domingo, 19 de abril de 2009

Athos (21-25)

21

No debería estar haciendo esto. No ya por meterme en el caserón de Silvia, sino por hacer pirola por dos horas. Pero es que no lo puedo evitar. Estoy super nervioso. ¿Qué habrá tras la puerta? Creo que nada será igual después de abrirla. Ahora no pasa nadie. Op, y ¡adentro! Creo que nadie me ha visto. Las persianas están subidas, pero las ventanas cerradas. No hay “naide” en casa. ¡Yupi! Qué infantil soy a veces. Se me olvida que tengo quince años y medio. Soy un hombre. Y voy a encontrar mi destino tras esa barrera turquesa. Por fín llego al segundo caserón. ¿Dónde estaba la llave de acceso a la casa? Ah, sí, tras el armario gris colgada de la pared. Ajá, ahí está la pequeña. Ven con papito. Arriba. Qué nervioso estoy. Aquí estás. Presiento que mi mundo va a enriquecerse con sorprendentes revelaciones. ¡Qué tonto soy! Seguro que no hay más que colchones viejos y cajas de zarrios. Ahora lo sabré….


22

No abre la jodía. Pues con llave no está. Debe estar entonada de no usarse. ¡Ummphhh! ¡Joder, qué daño! ¡Mi hombro, cabrona puerta de los infiernos, espérate! La cerradura está cegada de roña. A ver si sí que va a ser que está cerrada con llave. Voy a echar un vistazo al taller, igual allí aparece la llave.


23

¿Qué ha sido ese ruido? ¡Hay alguien aquí! Estoy cagao. A qué coño habré subido aquí. Como sea el padre de Silvia me la cargo como un galgo. Oigo pasos afuera. ¡Ostis, es Román! ¿Qué hace ese aquí? ¿Sabrá lo de la puerta? ¿Me habrá visto el capullo de él? No, si no me habría atacado fijo. A no ser que su presencia aquí también sea no esperada. Mejor me voy, tú, que esto me huele muy mal. Así, despacio. Sin hacer ruido. ¡Vaya! Hay alguien en la habitación de Silvia. ¡Joder! Es ella. ¡Oh, Dios! No puede ser. Está follando con el mego de Román. Oh, Dios, zorra asquerosa. Estás ahí fornicando con él y yo aquí fuera mirando por tu ventana como mueve su culo hacia ti. Puta. Cabrón inmundo. Ojalá os quedéis pegados para siempre. El caso es que no puedo dejar de mirar. Joer, parecen profesionales. Como te odio, Silvia, maldita calientapollas. Como te odio. Oh, Dios, que pezones tienes, y cómo gimes. Ay, que estoy muy pinocho. Dale, Román, dale, cabrón asqueroso. Un poco más, un poco más. Así, así. Es, ah, es mi… venganza… por engañarme, ah, ah, aaaaaaaaaaaah, Dios que gusto… ¿Seré un vouyero? Ver ami chica con otro me ha excitado hasta que ha pasado esto. No he podido evitar tocarme un poco. ¡Qué excitado estaba! Me he puesto muy cachondo viendo a Silvia desnuda en pleno acto. Y qué tranca ese Román. ¿Seré maricón? No, sólo me excitaba por que me imaginaba que era mi miembro y no el suyo el que empala a la putita de Silvia. ¿Pero qué estoy haciendo? Me he masturbado viendo joder a mi supuesta novia y al tío más odioso del instituto, me he puesto perdido y encima sigo aquí superexcitado y queriendo ver como acaba el “round”. Yo me hago otra, de perdidos al río. Buah, que culo, Silvia, me estoy poniendo malísimo. ¡Empuja, Román, empuja, hazlo por mí que estoy muy necesitao! Aaaaaaaaaaaahh, aaaaaaaaahhhhhhhh, ¿cómo pueden aguantar tanto? Ahí siguen. Román parece que se ríe. ¿Sabrá que estoy aquí? Igual me ha visto arriba y sabe que les veo. Fijo que le gusta que le miren cuando lo hace. Desviado pervertido. Ojalá no hubiera mirado. Ojalá no me las hubiera hecho. Me siento muy culpable. Soy un maldito mirón salido. Pero es que era mi novia. Y siguen. Los voy a grabar con el móvil. Vaya posturitas. Qué cabrón. Pues yo diría que se está riendo, o es que la goza de veras. Bueno, que me quiten lo bailao. Me voy a casa. Joder, qué pringue. ¡Y qué pezones!


