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Alejandro Christopher era un joven despierto y avispado. Con cuatro años perdió al Niño Jesús de Playmóbil. Nunca se recuperó del trauma, por mucho que sus padres pusieran sobre la cuna una galleta dinosaurio con un parecido picassiano. A los siete años tuvo que encajar la desaparición repentina de su padre. Esto le dolió menos. Cuando Flamingo entró en su casa y en las piernas de su madre lo aceptó peor. Llegó incluso a solicitar al padrón municipal el cambio de nombre: decía que quería llamarse “Hamlet”. Lo mandaron a su casa sin permuta alguna. Lejos de arreglarse la situación, se casaron y su nuevo y flamante padrastro sustituyó el Belén de Playmóbil por el que regalaba el Marca con las figuritas vestidas de blanco merengón y fardando de escudo. Alejandro Christopher tuvo que madurar pronto después de aquello. Llegó la secundaria y la atravesó con más pena que gloria: treinta y siete cincos, un siete y dos treses, cincuenta y cuatro amonestaciones, seis amigos, dos novias, tres rollos, cuatro profesores fallecidos y un segundo puesto en el concurso de dibujo “Logo del barrio”.
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Ahora se encontraba acabando su primer año de universidad, realizando un Grado en Ciencias de la actividad física y del deporte, y miles de dudas se agolpaban en el umbral de su consciencia. Muchas de sus inquietudes miraban al presente: asignaturas, exámenes, compañeros para el trabajo de Aeróbica… Otras incógnitas se referían al futuro: A qué dedicarse al acabar, pegarse o no un año sabático, hacer un curso de Erasmus, estudiar un Máster de especialización, trasladarse a Madrid… La cabeza del muchacho podría haberse colmado con tantas cuestiones, pero otro abanico de misterios pasados zumbaban por su cabeza: ¿Por qué se fue su padre?
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¿Es verdad que conoció a otra? ¿No pudo ser raptado, asesinado y troceado para traficar con sus órganos? ¿Estaría quizá repartido a cachos por las entrañas de una veintena de individuos inmorales que pagaban un riñón por un riñón o un ojo de la cara por efectivamente uno de los de su padre? ¿Y si fue abducido, se hizo ermitaño o se evaporó por incomprensibles leyes de física cuántica? Alex Chris no lo sabía, pero aquella tormentosa tarde de agosto sus dilemas filiales iban a disolverse en la lluvia como si fueran azucarillos. Tenía que pagar la matrícula del segundo curso y se dirigió a una sucursal del Banco Santander en la que nunca había estado, pero que se hallaba muy próxima al campus.
Cuando estaba a punto de entrar tuvo que sortear a un vagabundo limosnero que ni siquiera se esforzaba en pedir.
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Estaba tirado en las baldosas de granito a escasos centímetros del cajero automático. Alejandro Christopher le miró con reprobación y el indigente le devolvió la mirada desafiante hasta que reconoció en aquellos ojos intransigentes de niño pijo la expresión inolvidable de curiosidad y ternura de su vástago perdido. El joven no comprendía de qué lo conocía el sin techo, hasta que escudriñó con las neuronas del pasado e identificó al desarraigado como su otrora padre desaparecido, el que se había marcado a Brasil con una chiquita criolla; el que unos mafiosos habían diseccionado para dar gusto a una panda de ricachos desalmados con necesidades orgánicas; aquel que los marcianos habían secuestrado para entender la absurdez humana y no lo habían devuelto porque aún no habían comprendido el misterio.
- ¡Alejandro Christopher! Hijo, ¿eres tú?
- ¡Papá! Per…pero ¿de dónde has salido? ¡Oh, Dios!
- Hijo, mi hijo, te creía perdido para siempre.
- Papá, no me abraces, espera – Alejandro Christopher no aguantaba el hedor costrino de su desaliñado progenitor.
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La sorpresa les robó todavía quince minutos más de reacciones, emociones contenidas durante doce años, miradas incrédulas, lágrimas inoportunas y desconcierto. La asimilación le trajo al muchacho vergüenza ajena y sentimientos encontrados. Por fin pudieron sentarse en un banco del parque. El vagabundo se negaba a entrar a una cafetería. Tampoco el muchacho hubiera querido pisar un café con alguien que le producía repulsión, arcadas, pena incontenible y bochorno extremo. Sin embargo, quería hablar con él, encajar sus piezas y, tal vez, salvarle de aquella inmundicia.
- Pero, papá… ¿no te fuiste a Brasil con una moza y nos abandonaste?
- No hijo. Nunca he salido de esta ciudad.
- Pero, pero, ¿cómo has llegado a esto?
- Pues…por un error.
Jolín, que bonito. Falta la segunda parte...
ResponderEliminarMuy bueno Dry, muy bueno. Llegar de vacances y leer estos relatos, gusta.
ResponderEliminarAbrazos!
Dry!!!!!! Te he perdido la combaaaa... he vuelto después de un mes de vacaciones y tengo que leerme tus cositas nuevasss!!!!! Todo bien?????
ResponderEliminarBesitossss!!!!!!!