los colonizadores de la
primera línea son por los general abuelas hidrófugas, de esas que jamás prueban
el agua (de mar; de la otra no hay evidencias) ni les queda retina para
disfrutar el horizonte turquesa.
Lo que sí hay que concederles es su
impepinable capacidad para defender el territorio: a las tradicionales toallas
y hamacas vintage se unen una espesa vegetación de sombrillas clavadas hasta el
centro de la Tierra. Dicen
que cuando una abuela coloca un parasol, un maorí sufre un enérgico pinchazo en
el culo.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiyuPjUNsIwoHadTowtte1hbyo-IgapZpexNDQRVZ2zOMni2qrA3XX_AKlZMbj2eV4kBHv8RHah0AxeKfJRECe3lU1lTKDzcKJZDQxrZUnmR3IG62DtNkutKK7McAE344J8UHst9I4uxbFM/s1600/plaua.jpg)
Atravesar el bosque de sombrillas
requiere realizar el baile del limbo –sí, aquel de pasar por debajo de una
pértiga horizontal a medio metro de altura– y a uno siempre le queda la
sensación de que está pisoteando territorio comanche. Raro es el caso de cazadores
de primera línea que resisten menos de ocho horas en tan privilegiados
desiertos costeros. Para eso se inventó la paella y el tupperware, para
aguantar la posición y mantenerla hasta las seis o siete de la tarde,
momento
de conquistar bancos de paseo marítimo y terraza de heladería por el precio de
una mísera horchata consumible en tres horas.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjfujBuA6EdmjJIKOn45xhUvx5vBBcdeKN_E6W5qnnb5fzIOBNDxPc-f6xIVWfQSw4JHHMSea_17esfsY6NkXyTnsirBkKxcSCIblnj3nbe7yny0zw4cCyWzAQepY1ozi6U50Wr42cgLqRE/s1600/bb.jpg)
También se puede acudir al
litoral, pegarse unas buenas zorreras nocturnas y acudir al playámen por la
tarde, pero para las abuelas es lo mismo que irse de crucero y no separarse del
mueble bar. Puede que ustedes y yo nunca madruguemos para tomar la playa, pero
no se apuren: también correremos para mangonear croissants en los desayunos de
los viajes del IMSERSO y aplaudiremos a Belén Esteban cuando se ponga burra.
Odio la playa en verano!....Me sientan mejor largos y tranquilos paseos cuando el tiempo refresca.
ResponderEliminarUn abrazo Drywater!
Vivo a pocos centenares de metros del lugar de las fotografías que ilustran tu entrada y este verano he "aprovechado" la playa más que nunca, sin pisar la arena y, por supuesto sin molestar a los maoríes, pueblo al que admiro.
ResponderEliminarHas definido muy bien, terroríficamente bien, el ambiente que se puede sufrir en un lugar tan bello (si pudiera volver a verse tal como fue 50 años atrás).
Saludos!