24

¿No puedo pegar ojo después de lo de esta mañana. ¿Sabría Román que yo miraba? Silvia seguro que no. Parecía muy “ocupada”. He vuelto a ver el vídeo del móvil por lo menos quince veces. Y he vuelto a usarlo para mis fines pecaminosos. Pero cada vez me doy más asco. Y ellos también. ¿Cómo han podido hacer esas guarradas? Está claro que son unos desviados. Y Silvia la primera. ¡Qué cerda! Conmigo de modosita y con Román haciendo todo eso que no es hacer el amor. Parecía una porno. Soy un guarro. Es que un poco me ha gustado. Ver su cuerpo. Ver todo lo que le hacía a Román. Dios. Soy un gusano inmundo y no merezco vivir. Voy a borrar este video ahora mismo. Me voy a pudrir en el infierno. Estoy enfermo; tan enfermo como ellos. Incluso más. Ellos no sabían que alguien se estaba pajeando mirándoles. Soy un cerdo inhumano. Me voy a quedar ciego y mañana tendré la cara llena de granos. Me escuece la cola de rozarme con la cremallera. Está toda roja. Y no puedo ir al médico. ¿Qué le digo, que me he inspirado en mi novia y su amante secreto en acción para pelar la pava? Soy un desgraciado. Y la muy puta parecía quererme. Sólo me ha estado engañando. Te odio, Silvia, te odio. Ojalá no hubiera visto tus tetas. Ojalá no te hubiera visto procrear. Y menos con él. Cómo te desprecio. No quiero volver a verte, desecho humano, concubina del demonio. Desesperada cárnica. Salida. Te odio. Me odio. No puedo olvidar como gemías y movías la pelvis. Te odio. Voy a borrar el video pero ya. No quiero saber nada de tu lascivia. No me siento bien. Me has hecho daño. Creo que el Athos de antes ha muerto. Tú lo has matado. No quiero volver a verte.


25

¿Por qué tuve que borrar el video de Silvia y Román dándole? Era supermorboso. Ahora me vendría bien. ¿A qué cojones lo eliminé? ¿Estoy tonto o qué? Aún así, sigo escocido. Mejor será no meneallo. ¿Por qué siempre me precipito? No puedo olvidar la cara que ponía. La de Román tampoco. Ni todo lo demás.

miércoles, 15 de abril de 2009

Catedrales futuristas

Pocos paisajes construidos por el hombre me embelesan y cautivan tanto como la visión nocturna de las inmensas refinerías de petróleo tachonadas de luces fulgurantes. La bacanal cromática a veces se remata con la llama rugiente de una antorcha de combustión de gases como si se tratase de la personificación física del legendario dios de la energía fósil. Y, sin embargo, la más bella de las postales postmodernas escupe sustancias de una toxicidad abrumadora: nitrógeno y dióxido de azufre que forman ácidos nitrícos y sulfúrico, la esencia misma de la lluvia ácida.

Una de las secuencias más repetidas en la historia del cine de ciencia-ficción reproduce una inmensa refinería con una embrujadora combustión llameante. Una persistente lluvia ácida abrasa la atmósfera en frío y un mega-anuncio electrónico muestra a una sonriente japonesa. Los coches levitan silenciosos e ingrávidos. La música atemporal de Vangelis mitifica la escena. Sí, es Blade Runner. No deja de ser curioso que esa estética de oscuridad, lluvia y neones traiga en un solo plano romanticismo, progreso y contaminación irreversible, como si Ridley Scott fuera un loco visionario de los efectos del progreso sobre la naturaleza desnuda, cada vez más tapada de caros y bonitos trapos que producen urticaria a la piel del mundo.

martes, 14 de abril de 2009

Triángulo Escaleno (I y II)

La compilación de relatos Triángulo Escaleno descubre (o encubre) la pluma de tres escritores surgidos de la inagotable cantera de Biblioteconomía y Documentación, que colaboran en sacar a la luz un interesante proyecto literario mediante el aporte de varias historias de reducida duración y sabor profundo, un festín regado con los trazos del también compañero e ilustrador Ciro Soriano Hermando.

