sábado, 31 de enero de 2009

La Fórmula (censored)

Jaime Esplugas otea intrigado los pasillos de su nuevo hogar. Su media sonrisa contrasta con la seriedad de su anfitrión, el funcionario de prisiones Miguel Vidal. De repente suena la sirena y decenas de carceleros corren hacia el patio. "Tangana entre presos", piensa Jaime.
La cárcel de Torrero de Zaragoza es un lugar pequeño, tranquilo. No se ven faldas. Vivir aquí será aburrido.

Durante el paseo en el patio un recluso se acerca a él. Su expresión inteligente denota sagacidad más allá de lo habitual intramuros. El preso se presenta con rapidez:
- Hola, nuevo. Yo soy Carlos Gascón, pero todos me llaman "Sabueso". Tú eres...
- Jaime, pero puedes llamarme "Romeo".
- Ya. ¿rompefaldas?
- ¿Tú qué crees, cenutrio?
- ¿Cuánto te calló?
- Me echaron 119 años.
- ¡Joder! ¿A cuántas te calzaste?
Romeo sonríe maliciosamente pero no contesta. Entre los dos habla el silencio. La conversación no da para más y el silbato les manda a sus respectivas celdas.

Durante la cena Sabueso no deja de mirar a Romeo. El comedor ya está medio vacío, y Sabueso se sienta con su bandeja al lado del nuevo. La pregunta es inminente.
- ¿De dónde vienes, Romeo?
- De la cárcel Modelo. ¿Siempre preguntas tanto?
- Hace tiempo que estoy esperando a alguien. ¿Eres tú el bastardo que me va a meter dos palmos de navaja en la tripa? Quiero saberlo. ¿Por qué te han trasladado aquí?
- Mira, tío. No me meto con nadie. Nunca me ha gustado la violencia, ni siquira forzaba a las tías más de lo necesario, sólo lo justo para sentir algo.
- Tienes mucho sentido del humor, pero tu situación no es mejor que la mía. Si no eres de los verdugos entonces eres de las víctimas.
- ¿Qué quieres decir, Sabueso?
- ¡Gilipollas! ¿Por qué crees que te han traído aquí si no es para matarte? No tienes ni idea de nada. Escucha comebragas, ahí fuera hay alguien muy poderoso al que no le gusta que le toquen los huevos. Yo se los toqué y me mandó aquí, y ahora quiere ponerme un pijama de pino y una cama de mármol, ¿comprendes? Estaba esperando el aviso de mi ejecución y éste ha llegado esta mañana, casi a la vez que tú, y si no te ha mandado el cabrón ese está claro que también formas parte del lote de sentenciados. ¿Has oído hablar de Ricardo Minguijón? ¿Le has hecho algo?
- Ya te he dicho que no le hecho daño a nadie, y menos a un tío del que no he oído hablar en mi puta vida.
- ¿Ah, no? ¿Y todos los coños que has reventao?
La mueca impenetrable en el rostro de Jaime "Romeo" Esplugas se ve interrumpida por un tímido incendio. Hay una silla ardiendo mientras un recluso ríe convulsivamente en la mesa de al lado. Dos guardias apagan el fuego con celeridad mientras cuatro de ellos golpean salvajemente al autor del desperfecto con saña desmedida. Sabueso desaprueba la acción con la cabeza a la vez que exclama:
- Este "Cerillas" es imbécil. Si no le revientan a porrazos le van a caer otros cinco años.
- Que no se extinga la llama-dice Romeo con su habitual socarronería- ¿Cómo sabes tanto, Sabueso?
