miércoles, 26 de septiembre de 2012

Salir de marcha


Soy un hedonista de la psique bajo los efectos de las sustancias y sus revelaciones oníricas y alucinatorias. Vivo en un mundo que trasciende las convenciones de éste.
 
Curioso mundo el mío. No acaba de amanecer que los muchachos surgen como boletus de los más insospechados rincones de la orografía urbana. Visten sus trapitos con presunción, fuman más hacia fuera que hacia dentro, y completan sus extraños rituales con bolsas de supermercado repletas de cristal y grados de alcohol. Pueden estar todo el día emborrachando césped y granito en cualquier esquina acogedora para la reunión, pero en cuanto el sol se estira, naranjea y filtra entre cortinajes nubosos, cuando el crepúsculo acecha y el azul cielo se vuelve rosa, naranja, gris, añil, marino o negro, entonces desaparecen impelidos de una fuerza desconocida. No se sale por la noche. No mola, no tiene gracia, pierde el encanto. Nadie lo hace. Sólo queda acurrucarse en la desesperación y esperar una nueva y alcoholizada madrugada.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Cómo ser odiado a muerte

Evidentemente, si un sujeto quiere revestir su ego de improperios variados, de animadversiones extremas, de inquina en exceso, las técnicas son generosas. Puede ir por ahí pinchando a la peña con un tenedor de trinchar, rayar con cutter la carrocería de los coches recién estrenados, echar loctite en el líquido de lentillas, adelantar en un atasco por el carril de aceleración o empezar la tortilla de patata por el centro.
En esta ocasión me refiero a técnicas más sutiles que aparcar en el carril bici o tirar colillas encendidas a los carros de bebé. Estoy hablando de soberbia.
No hay pecado más imperdonable, ni falta más inexcusable, que la prepotencia. Todo lo demás puede hacerse sin querer o por enfermedad, poseído de oscuras fuerzas malignas o alienado por la más absoluta desesperación. La altivez no. El que es un chulo es un chulo. No son las gafas de sol ni la destreza de serie. Lo que hace odioso al prepotente es la actitud. Porque uno puede manejar el carro con una pericia fernandoalonesca, pero las derrapadas salvajes, el chumba-chumba con las ventanas bien abiertas y los neones azules y hortericas, –que a mí me molan, pero parecen los reclamos de un puticlub– son unos extras absolutamente innecesarios. Y es curioso, cuando el nini va con el buga a todo trapo y la máxima FM a reventar bafles, el tío está convencido de que es guay y que el vulgo le observa admirado de su supermúsica, de sus lijadas agresivas y de sus tuneados imposibles, mientras los espectadores piensan que es un gilipollas integral, que molesta con sus accesorios chonis e incomoda con su pose desfasada. No cuesta odiarlo. Si tuviéramos un precipicio a mano no nos importaría darle un empujoncito hacia la gloria.
Pero este pavo al fin y al cabo no es sino un desgraciado con problemas de madurez adolescente. Nada que ver con el estupendo. Éste no tiene abuela, y no es que su cosmovisión difiera de la del resto del mundo, es que el astro rey de la galaxia es él y sus circunstancias. El estupendo suele hacer las cosas bien y podría llegar a ser maravilloso, de manera objetiva, pero sus intentos por salir en todas las fotos, ser el muerto en los entierros, la novia en las bodas, el feto en los partos y el alma en las fiestas le hacen sumamente odioso, mucho más que el sujeto anterior. No hace falta ganar siempre, ni decir la última palabra. Cada ser inferior tiene sus propias inquietudes, sus pequeños universos vitales. No se puede brillar en las órbitas ajenas, al menos, no en todas. El prepotente estupendo tiene un problema serio. Tal vez tenga razón, incluso toda la razón. Pero no se puede soltar con tanta soberbia. Es mejor borrar esa sonrisa condescendiente cuando se afirma que uno ya ha pasado por ahí. A nadie le gusta que se acompañe la superioridad con una mueca triunfalista de conmiseración. Cuando se farda es mejor mantener el gesto grave, como si no te hiciera gracia superar al otro, como si ganaras por obligación y no por vicio.
La tercera opción para acumular ingentes enemigos es ser Cristiano Ronaldo. No hay deportista más odiado ni con mayor registro de méritos para ello. Así de primeras el chico tiene unos problemas de autoestima tremendos. Imagino que ser querido, venerado, glorificado y deificado hasta la redundancia debe alterar el sistema inmunosociológico, pero de allí a autoatribuírse propiedades divinas y facultades insondables hay un peligroso trecho. Este chico es buen deportista, tiene motivación y disfruta jugando. Ya. No hay más. No es un ser terriblemente guapo, no es un futbolista excepcional, y aunque sea francamente rico, es engañosamente desgraciado. Cuando a uno le dicen seis mil veces al día que es increíble acaba por creérselo, comienza a flotar en una nube de irrealidad y a flotar por encima de las miserias ajenas. Todo en este muchacho es odioso, pero la culpa es nuestra. Teníamos que haberle dado dos hostias cada vez que metía un gol. Desde luego cuando habla sube el pan. Habría que hacerle un bozal tan grande como a la difunta Esperanza, Almodóvar o al ministro Wert. Lo cierto es que si el portugués tuviera que tragar orgullo se moriría de un torzón. Tal vez es mejor sentirse un gusano feliz que un pavo real insatisfecho. ¿De qué sirve tenerlo todo si no te alegra el alma, mi querido ególatra?  

lunes, 10 de septiembre de 2012

Ése es el problema

Hace pocos días aparecía un político quejándose de que con sus 5100 euros no le daba, y las reacciones populares –que no del PP– oscilaban desde el que se indignaba civilizadamente hasta el que, entre insultos legítimos, pedía quemar en la hoguera al desagradecido privilegiado. El nota, sin embargo, no citó semejantes exabruptos como medida de provocación o refinado cinismo. El pavo hablaba en serio. De poco valió que se disculpara públicamente o que intentara aducir miles de gastos de dos costosas viviendas, la peña ya estaba picada.