El libro se compone de tres partes: Los raros son los otros, de Jorge Biarge Fanlo; Símbolos y proyecciones imperfectas, de Sergio Perales Tobajas; y Realidad Fingida, de Ernesto Sierra Sanz. Si el lector se siente atraído ahora o a mitad de crítica por la obra, puede encontrarla en soporte informático o papel en www.librosenred.com/libros/trianguloescaleno.html


********************************************************************************


Jorge Biarge Fanlo: Los raros son los otros

Si bien el título de su colección ya nos anticipa las paranoias y peculiaridades de sus personajes, un vistazo a las primeras frases de sus cuentos revela unas voces capaces de beber de la lógica esquizofrénica de “El corazón delator” de Poe (admirado por Jorge), pero también grandes similitudes al monólogo interior de Joyce, con ese torbellino de pensamiento brotando como una cañería rota de cuajo o un astado hincando hasta el corvejón. Los diferentes “yos” del autor pasean por la vida con rutina y detalle, como en los cuadros de Van Eyck, y toman diversas rarezas: los hay con regalofobia, psiquiatras vouyeristas, púberes que eyaculan en la adolescencia de sopetón, escritores malditos bebiéndose su propia condena vital y absolución literaria, hastiados perdedores derrotados por la soledad más obligada, intempestivos paseantes con manía persecutoria, exitosos autores terriblemente celosos de sus hijos literarios.

En las historias de Jorge Biarge pasan pocas cosas. La acción se ralentiza y es la mente la que viaja en incontables anacronismos hacia el oscuro deja vu o el más insignificante de los detalles de un objeto y sus consecuencias metafísicas. En todo caso, el paralelismo entre la inacción más desapercibida y las decisiones más trascendentales se hacen evidentes en cada reflexión del superego que bucea por los imposibles e insondables mecanismos del entendimiento paranoide. Las frases son lúcidas, digeribles y empatizantes. Muchos nos vemos en cada manía y en cada pequeño ritual cotidiano. Sin embargo, lo más interesante es sumergirse en las innumerables digresiones de sus protagonistas, que se desenmarañan como nudos corredizos y revelan el dibujo mental de cada personaje, y cómo se parecen terriblemente a muchos de nuestros paisajes cerebrales, queramos admitirlo o no. La proyección sesgada de la realidad se vuelve mucho más importante que la misma verdad, y así nos lo hacen ver desde el oscuro callejón, el pecaminoso jergón de muelles vociferantes o la ventana del ático sobre El Retiro madrileño. Las referencias literarias tampoco escasean en al menos tres de los relatos, y Jorge nos habla de Cortázar, Conan Doyle o Poe mediante breves alusiones del narrador o como esqueleto argumental de sus detalles biográficos.

La sensación que deja esta primera parte de Triángulo Escaleno es que la calle está llena de perros verdes y seres maniáticamente cuadriculados en un tablero donde lo normal es quizá lo menos habitual. Y uno no puede evitar dejarse llevar por la complicidad de las propias paranoias en los enloquecidos ojos de otro, por mucho que se trate de un desgraciado genio de las letras adicto al opio o de un anónimo viajero de la baldosa nocturna. Lo único importante es que las oscuras pulsiones sexuales, los pensamientos interiores, las rarezas antisociales o la minuciosidad irrelevante son males tan inocuos como compartidos por el subconsciente colectivo. Tal vez el personaje de Jorge Biarge Fanlo tenga razón y los raros sean los que no son unos paranoicos con miedo y absurdo a partes iguales.


********************************************************************************


Sergio Perales Tobajas: Símbolos y proyecciones imperfectas


Las historias de este autor son crípticas, oscuras, complejas y abstractas, con surrealistas paisajes y crudas revelaciones existenciales, si bien deja al lector la interpretación final de sus abiertos desenlaces. Los viajes se suceden por autopistas de la mente, por los rincones con telarañas del alma. Un ambiente sórdido y desolado invade al curioso que se adentra entre sus páginas.