- Soy licenciado en Derecho. Pero nunca me colgué la toga, preferí montármelo como detective privado.
- ¿Y cómo acabaste aquí? No pareces un delincuente.
- Nunca se me resistía ningún caso..., hasta que acepté uno contra Ricardo Minguijón. Aquello me vino grande.
- ¿No conseguiste descubrir lo que buscabas?
- No, bueno sí. El encargo era relacionar a Minguijón con el contrabando de drogas procedente de Colombia. No obtuve pruebas concluyentes relativas a la droga, pero sí datos irrefutables de que defraudaba a Hacienda. Antes de poder pescarlo, él me cazó a mí. Ahora quiere quitarme de en medio por doble motivo: Por una parte, si mis documentos se hacen públicos él se irá al garete. Por otro lado, el muy carnuz se cree Dios. No le gusta perder ni a las canicas. Se tomó mi intromisión como algo personal.
- ¿Por qué no entregaste las pruebas o mandaste a alguien para que lo hiciera en tu lugar?
- Porque no me fiaba de nadie. No imaginas lo mucho que controla y maneja este hijoputa. Mi madre tiene un estanco y me manda cigarillos todas las semanas. Como yo no fumo, cambio el tabaco por información. Así sé lo que me viene y por dónde me la van a meter. El tumulto de esta mañana se debía a un papel que han tirado al patio. “Perro Cárnico” se ha fostiado con todos para conseguirlo, luego se lo ha entregado al guardia, pero no antes de que Mikel lo leyera para mí. Estoy seguro que el papel contiene los nombres de los que deben desaparecer.
- ¿Qué decía el mensaje?
- Mu*Ru-Bt*P*H=0, según Mikel.
- ¿Y eso qué significa?
- Las iniciales son símbolos químicos. Cada símbolo representa un recluso, excepto los que van en negrita que son el remitente y el destinatario. Mu no existe como símbolo químico; yo creo que es Mn, manganeso, y que representa a Minguijón exigiendo mi muerte esta noche.
- ¿Y no sería más rápido que contactaran fuera de aquí?
- No. Minguijón no quiere ninguna relación, ni siquiera entre sus recaderos. Así es más seguro.
- ¿Quién lo hará?
- Un carcelero. Alguien que represente Ru, rutenio. Tampoco consigo descifrar es quién va a morir: Bt, P, H.
- ¿Qué elementos son?
- Bt no lo sé. P es fósforo y H es hidrógeno. ¿Significan algo para ti, Romeo?
La mueca de incredulidad del violador indica que la química no es su fuerte. Sabueso insiste:
- Tal vez Bt sea en realidad Br, bromuro, recetado a pacientes hipersexuales...
Romeo baja el rostro y comienza a estremecerse. Cuando alza de nuevo la cabeza, su media sonrisa ha desaparecido y sus ojos llorosos reflejan el semblante de la aceptación.
- Yo tomo un medicamento a base de bromuro todas las noches, Sabueso; estoy en tu puta lista.
- Calma, tío, lo arreglaremos. Seguro que jodiste a Minguijón de modo indirecto. ¿Recuerdas cómo se llaman las últimas chicas que violaste?
- Mmmm...Pilar Méndez, Laura Casas y Maite Hernando.
- Lo investigaré. Tranquilízate.
Romeo se tensa, pero enseguida refrena sus instintos y los ahoga en una expresión pueril de travesura. Después contesta con cierta mesura:
- ¿Y tú dónde estás?
- Creo que yo soy H, pero no estoy seguro.

