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Largo se abalanzó sobre ella con una agresividad nunca despertada en sus inyectados ojos de odio supremo, pero se topó con los fornidos brazos de un agente salido de la nada. Redujo a Día con una llave allen sucia y le empotró la cara en la taquilla de frío metal mientras Sota, convertida en una auténtica arpía, le gritaba con sadismo la docena de puros que le iba a meter. Cuando más furioso e indefenso estaba Largo, una orden seca y autoritaria cortó de sopetón el sermón de Sota de Espadas.
Gordo pero que Manda más que el Rey apareció a tiempo para mandar a la inspectzorra fuera del vestuario masculino, no sin antes amenazarla con vehemencia sobre la posibilidad de encontrarse algún expediente abierto contra uno de los mejores agentes de a pie de Proteger y Servir.
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Todavía tuvo ¿Qué coño miras?, el chulo, cuadrado y matón agente que sujetaba a Largo que aferrarse a la desesperación del larguirucho durante varios minutos antes de soltarlo. Mientras Día sin Pan se calmaba, Gordo le explicó que
¿Qué coño miras? era su nuevo compañero, que lo iba a espabilar a hostias y que tenían que investigar unos asesinatos y sabotajes en un piso del extrarradio.
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¿Qué coño miras? era un auténtico armario empotrado. Un maca de cuidado, un chulapo madrileño inyectado en anabolizantes como para ganarle a Contador el tour de Francia saliendo de Murcia.
A su lado, Machote era el único que podría aguantarle una hostia, aunque Largo tenía sus dudas. ¿Qué coño miras? era provocador, arrogante, insoportablemente polémico, de los que te cruzaban la cara por respirar. De hecho, a Pan le pegó la cabeza al cristal del coche patrulla unas siete veces antes llegar al barrio de los accidentes, sólo por opinar.
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El barrio de La Ratonera no se llamaba así por hacerle un homenaje a Rodrigo Rato. Más bien resumía el sinvivir de miles de vecinos ante el vivir de millones de roedores.
¿Qué coño miras? no se anduvo con tonterías. Sacó del maletero un bidón de suero de queso gruyere y lo esparció por las calles formando un reguero de olor.
Sobre la marcha sacó otro contenedor, esta vez de pegamento instantáneo líquido, y lo vertió sobre el sendero de queso. Cuando volvió del coche patrulla ya eran bastantes los ratones y ratas adheridas al camino fermento-lácteo. Esta vez ¿Qué coño miras? portaba una lata bien gorda de gasolina. La vertió con una expresión inexpresiva sobre la pizza de queso, loctite y rata, y cuando acabó su topping observó que las cantidades de roedores atrapadas para la causa eran gigantescas. Sin decir una palabra se encendió un cigarrillo raspando una cerilla con la barba, y la arrojó encendida sobre el reguero de hambre que se agolpaba en el suelo.
Las ratas prendieron con primor. Chillaban como si las estuvieran quemando a lo bonzo. Algunas conseguían consumir el pegamento de sus patas por efecto de la combustión y salían corriendo como bolas chillonas de fuego. El efecto sobre la noche estrellada era embelesador. Era como un toro de fuego pero con ratoncitos. Lo malo es que pronto se quemaban del todo y dejaban de moverse y de gritar.
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Me hace gracia el imaginarme a Largo con los pantalones estilo Julián Muñoz, con la pistola en la sobaquera. Es la vida misma el relato Dry, identifico a los personajes. Tenia que ser cojonudo estos relatos en cine de animación, el guion es genial.
ResponderEliminarEstupendo como siempre Dry.
Abrazos!...y que tal la juerga mañica?..jeje