Los personajes de Sergio Perales Tobajas no existen o están a punto de dejar de hacerlo. Podría decirse que en el mejor de los casos están muertos en vida o recreándose en su dolorosa agonía. Las escenas recuerdan, a veces, al más enloquecido Heathcliff de “Cumbres Borrascosas” profanando tumbas por una desgarradora pulsión amorosa, al ejecutivo sin rostro de Magritte o a los desquiciados personajes de Poe en “El corazón delator” o “El pozo y el péndulo”. Sin embargo, su tortura es castigo a un conocimiento post-vital de las circunstancias de la existencia. Y no contentos con sufrir entre breves páginas interminables congojas, invitan al espectador a cortarse las venas con ellos o a contemplar desde el balcón de la cordura el precipicio inmenso de la irracionalidad más descarnada.

Es difícil seguir a Sergio. Exige, cuando menos, una segunda lectura en alguno de sus más enrevesados y tremendistas relatos. Las conclusiones al finalizarlos son ambiguas y equívocas. El autor parece empeñado en mostrar tan sólo un pequeño escote de la psique de sus antihéroes para que queramos mirar hacia su interior y lo contrastemos con el propio, buscando complicidad o iluminación pesimista en nosotros. Y es que una colección de cuentos que comienza la visita turística por el otro lado con un guía que desconoce que lo ha cruzado, simbolismo postmoderno del paraíso perdido de Milton o de los infiernos de “La divina Comedia”, no puede por menos que estremecer al personaje y al sufrido lector que no puede avisarle como en una película de terror de Hitchcock. Tampoco escasean los desgraciados agarrándose míseramente a la poca vida que saben que les queda, ahogando su esperanza en vastos caminos impersonales u oscuras mazmorras oníricas, jugando quizá a que los sueños son ficticios y las pesadillas no son sino un mundo real que no queremos admitir que nos está devorando el alma. Otras historias desarrollan tintes apocalípticos a partir de amenazas futuristas o ambiciones humanas, desvelando que el verdadero miedo surge cuando lo proyecta el hombre pervertido, caido, esquizofrénico o fallecido.

La densidad del simbolismo en algunos relatos invitan a relativizar las conclusiones, a buscar nuevas ramificaciones, a asociar mente y paisaje psíquico, a encontrar ese trozo de yo que el escritor ha astillado por los poliédricos laberintos de su geométrico ángulo, probablemente con el propósito de plasmar sus inquietudes metafísicas, pero también para desorientar al espectador y sacudir los cimientos de sus apreciaciones. Es por ello que no puedo negar, después de mi segunda lectura (con Jorge sólo necesité una), que me voy con cierto regusto a confusión y con la honesta sensación de que me estoy perdiendo algo, y que no estoy seguro de atreverme a descubrirlo.


domingo, 12 de abril de 2009

Athos (16-20)

16

Tío Óscar se ha enterado de lo mío con Silvia. Me fastidia que no se haya enterado por mí, se lo quería contar yo. No hace falta atar cabos. El cotilla de Juan se lo ha dicho a la maruja de su madre, y ésta ha ido corriendo a largárselo a mamá. Dicen que es una superficial y que busca algo oscuro. Imbéciles. No sé cómo tío Óscar puede dudar de mí. He tenido que contarle mi versión, mucho más objetiva, para que se diera auténtica cuenta de la situación. Se ha alegrado mucho de que no me estuvieran timando, aunque le ha costado fiarse de mí. Eso me ha molestado un poco. A ver si el tío va a ser al final tan zenutrio como el resto de adultos. Va, que no, que tío Óscar es diferente. No te ralles, ko. No voy a volver a confiar nunca en Juan ni en su puta madre. Cotillas de mierda. Envidiosos aburridos. Antipáticos sabiondos. Ya me has perdido para siempre, Juanolas. Ahí te pudras.


17

No sé que les pasa a los guays ultimamente. Hacía tiempo que habían dejado de mirarme mal, señal unívoca de que ya no me metían en el saco de los frikis, pero ahora vuelven a mirarme con malicia y sonrisas dibujadas con burla. Cabrones. Me las pagarán todas juntas.


18

Hoy ha pasado algo. Los guays han vuelto a vacilarme con sus miraditas “o sea”. Cuando ya me estaba rallando ha aparecido Silvia y se han esfumado los muy cutres. Son unos perdedores. Hasta Román se ha ido con el rabo entre las piernas. ¿Y si de verdad son un friki perdedor y es Silvia la única que está equivocada? No valgo para nada.


19

Está claro que el que hablaba ayer no era yo. No soy un raro. No soy un cero a la izquierda. Lo que pasa es que la única que ha visto mi inmensa hermosura interior es mi Silvi. El resto no me conoce. Amargados. Algún día tendrán que agachar la cabeza cuando Silvia y yo pasemos por su lado.