Los guardias los llevan a la celda de castigo, culpándolos quizá de que el Cerillas tuviera un mechero en su poder. Héctor Francia, el Cerillas, era un pirómano convulsivo. Había sido condenado a cadena perpetua por quemar más de 20 bosques, parques naturales y zonas protegidas. Era el único preso al que no se le permitía fumar. Pero a él no le importaba. De hecho, nada le importaba. Hoy Cerillas está tan pasota como siempre, pero un poco menos solo. En las celdas contiguas se encuentran Sabueso y el nuevo, Romeo. El abogado rompe el silencio sentenciando.
- Va a ser esta noche. La selección está hecha.
- ¿Cómo lo sabes?- inquiere Romeo preocupado.
- La H no era tal. Mikel entendió erróneamente. Era K, potasio. Yo sólo como una fruta en los tres años que llevo aquí, plátano, rico en potasio.
- ¡Vaya astringencia! ¿Y el Cerillas?- pregunta de nuevo Romeo.
- Cerillas, fósforo, P. ¿Te enteras, bobo? - responde el Cerillas con cierta carencia de amabilidad. – Fue por quemar el coto de San Eufrasio, ese tío no perdona.
- Ese coto era propiedad de Minguijón ¿no, Cerillas? - Sabueso comienza a completar el puzzle.- Tranquilo, Romeo, el Cerillas ya conoce la historia.
- Sí, pero...¿quién es rutenio?
- Uno de los funcionarios.
- ¿Y qué más da eso? - protesta Cerillas- vamos a morir de todos modos.
- No, Cerillas. No se atreverán a asesinarnos en la cárcel. Demasiada mierda por tapar. Nos sacarán de la prisión.- asegura Sabueso- En un descampado, entre los pinares.
Un chirrido quiebra la conversación. La luz fulmina la penumbra con cruel determinación, se come la oscuridad cuando la puerta blindada se abre al fondo. Está aquí. Romeo traga saliva acojonado, Sabueso agudiza la vista intentando reconocer al matador, Cerillas resopla con resignación. La silueta que se recorta es menuda, con pelo largo y caderas. No cabe duda de que se trata de una mujer.
- Hola, Carlos. -vocaliza la fémina- Ya te dije que tanto pensar era malo. Mira dónde estás.
- ¡Agente Martínez! ¡Mala baba te lleve, cacho perra! - responde Sabueso con rudeza, no exento de alegría- ¿Qué estás haciendo aquí?
- He venido a hacer un "informe" del nuevo recluso. Según parece, tenemos un perverso violador de jóvenes y maduritas...
- Es que me gustan las pivitas con frescura y solera - matiza Romeo - lo de las turgencias es secundario.
- La juventud y experiencia no es problema, chaval -dice Martínez, mientras su pantalón y sus bragas desfallecen sobre el húmedo piso- y en cuanto a las tetas, ya ves, pollo, que están mejor puestas que las de cualquier maruja de gimnasio.
Martínez, toda piel, libera el pestillo de Romeo. Éste se roza los genitales. Cerillas dilata sus pupilas hasta alcanzar un tamaño digno acorde a la escena y a la sorpresa; Sabueso se acerca a la pared contígua del pirómano y apostilla con ilusión, como el que habla orgulloso de un viejo conocido:
- Esta chica es la ostia, Cerillas. Es ninfómana, ¿sabes? Puede estar jodiendo tres o cuatro horas sin parar, hasta que te deja sequito. A ver si Romeo da la talla.
- Fi que da la tadlla - malpronuncia Martínez tropezando con su golosa felación.
En medio de esa situación vouyeurista, Cerillas y Sabueso esquivan su incomodidad con declaraciones personales:
- Eres un tío legal, Sabueso, no deberías estar aquí.
- Mira, Héctor, llegué a esta prisión hace tres años y también me pregunté por qué, cada aurora, cada atardecer y cada noche, hasta que desperté una mañana con sudor frío y pulso tembloroso, y acepté que nunca saldría de aquí, y si mis pies pisaran algún día fuera de estos muros, el que estaría fuera no sería el mismo hombre que entró años atrás. Desde entonces duermo muy bien pero no he conseguido soñar más de lo razonable.
- ¿Y por qué sigues luchando contra Minguijón si tu causa está perdida?
- Aún soy de los que creen que al final ganan los buenos.
- Estoy seguro de que al final caerá, y tú tendrás mucho que ver en su caída, Sabueso.
- Ya. Oye, Cerillas, ahora que estamos intimando, ¿puedo hacerte una pregunta?
- Qué.
- ¿Por qué cojones vas por ahí quemándolo todo?
Hector Francia permanece pensativo. Su tez se sonroja y esboza una expresión tierna. Después su semblante se torna severo y responde con la culpabilidad de un desahuciado:
- Cuando era crío las cosas no iban muy bien en casa. Mi madre se mataba a limpiar escaleras y mi padre devoraba el dinero que ganaba ella consumiendo crack y otras drogas. No contento con eso le pegaba unas palizas de muerte. En una de ellas mi madre dejó de gritar, de llorar y de fregar peldaños. Yo tenía nueve años. Después todo empeoró. Mi padre me obligó a fregar portales para subvencionar sus “necesidades”. También suplí a mi madre en la violencia doméstica. El muy capullo me usaba de cenicero. Por eso tengo toda la espalda llena de ampollas, y no por los incendios. Una mañana me lo encontré seco en su sillón verde, con la jeringa a medio consumir. Yo tuve miedo de que me enviaran a un centro, y le pegué fuego a la casa. Tenía trece años, y fue el mejor día de mi vida. Sentí un aura purificadora viendo aquel chisporroteo mágico, y comprendí que eso era lo único que me gustaba hacer: quemar cosas, verlas arder y salvarse en forma de negra humareda, irse al cielo y flotar sobre nuestras cabezas.
- El muy cabrón se fumó tu vida.
- Prométeme una cosa, Sabueso.
- Qué.
- Si algún día sales de aquí vivo, júrame que plantarás un árbol por mí. No sé, cualquier cosa, un roble, un pino, una palmera, un matojo.
- Te lo prometo, Cerillas, y espero que si eres tú el que sale con vida de esta guardería de desechos, mandarás poner sobre mi tumba una lápida que encargué a mi nombre en La Funeraria Eterna.SL.

