miércoles, 28 de septiembre de 2011

Paredes de papel (60 gr.) (2/3)

La clase transcurre lenta e interminable como un semáforo en rojo, como un filme chino de artes marciales, como el runrunear del autobús cuando llegas tarde al trabajo. El timbre liberador salva de la inmolación a las neuronas de los pajarracos. Gallo decapita a collejazos a Ganso y sale corriendo. Pavo camina decidido moviendo su cinturita de avispa al pasar frente a las chicas de primero. Faisán mete horas a su bocadillo de paté y Pato ya se ha apropiado del mejor balón para la canasta. El recreo será escaso, pero la batalla promete. De aquí igual ganan el europeo de Lituania.
Pollo pelea contra el mundo en una marea opuesta. Todos los chicos drogadictos de aire fresco y sol de otoño lo arrastran escaleras abajo como si fueran un río de aguas turbulentas. Pollo se torna salmón valiente y sube los escalones con dificultad y decisión. Necesita hablar con la sexóloga. No volverá a escuchar los gemidos de su madre y los jadeos de su padre una noche más. Llega a la puerta del Departamento de Orientación. Llama con una mezcla inexacta de timidez absoluta y desesperación vital. Dentro esperan cuatro profesores. Él se dirige a la sexóloga. No sabe cómo se llama. Le ruega intimidad y la profesional del sexo lo lleva a la sala de visitas. Pollo empieza su discurso.

POLLO: Ko, que necesito consejo, ko.
YANINA: A, ver, Poll…José Carlos, ¿por qué te preocupás?
POLLO: Ko, pero ese acento…Ko, eres paraguaya, como Ganso.
YANINA: Uruguaya, de Uruguay, ¿entendés, pibe? Y claro que soy como Didier, boludo, puesto que soy su mamá, ¿comprendés?
POLLO: Ko, yo no quiero hablar con la madre de Ganso, ko. No sabía que su madre trabajaba aquí, ko. Qué palo, ko.
YANINA: A ver, José Carlos, no te portás bien. Él es tu amigo y lo será siempre, y lo que yo hable con vos sólo nos importa a nosotros, ¿sí?
POLLO: Ko, venga va, que ya lo suelto, ko. Son mis padres, ko. Pues resulta que ellos…
YANINA: ¿Sí? Ándate ligero que se pasa el recreo, Poll…José Carlos.
POLLO: Que están todo el día follando, ko.
YANINA: ¿Todo el día es por la mañana, a la comida, por la tarde, y por la noche?
POLLO: No, ko, por las noches, que yo sepa, ko.
YANINA: ¿Y por eso estás hecho bolsa, pibe?
POLLO: Ko, que es una rayada, que no quiero que lo hagan, ko. Es que son unos abuelos.
YANINA: ¿Vos no entendés que tus padres se quieren y aún se desean, petuso?
POLLO: Ko, no quiero tener hermanos, ko. Y no quiero oírlos dándole.
YANINA: José Carlos, no seas pelotudo. Tus padres tienen todo el derecho a hacerse lo que quieran. No puedes ser tan inmaduro de no asumir que tus padres tengan una vida sexual plena, ¿sí? ¿O cómo pensás que naciste vos, boludo?
POLLO: Pero eso fue hace quince años, ko. Ahora no quiero que lo hagan, ko otra vez.
YANINA: ¿Y cuándo vos tengás novia, no la vas a querer si tus papás no quieren? Está bueno lo tuyo ¿sí?
POLLO: Ko, si me echo novia mis padres no pintan nada, ko.
YANINA: ¿Lo ves, pibe? Anda, dejáte de pendejadas y respeta la vida de tus papás. Y si no te dejan dormir lo platicás con ellos y les pides un poco menos de fogosidad en el catre a partir de las once, petuso. ¿Sí? Pero asume que son jóvenes y quieren marcha.
POLLO: Vale, ko, pero se lo voy a decir, ko, que paso de oírlos.
YANINA: Ándate al carajo, boludo. Y que tengás suerte.
POLLO: Ko, si no funciona me voy a rayar, ko.
YANINA: Andate a cantarle a Gardel.