Este tipo de episodios denuncian, más allá de que habitamos una sociedad tremendamente descompensada, que cada estrato social es absolutamente ajeno y desconocedor de las circunstancias de las demás capas, tanto superiores como inferiores. Uno tiene la vida que tiene, con sus ventajas y privilegios o sus estrecheces e inmundicias. Si no le abren los ojos, el diputado seguirá pensando que el Gobierno le ha jodido porque en lugar de 6000 cobra 5000. Y lo que es peor, ciego ante la perspectiva, mirará al pobre con recelo porque a ése sólo le han quitado 10 euros mientras a él le sangran 1000. Para el amigo político gallego, con su mundo irreal flotando en una burbuja de protección, efectivamente le han hecho una putada muy gorda, y sólo cuando le cuentan lo que de verdad cobra un parado, o una familia entera malviviendo de un AIF, o un mileurista con cinco hijos, sólo entonces se percata de que más le vale cerrar la boca y rezar para que los hambrientos no le asalten la casa y se atrincheren en la nevera.
Vivimos en la sociedad de la información, y eso es muy peligroso. Más que nada porque los medios filtran lo que quieren, y lo mismo demonizan a ciertas profesiones –profesores, controladores, funcionarios– que protegen anonimando a otras –políticos, altos ejecutivos, futbolistas, banqueros–. Nunca la verdad ha sido tan mentirosa, porque lo mismo nos cuentan la infidelidad del vecino que ocultan la pederastia del portero, por amiguismo, afinidad o enrevesados resortes que no alcanzo a comprender. Yo estoy seguro que la mitad de los blindados de este país no son conscientes de cómo lo están pasando la mayoría de inmigrantes y una buena parte de los nativos, y que la otra parte de los ricachos están rezando mientras se frotan la manos para que no nos demos cuenta de cómo viven, porque el día que nos cosquemos, y ojalá ese día llegue, quemaremos el parlamento, saquearemos sus mansiones y los pasaremos por la guillotina. ¿Les parece excesivo? ¿Y que piensan que nos están haciendo ellos civilizadamente?

lunes, 3 de septiembre de 2012

Erotismo recauchutado

Estimados señores de Ono:

Vengo a decirles que su promoción de Canal 18 gratis es una puta mierda. Ya me la pusieron a traición una vez hace unos años y entonces me hizo más gracia. Hoy no le veo la libido por ningún sitio.
A priori está bien eso de poner terror por el día y porno por la noche sin tener que contratar el canal llamando al nuevecerodós, aunque lo recapacito un poco y no comprendo por qué no lo hacen al revés. ¿No sería menos dañino para un niño ver una cópula humana en plan National Geographic o los documentales de La 2 en lugar de atiborrarse de vísceras, gritos y tomate de casquería? ¿No es más dañino Saw que Nacho Vidal, que al fin y al cabo cola tienen todos, aunque sin hueso? En fin, que la dicotomía sexo-violencia no es el trending topic de hoy, ya volveremos a ella en circunstancias más favorables.
Bien, parafraseando a Fray Luis de León, “Como decíamos ayer,” me han liberado el canal porno. Y no me gusta. El gesto me da igual. Es un detalle que no va a cambiar mi rancia filosofía de compra cero de películas o partidos. Lo que no me atrae es ese porno. Es feo. Las tías están recauchutadas, las tetas flotan como melones de helio, las coletas de los perillas son flácidas, no digamos los penes. Y sobre todo, gritan tan mal, gimen con tan poca credibilidad, y dicen tal cantidad de gilipolleces… Yo, de verdad, quitaría el sonido y pondría una voz en off con un asmático o un tío enterrado vivo. También eliminaría las uñas kilométricas con tijeretazo cuadrado y purpurina gris metalizado, y los labios pintados de silicona y carmín, la joyería de los pezones, las absurdas mallas de rejilla y los juguetitos. ¿Pero de verdad a alguien le pone ver a una tía montándoselo con un trozo de plástico?
Todo esto ocurre porque las películas para adultos son una ficción tan falsa que no parece nunca real. Resulta mucho más interesante toparse con un video grabado en un móvil en un momento de urgencia que con la neumáticos de los tacones imposibles. Tal vez el sexo explícito y el erotismo de la desnudez han perdido su libido bajo el photoshop y el quirófano. Me resulta mucho más excitante un desnudo de maruja con sus lunares y pistoleras que una señorita de nombre impronunciable y más bisturí que el monstruo de Frankenstein, y por cierto, similar acabado estético. Contemplar las modelos de turno con más o menos ropa, con sus postizos escorzos, con una mirada perdida al horizonte y los labios jadeantes y entreabiertos buscando sofocar una pasión por medio de la complicidad del espectador, con las cartucheras estranguladas, los lunares borrados, y las cicatrices descosidas no tiene comparación con cualquier desnudo imperfecto, fallido, con flotador o cesárea, de piel muy blanca o impurezas cutáneas, con la belleza sincera de la asimetría.
Por eso les digo, señores de Ono: quítenme al señor Morcilla y a la señora Melones, y me pongan un par de largos de esos caseros con los protagonistas mirando de reojo a la cámara mientras se muestran más cortados que el copón. Lo mismo me quedo a ver el final, aunque ya sepa cómo acaba.