La puerta de la celda de Romeo se cierra con un gemido estremecedor. Dentro está él, con el cuerpo desnudo, las piernas abiertas, el sexo gastado, la cara en coma erótico, la saliva goteando por su barbilla. Fuera está ella, con el uniforme mojado, el cuerpo derrengado, los brazos laxos, el rostro descompuesto, la mirada colmada. Toma aire antes de despedirse:
- Volveré luego con un funcionario para trasladaros a vuestras celdas. -echa una rápida mirada al violador- Te quiero, Romeo.
- Joder, Romeo- dice Sabueso- jamás ví a nadie dejar a Martínez así de suave. ¿Cuántos han sido?
- Yo tres. Ella no sé, muchos. Diez o doce. Me duelen los huevos una pasada, pero me he quedao de puta madre.
- ¿Por qué lo haces? – pregunta Cerillas.
- ¿El qué? - responde Romeo.
- Violar chavalas.
- No podría explicarlo. Son tan... hermosas, tan frescas. Sentir sus muslos ardientes en mis caderas, beber su saliva de miel, oír sus gemidos ambiciosos. Nunca las fuerzo, solamente empujo con firmeza, y la mayoría, en lo más profundo de sí, sienten placer, más placer que dolor, aunque sea por un efímero instante. Al principio me sentía culpable, muchas quedaban embarazadas. Pero me hice la vasectomía. Entonces sí disfruté del sexo, podía seguir follando como un cosaco.
- Pero, ¿por qué a discapacitadas?
- Son excitantemente tiernas. Sus manos retorcidas me producen sensaciones irresistibles. Y ellas no sufren, gozan, son tremendamente afectivas, sienten cosquillas cuando la notan dentro, ríen con malicia y me observan con cariño, sin saber por qué lo más dulce que han sentido se lo da un desconocido. Les encanta el sexo. Juguetean contigo, se divierten viéndote sudar, te babean hasta la extenuación, te sacuden torpemente. Prefieren eso a las palmaditas en la espalda. No entienden nada de violaciones, y, si no les comieran el tarro las instituciones, nunca pensarían que las han forzado. Si despojáramos al sexo de todos sus tapujos, ya no existiría el sexo, tan solo el amor.
- ¿Ah, sí? ¿Y cómo te zafaste tú de esos prejuicios, Jaime? Porque es evidente que no los tienes...
- Fue mi niñera, Licia, preciosa, cariñosa y envolvente. Me bañaba con ella. Su piel era de gran tersura y gozaba acariciándole el vello. Ella mimaba mi cuerpo. Crecí con sus curvas y la pubertad magnificó las sensaciones. Mis primeras erecciones las sentí entre sus suaves dedos. Nos redescubríamos cada día, cada noche, durante diez años.
- ¿Cómo acabó la historia?
- Una tarde Licia me dijo que se casaba y que se iba a vivir a Tenerife. No volví a empujar su vientre, pero nunca pude olvidar todo lo que aprendí en ella.
- ¡Ya lo tengo! -interrumpe Sabueso- Romeo, violaste a Laura Casas, ¿no? La mujer de Minguijón se llama Teresa Casas. Esa chavala es su hija.
- E hijastra de Minguijón -sentencia Cerillas- ahí la cagaste, chaval.

