Cuando la teta se cerraba, y
parecía que todo volvería a su cauce, las cosas se ponían aún más
desfavorables. La mamá reciente aprovechaba para echar una cabezadita sin
cojín, lo cual no era una buena noticia, porque el usurpador estaba cumpliendo,
retorcidamente, su función de hamaca para el bebé. Y el jodío dormía tan bien.
El desgraciado de Alin echaba en
falta a su familia. El almohadón de la muerte estaba en todas, y él en ninguna.
Y no sólo en cuestiones afectuosas, porque el mecánico ya no recordaba la
última vez que había cohabitado con su querida Yordanka.
Un aciago día se fue la luz en el
polígono. La avería iba para largo, con lo que el jefe los largó a todos a
media tarde. “Bien”, pensó Alin, “tal vez hoy podamos consumar.” Y con esa
intención marchó a casa ilusionado y medio empitonado.
Cuando entró le pareció oír
ruidos extraños, lamentos, dolor. Pasó con cierto miedo hasta la habitación de
Marius. El chiquito descansaba a pierna suelta en su cuna, en un mar de
peluches y texturas. Lo curioso es que la culebra metomentodo no estaba allí.
Los gemidos no paraban. Eran, ya
sin ninguna duda, obra de Yordanka, y una nube de pesar inundó su mente.
¿Estaba su amada poniéndole los cuernos con el vecino? Accedió, por fin, a sus
aposentos, y se le cayó el alma a los pies. La esposa estaba, sin pudor ni
vergüenza, a cuatro patas, con una cara de placer nunca antes dibujada en su
rostro. En su retaguardia, en postura viril, un tanto machistorra, el cojín de
lactancia le estaba echando un pinchito de los buenos.
Ocho meses más tarde, Alin seguía
trabajando en su taller después de las nueve de la noche. Antes, rara vez se
quedaba más allá de las seis. Ahora siempre hacía entre tres y cuatro horas
extras al día. Necesitaba el dinero. Además, le gustaba arreglar coches. Era
una manera de mantener la mente ocupada. Así no pensaba en los cuatrocientos
euros mensuales que le tenía que pasar a Yordanka y al puto cojín de lactancia
para que criasen a su hijo. Entre eso y los setecientos de hipoteca, apenas le
quedaba para su piso de alquiler.
Drywater! Cada vez desvarías más...ja, ja, ja!!
ResponderEliminarJajajajajajajaja, tenía que haberle prendido fuego cuando tuvo oportunidad. Al final se la jugaron.
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