Los personajes principales son
sin duda los tres inseparables y, por supuesto, D’Artagnan, aunque un análisis
más exhaustivo otorga mayor protagonismo a Milady que al mismísimo Porthos, que
no deja de ser un secundario bastante poco perfilado. Así, el joven de unos
diecinueve años –la novela no lo acaba de concretar– que llega a París
proveniente de la Gascuña
es el eje principal de la obra, y casi todo lo que ocurre es por su culpa o
gracias a él.
D’Artagnan es un muchacho de
clase noble baja que, impelido por sus impulsivas pasiones, su prepotencia
atrevida y su valiente candidez, mete el hocico demasiadas veces en asuntos que
le vienen grandes. En general tiene buenas cualidades, pero sucumbe
imperdonablemente a sus debilidades carnales, colándose a las primeras de
cambio por Constance, metiendo la nariz en los asuntos de la realeza por amor a
ella, y jugando después con Kitty, la doncella de Milady de Winter, con el
único objeto de sonsacar a su señora el paradero de su amada raptada por orden
de Richelieu. El gascón no obtendrá la información que buscaba, pero eso no le
impedirá prenderse de Milady Clarik, suplantar a su amante, el conde de Wardes,
y acostarse con ella. Este episodio del aspirante a mosquetero es el más
sórdido y discutible de su actuación, y tendrá consecuencias funestas. Nada hay
más atemorizador que una femme fatale despechada y engañada.
El ambiguo
Aramis es un mosquetero
ocasional, que abraza fuertes aspiraciones religiosas. Suave, encantador, buen
amante, discreto, poeta, sostiene aparentes contradicciones entre su fe y su
debilidad por las mujeres de clase alta. Pese a ello, es refinado, elegante, inteligente
y leal. Gana la complicidad de D’Artagnan cuando éste último acuerda no revelar
uno de sus encuentros furtivos. Aramis a su vez es el más caballeroso de los
cuatro amigos, al menos en apariencia. Al final del libro dejará el peto y se
encasquetará el hábito.
El simplón
Porthos es grande, fuerte y
seguro de sí mismo. Gusta de la buena vida, de comer y beber en abundancia, y
parece ser el más inclinado a las ventajas de la posición social. Frecuenta a
una mujer madura de buena dote y de ella consigue gran parte de su atrezzo
mosqueteril, y queda encantado cuando su querida entierra marido. Pese a que no
la ama, sabe manipularla para obtener cuantiosos beneficios. También deja el
cuerpo de mosqueteros del rey para vivir con su viuda a cuerpo de ídem.
El taciturno
El personaje más fascinante de
toda la trama es sin duda Athos. Mientras los otros miran hacia el futuro y
quieren mejorar su presente, él es un hombre con pasado. Orgulloso, digno,
prudente, reflexivo, melancólico, callado, valiente, muy inteligente y
sempiternamente abatido, adoptará a D’Artagnan como hijo simbólico. Athos es
tremendamente leal y buen amigo, y su amistad con el gascón resulta la más
intensa y sincera de todas. No en vano D’Artagnan y los otros mostrarán por
Athos una profunda admiración. Cuando la trama se pone grave, entonces el
mosquetero revelará su secreto como antiguo conde de la Fere, tomará las riendas de
la acción y llevará a su esposa, la malvada Milady de Winter, ante el verdugo. Athos
se muestra como un hombre profundamente marcado por su amor traicionado, pero
si las circunstancias lo requieren es resolutivo, descreído y tremendamente
práctico. Su espacio argumental aumenta considerablemente hacia el final. De
hecho, si la primera parte del libro pertenece a D’Artagnan, la segunda la
sostienen Milady y Athos.
La buena
Madame Bonacieux es el amor
natural de D’Artagnan. Pía, inocente, angelical, representa la bondad
personificada. Se pasa toda la trama secuestrada, recluida o espiada. Una vida
de sinsabores. Su dramático final es con frecuencia omitido en Hollywood, poco
dados a desenlaces trágicos. En todo caso, su desplome viene directamente
traído de su querido mosquetero y de su juego a tres bandas. Quien juega con
serpientes acaba envenenado.
Constance Bonacieux representa
bien el paradigma de mujer sacrificada, casada con un cincuentón que no la
quiere. Es una joven de clase baja mucho más vinculada a cumplir
escrupulosamente sus obligaciones que a satisfacer sus deseos. En ella se
intuye la más devota y entregada de los personajes, y su amor por D’Artagnan
parece desde el principio encerrar algo maldito, como si la felicidad fuera
ajena a los seres esquivos con la providencia.
Muy buena reseña, Viva Athos, joder. Supongo que lo has leído, pero si no, hazte con "Veinte años después". Es mejor aún, en mi modesta opinión. Es el libro más..otoñal, que he leído, cuanta tristeza debajo de nuevas aventuras, que clima más distinto. Lo que hace el tiempo con nosotros...
ResponderEliminarUn abrazo :)