Por fín vuelve la agente acompañada del funcionario de prisiones Miguel Vidal. Hay un cambio: Los trasladan a Jefatura para una rueda de reconocimiento de acusados. El viaje en el coche es distendido, incluso Vidal sonríe. En una de sus carcajadas, Sabueso vislumbra un diente de oro. ¡Oro! Au, es Au y no Ru el elemento químico que faltaba en la fórmula. Carlos Gascón “Sabueso” da un grito ahogado y se revuelve en el asiento de atrás:
- ¡Es él! ¡Au es Vidal! ¡Él es el ejecutor!
El pánico de los tres reclusos es sólo comparable a la confusión del agente Martínez, que frena el coche bruscamente. Vidal saca un pistolón de la gabardina y forcejea con la policía. Todo ocurre muy deprisa. Dos tiros agujerean el techo del coche patrulla. Martínez quita los seguros de las puertas de un manotazo errado. Los presos huyen absolutamente desquiciados. Vidal sale tras ellos. Martínez queda en el coche seminconsciente, aturdida por la refriega.

Sabueso lleva muchos minutos corriendo. No sabe dónde está ni dónde están los otros. Agotado, se esconde tras un árbol. Quizá pueda salir de ésta. Un estruendo ensordecedor le quita razón, y le quita también la vida. La pistola humea en la mano de Miguel Vidal. “Ya sólo quedan dos, y la puta”.
Miguel Vidal vuelve al coche patrulla. Hay alguien dentro. Romeo y Martínez, follando como conejos. Vidal los cose a balazos, mientras exclama:
- ¡Ésto sí que es un coitus interruptus!
No dice nada más. No cuando un pedrusco se incrusta en su cráneo, dos, tres, nueve, trece veces. Cuando Cerillas deja de triturarle los sesos a Vidal, hace ya mucho que el funcionario está muerto. Héctor Francia jadea nerviosamente. Todo ha acabado.

Varios meses después, Cerillas cumple una vieja promesa que se hizo a sí mismo: plantar un árbol. A sus pies descansan una pala y un periódico, cuyos titulares rezan:
“MINGUIJÓN CONDENADO A 17 AÑOS
El famoso empresario riojano Ricardo Minguijón Bielsa ha sido procesado por evasión de impuestos y varios delitos de tráfico de drogas. El fiscal presentó pruebas concluyentes que fueron halladas en el apartado de correos 2564. La pista para encontrar estas pruebas estaba esculpida sobre la lápida de un preso fallecido hace cinco meses :
D.E.P.
Carlos Gascón Ibáñez
(1967-2001)
Apartado de Correos 2564. Zaragoza.
Minguijón deberá pagar más de 2.500 millones de pesetas y pasar un mínimo de diecisiete años en prisión.”

Héctor apaga su cigarillo pisándolo. Después recoge la colilla y se la mete al bolsillo. “No queremos provocar un incendio. Al fin y al cabo, ya hay muchos pirómanos por ahí sueltos.”

6 comentarios:

  1. parece sacado de antena 3

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  2. Este articulo es algo distinto de los que sueles escribir Drywater ¿No?

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  3. Así es. Es un relato corto que escribí para un proyecto diferente. Pese a lo áspero que resulta, tan sólo es una versión suavizada del original.

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  4. Nada, nada, a vender los derechos a Telecinco.

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  5. ¡Viva "Los hombres de Paco"! Ess broma, esto me parecce mejor.

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