Pollo marchó con las ideas mucho más claras que las expresiones de la sexóloga. ¿Qué sería un petuso, platicar, Gardel y pibe? Después de escuchar a la madre, decidió que Ganso no hablaba tan raro. Estaba decidido. Llegaría a casa, se sentaría en el despacho y platicaría con su padre de petuso a petuso. Pero, ¿qué cojones estaba diciendo? Andate, dejate ya de joder con tus pendejadas uruguayas. Estos paraguayos te presurizaban su habla por el orificio rectal hasta que te silbaban las palabras por las cuerdas vocales sin poder evitarlo. Él no iba a sucumbir a esas pelotudeces. Ni en pedo.

sábado, 24 de septiembre de 2011

La cara oculta

Si uno es, como un servidor, persona dispersa y poco dado a investigar en los detalles, el cartel de la cinta le dirá tan poco como para visionar media película sin saber si está viendo un filme de fantasmas en mansiones de lujo, un thriller conspiratorio o un largo de terror clásico. En todo caso, si alguien tiene en desgracia tropezar con el nombre original de “La cara oculta”, que por supuesto no voy a desvelar –sería algo así como titular “El psicólogo fantasma” a “El sexto sentido”–, se le irá al traste lo más atractivo de la trama: el misterio de la desaparición de Belén, sus oscuros motivos, las fuerzas paranormales que la atan a nuestro mundo, y el desenlace lógico de tantas energías enfrentadas por la salvaguarda de la humanidad.
Adrián es un joven y talentoso director de orquesta aparentemente feliz con Belén. Un buen día ella le dice audiovisualmente que ha conocido a otro y desaparece del mapa. La caída a los infiernos del músico solamente se verá amortiguada por la aparición milagrosa de un ángel, la colombiana Fabiana, camarera independiente y disponible para sustituir al whisky en el difícil arte de olvidar un amor perdido, desaparecido o muerto. La relación entre ambos se estabiliza y la bogotana se muda a la inmensa casa de campo de Adrián. Será entonces cuando la hermosa joven tope progresivamente con el recuerdo de la otra, y su poso irá envenenando los acontecimientos hasta desencadenar en un clímax predeciblemente inesperado.
Lo más apreciable del ritmo narrativo es la cuidadosa presentación de los personajes y su vínculo con el resto de protagonistas, sus motivaciones y ambiciones vitales. La película arranca con la desaparición de Belén y una lluvia profusa de interrogantes. Cuestiones que Adrián será incapaz de despejar, pero que Fabiana irá desmadejando con intuición femenina y una pizca de angustia terrenal. Llegado el momento las respuestas se agolpan en la puerta y nos reexplican la trama desde un punto de vista privilegiado y delator. Dicho flashback reúne los pasados de Belén y Fabiana y los enfrenta en un presente de difícil solución, aunque sólo sea por el plano existencial en que ambas mujeres se mueven. Adrián, mientras tanto, causante directo de todo el mal generado en la historia, navega entre la frivolidad y la ignorancia para aterrizar en un desolador desierto de incertidumbres.
La cara oculta también refleja fielmente el rol de las personas en aspectos primigenios de la naturaleza humana. El amor incondicional, el entumecimiento emocional, la comodidad y seguridad económico-conyugal, el flirteo frívolo y descerebrado, el olvido, la posesión sentimental o los remordimientos despechados embriagan el guión hasta darle un regusto abrupto, amargo y de cierta aspereza. La película no defrauda, siempre y cuando uno no se vea el trailer, que bien podría haberse titulado “Cómo joder un thriller en dos minutos y medio”.
Respecto al trabajo de los actores, las mujeres superan claramente en sus roles a Quim Gutiérrez, si bien es cierto que su papel es mucho menos propenso al lucimiento personal. Clara
Lago refleja con acierto la angustia vital de abandonar este mundo y ser todavía testigo de él, como si su personaje fuera el Patrick Swayze de Ghost atrapado entre dos realidades. Y Martina García copa la pantalla con su belleza sensual, la dulzura de sus miradas y su repertorio de lenguaje gestual. El pulso entre ambas no deja un ganador claro, y sólo el final del filme decanta la balanza en el plano argumentativo. La batalla interpretativa, según mi opinión, cae del lado de la colombiana. Pero no me hagan mucho caso: es posible que sus abundantes y hermosos desnudos hayan nublado mi objetividad y turbado mi juicio.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Paredes de papel (60 gr.) (1/3)

