Camino pausado por las graníticas baldosas plazapilarescas y desde hace unas semanas no sólo hay que esquivar administrativos que llegan tarde al ayuntamiento o furgonas de riego que llegan pronto a las sedientas macetas. Hasta hace poco las inmediaciones de la plaza tenían sus citas obligadas con belenes navideños, conciertos populares, certámenes joteros, festivales interculturales y pasos de Semana Santa. Ahora acampan en sus interminables espacios un centenar de tiendas de campaña como si la naturaleza hubiera levantado sus paredes de seda transpirable sobre los cimientos mismos del progreso humano.El espectáculo, más allá de suponer reclamo inusual de turistas accidentales o curiosos del rollo ajeno, ha movilizado a miles de personas –aquí y en todo el país– deseosos de apuntalar cualquier iniciativa hambrienta de justicia y coherencia social, esa que parece desaparecida hace años.Lo primero que uno piensa al perderse entre las nuevas calles nacidas de hileras humildes de vientos y avances multicolores, sujetos por pedruscos asentadores de hogares efímeros frente al derrumbe económico de las viviendas de verdad, es que ningún estamento político ha respaldado, financiado o sugerido esta propuesta. Ha sido Decathlon. Basta con contar el número infinito de Quechuas que se patrocinan en iglús, tiendas y pabellones.
Lo segundo que a uno se le pasa por la cabeza es claro y meridiano, aunque no tan fácil de resolver: ¿esto está bien o mal, es botellón o manifestación, responde a una juventud desencantada o a una chiquillería aventurera? Algunas dudas se disipan pronto. El decimoquinto cartel de “esto no es un botellón” me ayuda a vislumbrar la luz. Las iniciativas se suceden y muchas parecen interesantes, sostenibles o cargadas de buenas intenciones. Así me lo hacen ver los recipientes de basura orgánica, cartón y plástico; el servicio de guardería autogestionado; el taller de yoga matutino; la charla de un profesor universitario; los miles de manifiestos caseros colgados de tiendas, postes y farolas; la tienda solidaria y muchos otros motivos de esperanza.
Otras cuestiones, sin embargo, no ofrecen respuestas tan clarividentes. ¿Quién ha montado esto? ¿Qué se persigue? ¿Qué y quién hay detrás de este tinglado pseudohippie, agitador de conciencias y pacificador de posturas irreconciliables? Necesito más elementos de juicio. Acudo a los foros de Internet, auténtico reducto de sabiduría popular y atrevida ignorancia a partes iguales. Hay de todo: desde los que animan, secundan y vitorean a los ideólogos, acampados y simpatizantes de la propuesta, hasta los que crucifican, desmontan y maldicen la historia por su pasividad, vagancia y falta de realismo.
Vuelvo al lugar del crimen. No por vicio. Es cruce obligado de casi todos los destinos de mi vida, dícese ocio o labor. Paseo curioso por sus ideologías, ando entre sus esperanzas, recorro sus sueños como el que contempla un museo que le han dicho que está muy bien y no sabe si hacerse un juicio de valor propio o confiar en la crítica especializada. Tropiezo visualmente con lo que buscaba, con el único bocadillo que puede saciar mi hambruna de preguntas: un puñao de respuestas. Sobre una farola mamotreto de muchos miles de euros de coste en años de despilfarro y bonanza, me encuentro un manifiesto ideológico de muchos quilates, sincero, enrabietado, potente e ingenuo, que tal vez cobraría más fuerza sin esas faltas de ortografía garrafales –es lo que traen las nuevas generaciones, qué le vamos a hacer.
Las medidas, más allá de una reseña antinuclear, confluyen en fines sociales, reparto de la riqueza, trabajo para todos, mano dura contra el corrupto, pensiones dignas, elecciones justas, eliminación de privilegios de políticos y altos funcionarios, y recargo fiscal sobre los opulentos en vez de fundir a los míseros.
El sistema es una puta mierda. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres. En proporción a los que se rinden a la inanición de las tripas hinchadas y los estómagos vacíos, a los que su único fin en la vida es dar con sus huesos en los buches de un puñao de impacientes buitres, en relación a ellos los europeos somos sumamente afortunados. Pero si lo comparamos con esos cabrones que dirimen nuestros destinos, que cobran más de cinco mil euros mensuales, que están blindados en fueros medievales, en dietas millonarias y en gastos de representación de todo tipo, entonces nos están timando tanto como a los demás. La pasta no se destruye, sólo cambia de manos.
Otras cuestiones, sin embargo, no ofrecen respuestas tan clarividentes. ¿Quién ha montado esto? ¿Qué se persigue? ¿Qué y quién hay detrás de este tinglado pseudohippie, agitador de conciencias y pacificador de posturas irreconciliables? Necesito más elementos de juicio. Acudo a los foros de Internet, auténtico reducto de sabiduría popular y atrevida ignorancia a partes iguales. Hay de todo: desde los que animan, secundan y vitorean a los ideólogos, acampados y simpatizantes de la propuesta, hasta los que crucifican, desmontan y maldicen la historia por su pasividad, vagancia y falta de realismo.
Vuelvo al lugar del crimen. No por vicio. Es cruce obligado de casi todos los destinos de mi vida, dícese ocio o labor. Paseo curioso por sus ideologías, ando entre sus esperanzas, recorro sus sueños como el que contempla un museo que le han dicho que está muy bien y no sabe si hacerse un juicio de valor propio o confiar en la crítica especializada. Tropiezo visualmente con lo que buscaba, con el único bocadillo que puede saciar mi hambruna de preguntas: un puñao de respuestas. Sobre una farola mamotreto de muchos miles de euros de coste en años de despilfarro y bonanza, me encuentro un manifiesto ideológico de muchos quilates, sincero, enrabietado, potente e ingenuo, que tal vez cobraría más fuerza sin esas faltas de ortografía garrafales –es lo que traen las nuevas generaciones, qué le vamos a hacer.
Las medidas, más allá de una reseña antinuclear, confluyen en fines sociales, reparto de la riqueza, trabajo para todos, mano dura contra el corrupto, pensiones dignas, elecciones justas, eliminación de privilegios de políticos y altos funcionarios, y recargo fiscal sobre los opulentos en vez de fundir a los míseros.
El sistema es una puta mierda. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres. En proporción a los que se rinden a la inanición de las tripas hinchadas y los estómagos vacíos, a los que su único fin en la vida es dar con sus huesos en los buches de un puñao de impacientes buitres, en relación a ellos los europeos somos sumamente afortunados. Pero si lo comparamos con esos cabrones que dirimen nuestros destinos, que cobran más de cinco mil euros mensuales, que están blindados en fueros medievales, en dietas millonarias y en gastos de representación de todo tipo, entonces nos están timando tanto como a los demás. La pasta no se destruye, sólo cambia de manos.