20

Cuanto más le pregunto a Silvia por la habitación turquesa más se enfada. No quiere contarme qué hay dentro. Ya no tengo la menor duda de que guarda un terrible secreto. Voy a entrar, pero no sé cómo hacerlo: ¿Me gano a Silvia un poco más y la convezco con mi atractivo personal, o lo hago furtivamente por lo bajini como si fuera un vulgar ladrón? Estoy hecho un océano de inquietudes. No sé qué hacer. Ya está. Me pico las dos últimas horas y me meto en casa de Silvia. No habrá nadie en el edificio principal. Además yo voy al otro, que está abierto. Sólo debo saltar la valla sin que me vean los transeúntes. Qué excitado estoy. Por fín voy a saber qué hay tras la puerta verde de los cojones.

domingo, 5 de abril de 2009

La connotación en el cine

Muchas personas se han preguntado alguna vez por qué las películas sacadas de un libro siempre son inferiores a su original. La adaptación cinematográfica de una novela siempre pierde calidad y el tono se desvirtúa. El lenguaje fílmico no tiene nada que ver con el literario, por eso lo que vale en papel resulta tedioso en la gran pantalla. Una descripción puede llevarte dos páginas de adjetivos, comparaciones y detalles sobre el papel, pero nunca llevará más de medio minuto en celuloide, y aún así, corre el riesgo de engañar al espectador. Una novela tarde en leerse varias horas, y rara vez se hace de un tirón. Suele costar semanas o meses. Una película, en cambio, dura entre hora y media y tres horas. Es imposible contar todo lo que se dice en el libro mediante un puñao de planos-secuencia.
En el cine no existe el nivel denotativo. Las cosas triviales y los más insignificantes detalles nunca están ahí porque sí. Siempre evocan significados secundarios (connotación). Las cosas cotidianas nunca son sólo lo que aparentan, siempre tienen un trasfondo o una conclusión a la que debe llegar el espectador usando su conocimiento del lenguaje cinematográfico. El nivel denotativo de una persona tomando una pastilla es que esa persona la toma por un catarro, dolor de cabeza o falta de vitaminas. Sin embargo nunca se mostrará en el cine, porque es un detalle ínfimo para la historia. Si aparece es porque la pastilla es otra cosa: una anfetamina, una píldora anticonceptiva o una medicina para dolencias graves. La connotación de la ingesta es que esa persona es drogadicta, no quiere quedarse embarazada o padece un mal grave o incluso terminal. Nada aparece por casualidad. Cada plano detalle sustituye al dialógo o la voz en off para introducirnos detalles claves de la trama. Algunos objetos y situaciones ya tienen una connotación muy marcada en el cine: Un cumpleaños siempre acabará en tragedia, una cuenta atrás detonará una bomba (o en americanadas, marcará el último suspiro de un partido básico para el futuro del adolescente deportista). Una llave en la cerradura siempre la mete el psicópata; un cigarrillo de carmín siempre es de la amante, nunca de la anciana vecina o de tu tía del pueblo; el amigo afroamericano del prota siempre muere (salvo en Deep Blue Sea, buen guiño); las acciones buenas siempre acaban recompensadas; el bueno sólo vence cuando ya nada se espera de él; el asesino siempre revive cuando la chica le ha dado la espalda; los niños tristes siempre guardan un secreto; cuando un secundario hace algo heroico es que va a morir fijo; el prota siempre salta cuando va a estallar la bomba.
Sin embargo a veces los directores engañan al espectador utilizando sólo las denotaciones cuando esperamos algo más. Desde hace mucho las películas de terror traen dos o tres “avisos” antes de que los pasos silenciosos sean realmente los del psicópata, descargando tensión y armando el susto cuando ya no se espera. Las comedias exhiben la escena heroica a cámara lenta y sin embargo ésta acaba de modo chapucero. En “Con Air” esperas ver al malvado asesino de niñas a punto de descuartizar a la pobre nenita, y no le hace nada en toda la peli. Incluso a veces las connotaciones son diferentes a las esperadas. En “La lista” la cañería goteante parece marcar abandono, pobreza y miseria, y sin embargo encierra significados mucho más importantes para el desenlace de la historia. En cualquier caso, en cine nada es lo que parece, y si lo fuera, sería porque esperábamos que se tratara de justo lo contrario.

jueves, 2 de abril de 2009

No saludar

De todos los innombrables pecados que comete la raza humana no tengo duda de que el más perseguido y criticado en proporción a su inocuidad es aquel que todo caminante ha cometido alguna vez: ver a alguien conocido y no saludarle.