La clase de 3º C parecía un gallinero. A veces pasaban profesores con ganas de hacer callar a las aves de corral que cacareaban dentro, pero al ver a Mª Bernarda explicando en la pizarra no les quedaba otra que pasar de largo. No estaría bien desautorizar a una compañera, por mucho que fuera la profesora de religión y los demás docentes fueran aconfesionales; aunque su aula pareciera un foso taurino con 25 miuras borrachos de red bull. Faisán llegó entonces, entró sin pedir permiso y se sentó junto a sus coleguitas.

FAISÁN: ¡Qué pasa, julandrones!
PAVO: Qué pavo, o sea, ¿a quién llamas julandrón, Faisán?
GALLO: Que es una manera de hablar, ¿no? Lo dice de cachondeo, ¿no?
POLLO: Ko, no nos rayes, ko, que ya lo hemos entendido.
GANSO: Che, vos sos un pelotudo. ¿Viste?
PATO: ¡Joder, callaos ya, joder! Me estáis rayando. Tienes mala, cara, Faisán, macho.
FAISÁN: Ayer no pegué ojo, ¿vale?
GANSO: Vos estuviste platicando por el chat ¿sí?
FAISÁN: ¡Qué va! Los putos vecinos, que no paraban de darle, ¿vale?
GALLO: ¡No! Los vecinos dándole, ¿no? Eso mola, ¿no?
PAVO: O sea, que los aguelos estaban echando un polvete.
GANSO: No te explicás. Che, ¿qué es echar un polvete?
PAVO: Ganso, o sea, echar un casquete.
PATO: ¡Ala, qué cebao, tío! Joder, Ganso, un clavo, un polvo, follar, tío.
GANSO: Vos querés decir coger, pelotudos.
POLLO: Ko, coger no, ko. Coger es agarrar algo. Ko, echar un clavo es acostarse con una tía, ko. Que los argentinos no os coscáis, ko.
FAISÁN: Pero Ganso no es argentino, ¿vale, Pollo? Ganso es paraguayo, ¿vale?
PAVO: O sea, que es paraguayo.
GANSO: Che, vos sos unos boludos. Yo soy uruguayo. Uruguayo, no paraguayo. ¿Sí?
POLLO: Ko, no nos comas la cabeza, ko.
PATO: Joder, tío, yo pensaba que Paraguay era la capital de Uruguay, macho.
GALLO: Callaos ya, ¿no? Entonces estaban jodiendo los vecinos, ¿no? Mola eso, ¿no?
FAISÁN: Pero que dices, ¿vale? Son unos abuelos, ¿vale?
PATO: ¡Qué cebada! Pero son unos viejos verdes, joder.
PAVO: Pero, ¿cuántos años tienen los yayos, o sea?
FAISÁN: Pues mogollón, ¿vale? Igual cuarenta, ¿vale? Y la tía lo mismo pasa de los 35, ¿vale?
GALLO: Vaya viejos, ¿no?
GANSO: Podrían ser casi mis abuelos, ¿sí?
POLLO: Ko, pues mis padres tienen 36 y 34, ko.
PAVO: Que sí, Pollo, pero que no me escupas, o sea.
PATO: Joder, qué cebao.
GALLO: ¿Y qué hacían los vejetes, Faisán? Se lo pasarían pipa, ¿no?
GANSO: Ahí dándole como perros ¿sí?
FAISÁN: Que no lo sé, ¿vale? Que no los escuché, ¿vale? Sólo los oí gemir y me puse el MP3 a toda hostia para no escucharlos más ¿vale?
PAVO: Pues yo creo que escuchar a los vecinos mola, o sea, aunque sean aguelos.
POLLO: Ko, pues yo escucho a mis viejos, ko.
GANSO: Che, eso si es una pendejada, ¿sí?
PATO: Joder, tío, lo siento. Menuda cebada.
GALLO: Pero sólo una vez, ¿no? ¿O más?
POLLO: Yo qué sé, ko, casi todos los días, ko.
PAVO: O sea que vaya marrón.
GALLO: ¿No?
GANSO: ¿Sí?
PATO: ¡Joder!
FAISÁN: ¿Vale?
POLLO: ¡Ko! ¡No me rayéis, ko! Yo qué sé, ko. No los escucho, ko. No sé cuánto follan, ko.
GALLO: Es una putada, ¿no? Harás algo, ¿no?
PATO: Joder, pues claro que hará algo. No escuchar, macho.
GANSO: Vos si no callás no me puedo enterar, ¿sí, Pato?
PATO: ¡Joder con el ponipayo!
GANSO: ¡Che, qué me dijiste!
PATO: Ponipayo, joder, ponipayo.
FAISÁN: Que no, Pato. Los ponipayos son los peruanos, colombianos, ecuatorianos, venezolanos… ¿vale?... porque según los gitanos son payos pequeños, como los ponis. ¿Vale? Los uruguayos no son ponipayos, ¿vale?
PAVO: Habla con la sexóloga, o sea, Pollo.
GALLO: ¡Uh, uh, uh uhhhhhhhh!
POLLO: Ko, cállate, Gallo, ko, que no eres más tonto porque no te entrenas.
GANSO: Este, Pavo, tenés razón. ¿Sí? Pollo, habla con la sexóloga. Vos sabés que es lo mejor. Ella te orientará. ¿Sí?
POLLO: Ko, vale, ko. Me habéis convencido, ko.
FAISÁN: Pero no digas ko todo el tiempo, ¿vale? Que pareces una gallina, ¿vale?
PATO: Joder, sí, tío, habla con ella, macho. Igual hay tema y todo. ¡Qué cebada!

