El speech del dorado fue
incontestable. Papá Noel permanecía visiblemente afectado, con el gesto abatido
y la mirada derrotada. Gaspar miraba al suelo con una expresión de vergüenza
extrema y culpabilidad. Baltasar sudaba profusamente y sus fuertes manos
parecían incapaces de solucionar el desastre. Se sentía como un juguete roto.
El momento se detuvo, y las cuatro auras se extinguieron, quedando sólo los
hombres. Habían perdido su magia navideña. Ya sólo eran cuatro ancianos
vestidos ridículamente. Alzaron los ojos y afrontaron en sus miradas el
reproche ajeno y el propio. Eran unos idiotas. Tenían que pensar más en los
niños y menos en sí mismos. Los cuatro se sonrieron con aceptación. Por fin
habían entendido el espíritu de la Navidad.
El resplandor empezó a brillar levemente envolviéndolos.
Entonces el cristal del salón
saltó en mil pedazos y una pata de camello amaneció de la nada. Llevaba una
bolsita con sustancia blanca en la pezuña. Los cuatro se asomaron a la ventana
y vieron a los camellos escondiendo droga mientras los renos se peleaban con
ellos para sacarla a la luz. Combatían con un odio exacerbado.
–Dale, Rudolph –arengó Santa.
–Con la joroba, empújale con la
joroba, Quasimodo –animó a su vez Melchor.
–Sólo hay una manera de
arreglarlo –expresó Gaspar poniéndose muy serio–. Tenemos que recurrir a la
magia.
–Os vais a cagar pues, mugrosos
–amenazó Noel.
La habitación se llenó de luces
brillantes y destellos azules, rojos, dorados y verdes. Todos comenzaron con
ataques menores.
–“Mirra quién bailaaaaa” –lanzó
Baltasar mientras virutas de resina llameantes rodeaban al señor orondo y le
hacían danzar para no quemarse.
–“En estas Navidades, turrón de
chocolate, en estas Navidades, turrón de Suchard” –contraatacó el de rojo
mientras ladrillos de turrón dorado creaban un parapeto que repelía los
ataques.
–¡Qué defensa tan buena! –exclamó
Gaspar–. “¡Incienso en ti!” –Y un pesado botafumeiro suspendido del cielo cayó
como una bola de demolición sobre el muro de turrón. El aroma a incienso que
desprendía pronto ahogaba a Santa, que tuvo que volver a atacar.
–“Let it snow, let it snow, let
it snow” –y una nevada tremenda avalanchó a los de Oriente y los sepultó de
frío.
–“¡Tarjeta Visa Oro!” –bramó Melchor
con virulencia, y una lluvia de símbolos del dólar dorados golpearon
dramáticamente al barrigón.
La cosa se ponía muy fea para el
anglosajón. Sus tres oponentes eran demasiado poderosos. Necesitaba ayuda
divina. Sacó una campana de oro del bolsillo y la aporreó con urgencia dos
veces. Una ráfaga de viento entró rauda por la ventana rota por el camello
traficante. Tras el aire vino una boina gigantesca que reventó lo que quedaba
de cristal. Un ser robusto, vestido de negro rústico y con mirada de bruto
irrumpió en el salón. Simultáneamente, una explosión de azufre blanco
presagiaba, tras la densa humareda, la aparición de otro superhéroe de la Navidad, éste de marcado
carácter religioso, dado sus hábitos sacerdotales, el báculo sagrado y la mitra
roja. Ante los reyes de Oriente y Papá Noel se erigían el Olentzero y San
Nicolás dispuestos a nivelar la balanza.
–No vale, no vale –expresó
Baltasar negro de rabia–. Éstos no son ni ingleses ni americanos. No me doy, no
me doy.
–Da igual, moreno –dijo Santa con
soberbia–. Ellos me apoyan porque también creen en la Nochebuena para
entregar los regalos. Te jodes.
–¡Qué mal hablado eres¡ –opinó
Gaspar con un gesto de desaprobación.
No dijeron más. Se limitaron a
pulsar fuerzas, contrarrestar rayos, esquivar ataques, sufrir energías y
encajar disparos de luz. El lugar semejaba una bacanal de fuegos artificiales,
y nada parecía desequilibrar los bandos. La única manera de acabar con aquello
sería utilizando el ataque secreto navideño. Todos los superhéroes de la Navidad tenían uno, pero
no debían utilizarlo porque eran armas muy poderosas. En esta ocasión, la
situación lo requería. Estaba en juego la supremacía de los regalos de Navidad.
Los que ganasen se llevarían la fecha para siempre, y los perdedores serían desterrados
y, con el paso del tiempo, debidamente olvidados. Los seis personajes se
detuvieron en el tiempo. Aumentaron su cosmos navideño hasta que fueron engullidos
por un aura de fulgor negro, rojo, blanco, oro, verde o azul, según el caso. Y
entonces se desató el infierno de la Navidad. Atacaron
todos a la vez.