Ante un encuentro casual reaccionamos de maneras muy extrañas. Los hay que realizan maniobras de dispersión imposibles como mirar el móvil o hacer como que alguien les escucha al otro lado del nokia; otros miran al frente serios como si les fueran a fusilar de un momento a otro; si van acompañados continúan o empiezan la conversación pero mirando al interlocutor con mayor interés que antes, y a menudo cerrando un círculo invisible; unos miran al lado contrario; otros directamente al conocido pero al cuerpo o zapatos; vista al cielo, ojos al suelo, rebuscar en el bolso; las excusas son tan infinitas como torpes.

El rencor hacia el que no nos ha saludado es de los mayores que se pergeñan. Falso, hipócrita, desagradable, mala persona, retorcido, antipático, soso, creído, fariseo, perverso o ser decepcionantemente inmundo son algunos de los atributos que les concedemos. Y eso que un acto social fallido tan simple como este dice mucho menos de nosotros de lo que piensan los otros y vice versa. Para empezar damos por hecho que no nos han querido saludar. Muchas veces ocurre, pero a menudo el otro simplemente no se ha dado cuenta. La mente humana es capaz de abstraerse hasta el punto de cruzarse con un alma amiga y no reparar sino en sus cavilaciones más nimias. El despiste no debe ser descartado antes de prejuzgar al malvado criminal.

Admitamos que nos ha visto. Estamos ante el momento clave. Transeúnte uno ve a paseante dos y se hace el longuis. Si el segundo no se cosca no hay tragedia. El problema surge si B sabe que A ha fingido no verle. Entonces B llegará a fatídicas conclusiones sobre A (véase párrafo 3). La segunda opción es que los dos piensen igual sobre encuentros no deseados y ambos disimulen mirando al otro lado. Si no se chocan de morros problema resuelto y además el que viene es tan mezquino como el que va, o sea en absoluto rastrero porque uno nunca lo hace con mala intención. La posibilidad tres es la más desagradable. Peatones 1 y 2 se miran en el momento cumbre comprendido entre 15 y 2 metros de campo visual. Tragedia total. Aquí puede pasar de todo. Epi decide saludar y Blas no. Epi se queda sólo en su saludo o peor, Blas contesta tres metros por detrás diciendo “anda, si no te había visto” con tanta credibilidad como un vendedor de aspiradoras a domicilio. También puede ser que Blas sólo salude y Epi se pare, con lo absurdo que supone hablar dos minutos sin saber qué decir (sólo comparable a tres pisos de conversación de ascensor). Da lo mismo. Siempre hay uno o dos que experimentan mal sabor porque han quedado como gilipollas saludantes o cabrones fingidores.

La sinceridad y la educación se estrellan en este tipo de actos sociales frente a la timidez, la inseguridad, la falta de memoria y el miedo a quedar mal. Si todos tuvieramos un GPS que nos dijera: “A TREINTA METROS ZUTANITO PÉREZ DEL COLEGIO. REACCIÓN ESPERADA: SALUDO CORTO. REACCIÓN ACONSEJADA: RESPONDER SALUDO CORTO.”, pues entonces no resultaría tan trágico. La gente no deja de saludar por antipatía o superioridad. Simplemente no sabemos cómo va a reaccionar el otro y ese miedo a no saber cómo actuar nos fuerza a decidir evitar el encuentro. Entenderse es complicado, pero mucho más cuando hace seis años que dos personas no se ven.

He pasado por casi todas las fases de saludo y técnicas de disimulo y a día de hoy, con todo lo que sé, si alguien no me saluda por la calle me podrá saber mal en el momento, pero después entenderé su maniobra y la disculparé totalmente puesto que de no hacerla él, probablemente la hubiera hecho yo. Y, con todas las judiadas que se hacen por el mundo, ¿qué más da que tu amigo de la infancia te gire la cara catorce años después de compartir los cigarrillos o los calendarios con chicas bonitas y gorro de Papá Noel?