sábado, 10 de septiembre de 2011

El colmo de la estupidez (o del cinismo)

Hoy salía en el Heraldo de Aragón online esta noticia:
El ‘comprador misterioso’, la nueva técnica de las empresas para despedir empleados

Llámenme morboso o lo que sea, pero me ha dado por bucear en los comentarios de los lectores, auténtico pozo de sabiduría urbana y vital. Puedo asegurarles que se aprende mucho más ahí que en la noticia en sí. También es cierto que se hace mala sangre ante tanta inopinadez insolente y atrevida, pero es que todo no puedo ser.
Bueno, pues ahí estaban mis pupilas absorbiendo licenciatura de la calle cuando me he tropezado con un auténtico monumento a la inoperancia y la estupidez, o ante el más voraz de los cínicos:
“Yo soy un mistery shopper en Zaragoza desde 2002. Ya podíais haber usado el traductor de google para poner bien mistery. cualquier día este periódico anuncia como novedad la TV en color.”
“Mystery” es una palabra jodida en inglés. Se escribe con dos “y”. No tiene “i”. Tal vez un espanglish sí que lo admita, pero el concepto en nuestra lengua o se traduce del todo o se pone en anglosajón. Y punto.
Yo comprendo que uno se equivoque y escriba algo mal. Todos lo hemos hecho. Aún recuerdo mis “prevendas” en este blog hace unos años. La mala ortografía es un mal aceptable igual que el aliento a ajo o la celulitis localizada. Lo que no tiene perdón es criticar algo que está bien y corregirlo a mal, como nuestro amigo. Y luego vilipendiar el medio, ponerlo a la altura del betún y hacer chistes. Que se pueden hacer, pero teniendo la razón.
Nuestro contertulio tiene una fe desmesurada en su conocimiento de la lengua. Es peligroso creerse en posesión de la verdad. Uno se vuelve egocéntrico e intransigente. Yo prefiero desconfiar incluso de lo que sé. ¿Y si fuera yo el equivocado? Nadie puede desenvainar la espada de la justicia divina con tanta ligereza, porque a veces el enemigo te da un mazazo mucho más certero que tu hierro templado. Y te toca bajar la cabeza, tragar orgullo y admitir que eres un payaso, un bocazas o un listo, o todo a la vez, que también puede ser, que yo los he visto.
Claro que tal vez nuestro crítico literario nos esté vacilando a todos. Puede que sea un cínico exquisito riéndose de su sombra y de mi preocupación lingüística. En tal caso el listo soy yo, pero me parece que una quedada tan sutil no será pillada por casi nadie, más que nada porque la mayoría han escrito “mistery” y no “mystery”. Es lo malo de tener una inteligencia superior, que a menudo es incomprendida y tenida por idiotez.
En fin, no sé si mi amigo es un ceporro o un erudito quedón, pero yo por si acaso me reservo la duda sin juzgarlo del todo. Sólo el necio resuelve con ademanes absolutos. El sabio se guarda un pequeño “¿Y si…?” por si vienen mal dadas.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Pleno al quince donde ponga la X