–¡Estrella de Navidad! –cantó
Melchor mientras un resplandor dorado cegaba a sus adversarios.
–¡Morry Crismas! –lanzó San
Nicolás y de su báculo salieron certeros rayos de plasma.
–¡Roscón de Reyes! –dijo Gaspar
ondeando los brazos. Del giro de ambos miembros surgían lazos de roscón que
aprisionaban a los enemigos.
–¡Zorionak! –gritó el Olentzero
volteando su saco por encima de su cabeza. Trozos de carbón mágico impactaban
una y otra vez sobre los de Oriente.
¡Bombón de Chocolate Negro! –concluyó
Baltasar y una lluvia de pelotas de cacao fundido e hirviendo cayó sobre los de
la Nochebuena.
Los seis se quedaron mudos. No
tenían palabras. Permanecieron ahí parados con las cabezas gachas esperando y
deseando que se les tragase la tierra. Pero uno no debe desear cosas malas si
tiene poderes mágicos, porque efectivamente el suelo se abrió con un chirriar
ensordecedor y furibundas llamas los acogieron. Cayeron casi al instante
gritando como cuando uno desciende por un precipicio sin final. Ibón tenía los
ojos abiertos como platos. No se creía lo que estaba viendo. Oyó chillar a los
animales en el exterior. Se asomó a tiempo para contemplar camellos y renos ser
engullidos por otra zanja del averno similar. Ambas fracturas del terreno se
cerraron sin dejar rastro. Nada indicaba que por allí hubieran desfilado
santos, reyes, carboneros, magos o ancianos orondos.
Ibón se fue a dormir pensando que
hacía rato que soñaba en la cama. Su pesar, sin embargo, era inmenso. Los seres
más maravillosos del mundo eran un
fraude. No había esperanza para el género humano. Lloró hasta que no le
quedó una gota de agua en el cuerpo.
La mañana siguiente fue una
especie de dulce despertar. Cuando uno viene de una noche de infierno sólo
puede llegar la calma tras la tormenta. Bajó las escaleras para tomarse un
trago de leche. Apenas eran las ocho y cuarto. En el salón oyó a sus padres
susurrando. Él les llamó y éstos intentaron ocultar lo que tenían entre manos.
Ibón no estaba para tontadas y corrió hacia lo escondido. Era un paquete a
medio envolver, pero la caja era muy familiar y a la vez muy deseada por el
pequeño Ibón. Ante él se encontraba la mítica Dantorian Nexus Complex
sumergible. El salto del pequeño fue monumental. Chilló y brincó como un
cachorro en el agua, y la felicidad no le dejaba articular palabra. Cuando pudo
relajarse y jugar con la
Dantorian y abrazar mil veces a sus padres lo comprendió
todo. Los Reyes, Papá Noel, el Olentzero no existían. Eran cuentos que
inventaban los padres para no llevarse la gloria de los regalos. Los papás eran
demasiado humildes y generosos para apuntarse el tanto. Lo de la noche pasada
fue, sin duda, una pesadilla.
Ibón pasó el resto de las
Navidades de su vida queriendo más y más a sus padres. Lo que nunca comprendió
fue cómo diablos se rompió el cristal del salón aquella noche indefinida. ¿Tal
vez papá y mamá metieron el regalo por ahí?
Bonito relato Dry con su buena dosis de critica. Ya esta bien que esos seres de la historia, de la mitología se lleven los honores, cuando en realidad los padres son los que hacen milagros para poder comprar los juguetes. Esos si que son Olentzeros y Baltasares.
ResponderEliminarFeliz Año Dry, si haces de Rey, ten cuidado con los cristales. :)
Me he leído de golpe la primera parte y la segunda, me he reído lo impronunciable...¡ES BRILLANTE!, en serio...deberían hacer un corto de este relato, lo tiene todo!
ResponderEliminarPocas veces tengo el placer de leer genialidades así, tu ingenio no tiene límites amigo. De verdad, me has dejado sin palabras.
Y el final, después de tantas carcajadas, ha sido realmente tierno :)
Con tu permiso lo atesoro...porque eso es lo que es: un TESORO :)
Espeo que se rompan todas las ventanas de tu salón esta noche de Reyes, o cualquier otra...porque has sido bueno, MUY BUENO ;)
Un abrazo inmenso!!!
Menudo panzón de reirme!! Y qué final tan dulce.
ResponderEliminarCasi teníamos que haber escrito un cuento con el despido improcedente de la mula y el buey, pero con la que está cayendo más parados no, por favor.
ResponderEliminarFeliz Año
:-) un bonito final para este cuento de Navidad.
ResponderEliminarLa batalla ha sido mítica, mejor que las de Dragon Ball o las del Señor de los anillos juntas.
Me dejaste con la sonrisa en la cara, dicen que hay que reinventar y tú lo has hecho en dos partes. Enhorabuena.
¡Abrazos!
Hola cómo
ResponderEliminar