A veces ganan los buenos

El señor Fwarsh era un antiguo agente de futbolistas, pero había dejado de representar hacía tres años. Se le creía retirado pero últimamente llamaba demasiado la atención. Roger Fwarsh había cobrado 15 aciertos en las últimas nueve quinielas, amasando ingentes cantidades de dinero. Cierto que la identidad de los apostantes no se revelaba, pero cuando los premios eran tan suculentos se generaba un registro en los ficheros de la policía. Nadie reparaba en ellos. Podrían blanquearse miles de millones antes de que Vaya Marrón, Tendencias, Espeso pero Revenido o Pies Mogolluna se pispasen de algo.
Ni Largo ni Elfo eran grandes aficionados al balompié, pero se chuparon miles y miles de videos de youtube de las últimas nueve jornadas, especialmente de los partidos donde jugaban los trece señalados. No vieron nada.
Decidieron pedir ayuda a Geriatriz. Era un agente al borde de la muerte por vejez extrema, con diez prótesis de carbono soportando su frágil cuerpo, y con una vitalidad desmedida. Tenía que haberse jubilado quince años atrás, pero él decía que dejar el trabajo era empezar a morir. Geriatriz era un experto en fútbol, y no dudó en valorar a los trece sujetos como muy buenos jugadores, la mayoría defensas o porteros, pero a menudo irregulares y dados a las cantadas en los peores momentos.
Ojos y Día volvieron a los videos tras estas revelaciones. Entonces sí comenzaron a ver cosas raras. Uno se metía un gol en el último minuto; otro se autoexpulsaba y dejaba a su equipo con nueve; el de más allá fallaba seis goles de libro; otro se lesionaba nada más haberse realizado el último cambio. Todas estas fatalidades arrojaban unos resultados imprevistos que revalorizaban las quinielas improbables de Fwarsh. No cabía duda alguna. Los jugadores amañaban los partidos para coincidir con la combinación del timador. Luego recibían su parte.
Era curioso que ningún agente hubiera reparado en los aciertos sistemáticos de Fwarsh. Pronto descubrieron por qué. En las bases de datos nacionales ya no aparecía ni rastro del timador. Excel había manipulado los ficheros interconectados con su estatus de prioridad 1. Sin embargo, en Proteger y Servir Bollitos Martínez no había actualizado el sistema operativo. Estaba desfasado y la base de datos no se podía modificar a distancia. Por eso Cuadrícula había venido allí, para borrar los ficheros o falsearlos y hacer desaparecer a Fwarsh de toda relación con la estafa sistemática.
Ojos Almendrados de Elfo y Más Largo que un Día sin Pan fueron con toda la documentación al despacho de Sota de Espadas. Una jornada de liga después trece futbolistas de primera y un ex agente de futbolistas fueron imputados por estafa. Nadie delató a Excel, y la única manera de relacionarlo con el fraude era cotejar las fotocopias de Largo con su agenda.
A la mañana siguiente Luis Mateo Sanjuanes apareció con semblante serio. Se sentó en su mesa y sacó de la cartera una flamante agenda de piel nuevecita. Día sin Pan se había cuidado mucho de acusarlo, y ante la falta flagrante del antiguo librillo delator, optó por guardar silencio. Sólo dos cosas estaban claras: Sota de Espadas se ganaría un nuevo complemento salarial y otra condecoración, y Cuadrícula de Excel ya no tenía su fuente de ingresos infinita para untar y corromper a cualquiera.

sábado, 3 de septiembre de 2011

La tristeza ni perdona ni olvida

Pero guarda mucho rencor. Resquemor de aquellos tiempos en los que la cresta de las olas alfombraban los propios pasos, cuando uno estaba viviendo momentos únicos sin paladearlos, tragándolos con sed y muriendo de borrachera después. Esa tristeza memoriona de la que hablo se llama nostalgia. Lo recuerda todo y nada del ayer le parece baldío. Al menos ahora. Entonces sólo eran desperdicios del minutero, insolencia del presentismo, caladas de vida sin tragar el humo.
Así es mi amiga nostalgia: malgastando el presente por culpa de un pasado glorioso, y quejosa mañana de no haber valorado el hoy. A todos nos invade, nos come el alma con la voracidad de un cáncer emocional y se instala para siempre en nuestros remordimientos. A veces revienta de pena y supura por los ojos, por mucho que uno pretenda fingir que las lentillas nuevas le producen alergia. Vamos, drywater, nunca has llevado lentes. Ves demasiado bien, piensas más de la cuenta y recuerdas por encima del umbral de la felicidad. No pasa nada. No serás el primero que malgasta su verano idealizando la primavera hasta que el otoño le despierta a un nuevo nivel de infelicidad. Prefiero no imaginar qué oscuros episodios me traerá el invierno cuando aprecie en la distancia la belleza de los árboles desnudos y el suelo enmoquetado de ocres texturas y tonos marrones.
La vida es un camino irreversible hacia la soledad, hacia la indiferencia ambiental, hacia el suicidio de las emociones que de pequeños nos parecían capaces de destrozarnos el pecho. Vivir es perder, decepcionarse y aprender que las cosas sólo pueden ir a peor. La amargura puede reinventarse y superarse a cada instante. Nada quita su sabor, sólo el siguiente trago todavía más duro y tosco que hace añorar el chupito anterior. Tal vez estemos alcoholizados de tanto beber la vida, y ni siquiera amorrarse a la botella nos conduzca a la borrachera de olvido y resaca. Para eso vale existir, para comenzar a dejar de hacerlo, para recrearse en el dolor y agigantarlo a puñetazos, para sentir que los años pasan y se llevan recuerdos imborrables, esos que nunca se olvidan, pero que jamás se repiten. Eso es la nostalgia, perder a alguien que ha alimentado tu alma, y que las circunstancias te lo roban, te lo violan o te lo lesionan de por vida. Así las gasta la muy cabrona, acechando a lo más nutrido de tus sonrisas espirituales y llenándolas de horrorosas caries. No la subestimes, cuando más feliz te sientas, donde más verdes crezcan tus verduras, ahí aparecerá ella con su cráneo desnudo y su larga e inexorable guadaña. Todo lo que tengas lo cortará de cuajo y ya no valdrá para nada, sólo para rellenar tus presentes de penas y tus pasados de instantes mágicos por los que nunca volverás a cabalgar en tus desoladores futuros.
Es malo tener demasiada memoria. Les recomiendo un poco de amnesia selectiva. De otro modo clasificarán su felicidad por fascículos y los mejores números serán siempre los primeros mientras que los nuevos carecerán del más mínimo interés. Al menos, hasta el próximo ejemplar.